Foto: ©2013 Menchita
Si para los budistas la atención está centrada en el alimento como fuente de sanación, para los sufís está en la forma de cocinarlos, pero ambos son concluyentes en una cosa: si dirigimos nuestra atención de manera intencionada la forma de cocinar cambia, se hace consciente y esta consciencia se transmite al alimento y consecuentemente, a nosotros mismos cuando lo ingerimos.
Somos lo que comemos, como ya comenté en un post anterior, y comemos lo que pensamos.
Nada perdura, todo pasa, vivimos en el cambio y la transitoriedad permanente, y ese cambio lo podemos ver en los alimentos mismos, en como los manipulamos, cocinamos, comemos y desperdiciamos.
Esta transitoriedad, el cambio constante de los estados de la materia hace posible su manipulación en ambos sentidos: positivo y negativo. La falta de higiene en una cocina, el mal humor, el desorden afectan a lo que comemos pues influye en como cocinamos. Una encimera llena de estorbos y suciedad, no puede por menos que afectar en la forma en que estamos cocinando y alterar el resultado final.
Mantener limpio el espacio donde cocinamos, retirando los desperdicios, lavando lo que se ensucia durante el proceso; a la que vez nos ayuda a concentrarnos en la tarea de cocinar, nos permite comer con tranquilidad ya que al final tendremos muy pocas cosas que recoger.
Una actitud negativa, los pensamientos confusos y recurrentes, alteran el campo energético de los alimentos y sus cualidades, por ello es necesario la concentración en el momento presente, en la propia cocina.
Solo en el presente podemos parar el pensamiento y solo parando el pensamiento podemos estar Presentes en el ahora, el único momento Real, dónde Todo se puede manifestar si le dejamos espacio.
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