Revista Arte

La inutilidad de los presagios o la fuerza salvadora de la decisión.

Por Artepoesia
La inutilidad de los presagios o la fuerza salvadora de la decisión.
Desde antiguo los presentimientos fueron tratados ya de ser invocados positivamente para tratar de sortear sus efectos. La irracionalidad de estas sensaciones es pareja a una cierta capacidad intuitiva, poderosa a veces ante las incertidumbres veleidosas de la vida. El gran Francisco de Zurbarán creó en 1630 su obra La casa de Nazareth, que representa una escena religiosa en donde tan sólo unos querubines refulgentes, ahora asomados en una pequeña aparición desentonada, era lo único que hacía referencia a su carácter sagrado. En una habitacion penumbrosa, dos figuras opuestas y sin comunicación aparente enmarcan el plano principal de la obra. Es una mujer, una madre, María; y un adolescente, un hijo, Jesús. Pero, nada hace reflejar divinidad, ni exaltación trascendente, ni el milagro, ni la pasión, ni el dolor extremo.
Es una sencilla, doméstica y tranquila pesadumbre la que ahora, producida por la inapreciable herida causada por las espinas de unas ramas en el dedo de una de las manos del hijo, viene a producir un presentimiento misterioso, lacónico, profundo y desconsolador en el gesto de su madre. Y todo perfectamente creado en la escena: los colores, los pliegues barrocos de las túnicas, las señales simbólicas de los objetos. ¿Qué podría ser ahora expresado aquí, sin saber exactamente lo que luego ya sucedería? El mensaje, sin embargo, es de lo más trascendental, a diferencia de sus gestos demasiado naturales. No hay más que entender en él el fin prometedor de una pasión sublimada. Hasta entonces, podemos comprender que la emoción del augurio es deliciosa, reconfortante: está determinado, el designio ha de cumplirse, es, ahora, representado en todas las figuraciones del cuadro: el cajón semiabierto, algo que debe suceder, que está abierto al futuro; en los libros, porque está escrito, es el conocimiento, y la palabra, lo que lo muestran ya; en la esperanza futura de unas palomas; en la salvación de unas frutas reconfortantes... Este es el mensaje trascendente.
Pero, ¿qué podemos hacer los seres humanos cuando sentimos cosas que no podemos sospechar siquiera lo que son? Y, desde la más objetiva racionalidad, desde la más comprensiva y útil intuición, ¿cómo, ahora, sin nada escrito para ello, abordamos así unas sensaciones parecidas? Sólo la decisión, la fiel, erudita, firme, y poderosa determinación personal puede absolvernos ya de las rémoras traicioneras de lo contingente. Hay que entender todos los mensajes, los trascendentes y los que no. No son incompatibles. Los espíritus se acogen cada uno a su decisión, a su querencia, o a su fe. Los espíritus que aún viven se acogen, también, a su condición, a su vida a veces desconsiderada, sorpresiva, impetuosa, agreste y sin perdón. Entonces es cuando necesitamos, por ejemplo al presenciar ahora la belleza resumida en este lienzo, comprender ya que podemos elegir, que podemos decidir lo que queremos. O sacrificarse por una idea, consagrada a lo que sea, al infinito a veces; o vivir por una vida, la que tenemos, consagrada a lo finito, a un fin también. Ambas son decisiones válidas, ambas son necesarias, ambas son la vida.
(Óleo La casa de Nazareth, 1630, del pintor español del Barroco Francisco de Zurbarán, Museo de Cleveland, EEUU.)

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