Revista Religión

La Invención de la Santa Cruz (I)

Por Santos
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Recordando la antigua fiesta de la Santa Cruz, fundida hoy con la de la Exaltación de la Cruz, quiero que hablemos un poco sobre esta “invención” de la Cruz, cuya fecha y detalles son imprecisos, además de poco fiables, por las contradicciones en los relatos:

San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo), siendo sacerdote (en 345), tenía entre sus deberes instruir a los catecúmenos de la ciudad. En algunas de estas enseñanzas, Cirilo menciona “el madero de la cruz verdadera, que se ve entre nosotros en el día de hoy", e incluso dice que algunas partes ya estaban dispersas por todo el mundo. Más tarde, en 351, siendo ya patriarca de Jerusalén, escribe al emperador Constancio, afirmando claramente que "el madero de la salvación, fue encontrado en Jerusalén", en los días de su padre Constantino el Grande.

San Juan Crisóstomo (13 de septiembre) hace referencia en su homilía 58 al hallazgo de la Cruz, y que fue identificada por el título, pero ni hace referencia a los clavos y mucho menos a Santa Helena (18 de agosto, en la imagen).

Rufino, que vivió en Jerusalén entre el 374 y el 397, amplió en el año 400 la “Historia Eclesiástica” de Eusebio. Ahí dice que sobre el Calvario se había construido un templo a Venus, para borrar la veneración a aquel sitio por los cristianos. Así que el sitio era conocido por todos como el del Calvario. Dice que Helena destruyó el templo, cavó entre las ruinas y encontró tres cruces, junto con el título, pero que este estaba aparte de las cruces, y no se podía identificar la del Salvador. Entonces, por consejo de San Macario, patriarca de Jerusalén, se tocó a una persona enferma con las tres cruces, y al ser sanada con el contacto de una, se decidió que era la cruz de Cristo. También se encontraron los clavos, de los que dio dos a su hijo Constantino, el cual puso uno en la brida de su caballo, y otro en su corona. También relata que Elena envió una parte de la cruz a su hijo, mientras el resto se conservó en un cofre de plata en Jerusalén. (1)

En el 488 el presbítero Sócrates, en su ampliación de la “Historia Eclesiástica” (I, capítulo 13) reafirma esta leyenda, agregando que Constantino colocó el fragmento de la cruz que le dio su madre, en un pilar de pórfido en el foro en Constantinopla, o sea, que no lo llevó a Roma. Sozomeno, sobre la misma fecha, añade algunos detalles más, como que el lugar del Sepulcro del Señor fue descubierto por medio de un judío, cuyo padre le había dicho dónde estaba, y que la verdadera cruz fue distinguida de las otras dos la curación de una mujer enferma (ya no es un hombre), sino también por la vuelta a la vida de un muerto.

La más solemne referencia al hallazgo de la cruz por Santa Helena, la hace San Ambrosio de Milán (7 de diciembre) en el sermón fúnebre por el emperador Teodosio. Dando el hecho por histórico sin dudar. Y desde ahí hasta hoy. Pero, como suele suceder, a una referencia sencilla en origen, se van añadiendo detalles minuciosos, que convierten el hecho en una leyenda estrafalaria y llena de sin sentidos. Así nacieron las “Actas de Ciriaco”, un judío llamado Judas y asistente al hallazgo, que se convirtió (y se puso de nombre Ciriaco) al ver los prodigios de la Santa Cruz.

También se inventó una carta apócrifa del papa San Eusebio (26 de septiembre) a los obispos de Campania y Toscana, que dice: "La cruz de nuestro Señor Jesucristo, ha sido descubierta recientemente (…) el 4 de mayo. Mando a todos celebrar solemnemente el día mencionado la fiesta de la Invención de la Cruz ". (2) Anastasio el Bibliotecario, en su "Vidas de los Papas", al relatar la vida de San Eusebio, dice: "En su tiempo se descubrió la cruz de nuestro Señor Jesucristo el 4 de mayo, y Judas fue bautizado, que es el mismo es Ciriaco."

En el siglo V, el historiador armenio Moisés de Khorene dice que "Constantino envió a su madre, Elena, a Jerusalén, a fin de que pudiera buscar la cruz; Elena encontró el madero salvador, junto con cinco clavos". En el siglo VIII, San Andrés de Creta dice que todo ocurrió en el 303, y da una versión interesante: Santa Elena arrojó al judío Judas a un pozo, y lo mantuvo allí ayunando hasta que confesó cual cruz era la verdadera. Ya convertido a la fe cristiana, Judas (aquí no cambia de nombre) fue sacerdote y obispo de Jerusalén.
Hay que decir que el Papa San Gelasio I (20 de noviembre) condenó esta leyenda en su decreto "Recipiendis de Libris", en el 496 (o sea, recién nacido el bulo). Y en su "Corpus Juris Canonici", en un apartado llamado "De inventione Crucis", tilda estos relatos de apócrifos y modernos; y manda que no deben ser leídos por los católicos. Pero en vano, ya gustaban del pueblo, eran leídos en la liturgia que ya desde antiguo conmemoraba el “hecho” del hallazgo. (3)
En plena Edad Media estas leyendas fueron aceptadas y aumentadas por muchos de los cronistas medievales, como Regino de Priim (siglo X), quien dice “La cruz de nuestro Señor fue encontrada por Judas, pero, como se lee en los Hechos de los Romanos Pontífices, fue en virtud de Constancio, el padre de Constantino, y se descubrió mientras que Eusebio fue el Papa de Roma. Este Judas era el hijo de Simón, hermano de San Esteban, el primer mártir, y nieto de Zacarías. Judas había oído de su padre Simón el sitio de en que se hallaban la cruz y la tumba, y fueron y lo revelaron a Santa Elena. Judas fue bautizado con el nombre de Ciriaco, por el papa Eusebio, o como algunos dicen, por el Papa Silvestre”. O sea, que un sobrino de San Esteban aún vive ¡trescientos años después de Cristo, cuando supuestamente fue hallada la cruz!

Y hasta aquí basten como pinceladas, las menciones documentales y las leyendas añadidas en la historia de la Iglesia. En el próximo artículo, las contradicciones y conclusiones.

 


 

(1) Historia Eclesiástica I. capítulos 7 y 8.
(2) Esta carta es una de las falsificaciones del Pseudo-Isidoro, insertada en la colección de decretos atribuidos a San Isidoro.
(3) Las antífonas de Laudes en la fiesta de la Invención de la Cruz, en el Breviario de Treveris, son un ejemplo. Toman datos de las obras apócrifas condenadas por San Gelasio, siendo esta es la única reliquia literiaria que permanece en un oficio litúrgico.


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