El tesoro no podía existir sin un mapa. Era verano, pero en Braemar, en las Tierras Altas de Escocia, una tarde fría y lluviosa mantenía a una original familia atrapada en casa. Él, Robert, tenía treinta años y el alma de un aventurero encarcelada en un cuerpo frágil y enfermo. Ella, Fanny, tenía 11 años más, una debilidad oculta en una voluntad de hierro y dos hijos de un matrimonio anterior: Belle y Lloyd, el adolescente que encendió el fuego que aún nos alumbra.
Encerrado en su habitación, Lloyd se entretenía dibujando un mapa con sus acuarelas. No lo sabía, pero había dibujado un sueño. Fue su padastro quien lo descubrió. “¡Nunca olvidaré la emoción al ver la Isla del Esqueleto, la Colina del Catalejo, ni la emoción que sentó en mi corazón con las tres Cruces Rojas! ¡Pero la emoción fue aún mayor cuando escribió las palabras “La isla del tesoro” en la esquina superior derecha!”, contaría muchos años después Lloyd, al recordar cómo Robert Louis Stevenson convirtió su mapa en una de las mejores novelas de aventuras.
Es a este adolescente inconformista a quien varias generaciones debemos grandes momentos de felicidad. Porque fue Lloyd quien alentó a Stevenson a escribir la historia escondida en el mapa que habían dibujado esa tarde fría y desangelada. Fue así como aquel verano de 1881 nació ‘La isla del tesoro’, la novela que el escritor más aventurero, Jack London, eligió como la primera entre todas.
“Amó a Stevenson porque vuela“, escribió el fabulador Italo Calvino. Es una cita que suscribiría la magnífica tripulación que los responsables de Graphiclassic han reunido para llevarnos a ‘La isla del Tesoro’. Su “estudio gráfico y literario” es una joya de papel que reúne a los mejores ilustradores españoles contemporáneos con escritores que son admiradores de Stevenson confesos. “Quien lee a Stevenson, si es una persona medianamente sensible, entabla una amistad que perdurará a lo largo de su vida”, escribe Alberto Manguel en el artículo que inicia el cuaderno de bitácora de esta aventura editorial.
Manguel nos acerca a la vida y obra de Stevenson y admite la imposibilidad de aprehender la magia de su “estilo preciso, singular, invisible“, Fernando Savater nos invita a recorrer con él las calles de Braemar, en un texto que formó parte del guión de su serie televisiva ‘Lugares con genio’. Y Javier Marías nos descubre que al joven Stevenson le gustaba participar en concursos de blasfemias, en los que solía salir victorioso, y practicar lo que él bautizó como ‘jink’, que, en palabras de Stevenson, era “hacer los más absurdos actos por mor de su propio absurdo y de las risas consiguientes“.
Su acción menos absurda fue la que quizá más lo parecía. Stevenson atravesó un océano y un continente en busca de la mujer que amaba. Un viaje de 23 días que le puso al borde de la muerte. Lo cuenta Rosa Montero en su artículo, una reivindicación de la figura de Fanny Vandegrift, la mujer de la que el novelista se enamoró. “Fue una mujer extraordinaria – escribe Montero – (…) Tenía problemas psicológicos. Stevenson también. Probablemente ésa fue una de las bases de su mutua adoración“. Fanny, a quien Stevenson conoció cuando ella tenía 36 años y él 25, no solo cuido su cuerpo enfermo sino que, escribe Montero, “era su mejor consejera literaria“.
En este libro-revista hay artículos de Mario Vargas Llosa, Alejandro Jodorowsky, Antonio Tabucchi, Vázquez-Figueroa, Constantino Bértolo… seleccionados de aquí y allá con acierto o escritos expresamente para la ocasión. Imposible resumirlos todos e injuso centrarse solo en ellos. Porque lo que hace única esta obra es su combinación con las decenas de ilustraciones que las acompañan. David Pintor dibuja a Stevenson leyendo al filo de un acantilado. Carlos Uriondo, el capitán del navío, lo retrata rodeado de sus piratas inmortales, llamándonos con ojos saltones. Y Fernando Vicente pone cuerpo y alma a Jim Hawkins, Ben Gunn y, por supuesto, al inolvidable John Silver, el pirata ‘patadepalo’ más famoso.
“Por las caras de mis hijos y sus ganas de acometer cada capítulo y pasar al siguiente – escribe Fernando Vicente en las líneas que preceden a sus dibujos – puedo ver que el texto no ha perdido brío y resiste la desleal competencia de los ‘Harry Potters’ y best sellers juveniles de turno… La aventura continua“. No todos tenemos la suerte de tener un público tan apasionado. Afortunadamente, la aventura también llama a los que seguimos siendo solo hijos. Después de leer esta joya, quiero descubrir de nuevo la gran aventura pirata y no olvidar nunca el aviso de este gran soñador: “No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices“.
Pd.: Por si aún hay dudas. El Stevenson frente al acantilado es de David Pintor. El retrato de John Silver, de Fernando Vicente. Carlos Urriondo ha imaginado a Stevenson rodeado de sus piratas. Y este pirata que os saluda es obra de Ralph Steadman, cuya edición ilustrada está publicada por Libros del Zorro Rojo. La foto de Stevenson está tomada en Vailima, Samoa, la isla donde ‘Tusitala’encontró por fin su paraíso.