LA JAULA DE ORO
Título Original: La jaula de oro Director: Diego Quemada-Diez Guión: Lucía Carreras, Gibrán Portela, Diego Quemada-Diez Fotografía: María Secco Música: Leonardo Heiblum, Jacobo Lieberman Intérpretes: Brandon López, Rodolfo Domínguez, Karen Martínez, Carlos Chajón Distribuidora: Golem Fecha de Estreno: 05/12/2013
Siempre he tenido cierta debilidad ante las óperas primas. Ver la evolución de un director de sus pequeños pasos en el cortometraje al gran salto que supone el largometraje me parece un ejercicio estimulante como espectador y crítico.
Porque, pese a lo que les pueda parecer al espectador medio menos puesto en los entresijos del séptimo arte más allá de los estrenos más sonados y las estrellas mediáticas, la mayoría de directores no “surgen de la nada” cuando estrenan un largometraje, sino que han tenido una previa carrera en el mundo del cortometraje, en anuncios de televisión o videoclips que han ido formando su estilo.
Diego Quemada-Diez, de origen burgalés aunque ya lleva dos décadas instalado en el continente americano, empezó como asistente de cámara del director de fotografía de Ken Loach en Tierra y Libertad (Diego reconoce que Loach fue una gran influencia para él y en La jaula de oro se aprecia este dato) y un año más tarde a las órdenes de Isabel Coixet en Cosas que nunca te dije.
Después de esto emprendió su primer cortometraje Una mesa es una mesa como trabajo de graduación en el Instituto Americano de Cine (AFI), que recibió un premio de la Asociación Americana de Directores de Fotografía (ASC). Gracias a este premio trabajó como operador de cámara en 21 Gramos, y después siguió trabajando junto a otros directores como Fernando Meirelles, Tony Scott, Oliver Stone o Spike Lee.
En 2006 llegaría su segundo cortometraje, I want to be a pilot, que pasó por Sundance y ganó más de cincuenta premios internacionales. Ese mismo año hizo otro corto documental, La morena, que le reportó una beca del Cinéfondation, lo que hizo posible su primer largometraje, La jaula de oro.
Así pues, viendo su trayectoria, su influencia de Ken Loach y sus anteriores cortometrajes, La jaula de oro es la película que se esperaba de Diego Quemada-Diez. Contiene el compromiso de denuncia de I want to be a pilot con la contención de Loach, creando una docuficción sobre tres jóvenes de los barrios bajos de Guatemala que emprenden un viaje hacia Estados Unidos buscando una vida mejor.
Las idas y venidas de trenes son una constante en la película, al igual que las tensiones entre Juan y Chauk, un joven guatemalteco y un indígena de la sierra de Chiapas, creando así una metáfora de las fronteras raciales, que deberán superar si quieren llegar a su destino (otra frontera).
Filmada en super 16, Diego deja a un lado la estética en pos de llevar su mensaje sobre el drama de estos inmigrantes que arriesgan su vida por una esperanza que nunca saben si alcanzarán. El director quedó conmovido cuando estuvo dos meses en casa de un amigo cerca de las vías del tren y veía como todos los días llegaba lleno de inmigrantes que llamaban a su puerta en busca de comida y les relataban sus historias. Historias que se concentran en la mirada y gestos de estos tres jóvenes que protagonizan su película, Brandon López, Rodolfo Domínguez y Karen Martínez. Además, Diego confía en su instinto e improvisación, ya que no les dejó leer el guión, sino que les leía la escena en concreto que rodaban en ese momento, para que fueran ellos mismos. El resultado son actuaciones veraces que Cannes supo reconocer con un premio en la sección Una cierta mirada y que se convierten en el alma de la película.
Este tipo de películas corren un riesgo, y es que, como valor moral y cine denuncia destacan, pero como valor puramente cinematográfico no suelen aportar demasiado. En concreto La jaula de oro no sale tan mal parada en este aspecto, pese a estar grabada en super 16, no se encuentra descuidado su fotografía, y el ritmo, pese a que a veces se pueda hacer algo reiterativa por la historia, el enfoque de narrar el viaje como una aventura hace más ágil el proceso, apoyado por ciertas metáforas, sobre todo en su parte final, que daría su sentido al título, donde despunta y finaliza dejando buen sabor de boca (amargo por el mensaje). Quizás el subrayado musical le sobrase, ya que encuentro redundante acompañar la tristeza visual del mensaje con una banda sonora melancólica.
Por lo demás, un duro golpe a la conciencia del espectador.