Investigación y riesgo es lo que se necesita para encontrar una leche “como la de antes”; quien esté por encima de los 40 añitos, y haya crecido en un ambiente más o menos rural, seguro que recuerda al lechero, que pasaba por la calle haciendo sonar la bocina de su coche, en mi caso, recuerdo que era un 4L furgón o un land rover, y mamá salía a la calle con su cazo para comprar la leche directamente de la cantara de hojalata o aluminio a casa.
Este era todo el proceso de envasado que sufría la leche desde que era recolectada por el lechero desde primerísimas horas de la mañana. Algunos dicen que el lechero echaba agua y sal en la leche recién ordeñada; el agua por la evidencia del aumento de producción, la sal, para conservar el producto algunas horas.
Sea como sea, los lecheros se reunían en el mercado de abastos diariamente, donde su producto se analizaba con métodos de última tecnología; esto es, un densiómetro, para desvelar si la densidad de la leche era correcta, este, era el control de calidad del producto, realizado por las fuerzas del orden del pueblo.
La leche, era hervida por mamá nada más comprarla, se llevaba a punto de ebullición y se dejaba unos minutos a fuego muy lento. Un dedo de nata, aparecía después del proceso de hervido, esta nata, ¡¡¡huuuummm!! Con una tostada y un poco de azúcar, era el mejor desayuno que he tomado en mi vida.
Ese vaso que se quedaba totalmente blanco conforme se iba consumiendo la leche, ese sabor inconfundible. Sabores y sensaciones que ahora solo unos pocos pueden disfrutar, como era también el de los calostros de las vacas recién paridas, un manjar del que los niños eran los destinatarios casi exclusivos.
Recuerdos e imágenes de una infancia ya desaparecida tal y como ocurrió con el lechero, ¡cómo te echamos de menos Pepe!.