Revista Moda
Hola Paco,
Como habrás comprobado, prácticamente ya no escribo. Todo empezó por ahí. Los asuntos del parné eran la escusa perfecta. Hasta tal punto que ni siquiera remordimientos he tenido al respecto de mi terrible abandono. De ahí que las musas de la inspiración, aquellas inseparables meretrices que fustigaban a Bécquer para que nos llenara la sangre de melancolía en nuestra infancia, no aparecen desde hace meses. Siglos, que diría el Maestro.
Ahora he dejado de leer. En el último año y medio sólo he sido capaz de terminar la biografía de un genio hijo-de-puta llamado Steve Jobs (Q.D.T.E.S.G.). He anulado la suscripción del periódico y apenas ojeo el que llega a la oficinaalgún día suelto. Tampoco leo blogs. Revelación que me granjeará alguna que otra enemistad. Ni leo noticias completas en los medios digitales, apenas los titulares. La última columna de opinión que leí entera se pierde in illo témpore.
Lo único que leo son renglones de un máximo de 140 caracteres o estados de ánimo. En ocasiones apocalípticos –los míos-, otras informativos de carácter particular y la mayoría de las veces absolutamente intrascendentes, por no decir de una imbecilidad supina –incluidos los míos-.
Trasiego éste de la lectura telemática que me lleva a vivir vidas ajenas o a analizar problemas de algebra humanoide con tintes de revolución de mesa camilla. Este mundo cibernético ha creado demasiado Noel Gallagher: “I´m gonna start a revolution from my bed”.
Leo también correos electrónicos, decenas a diario. Renunciando así a mi propia elegancia por eso ahora los llevo en el bolsillo. Esos correos que son los telegramas del siglo que nos alberga: “Mejor esperemos hasta el martes” y versos de similar enjundia. De igual modo yo me he sumado a la tendencia y contesto sin el menor rubor: “Ok”.
¿Qué será lo próximo?. ¿Dejaré de escuchar música, salvo la que ponen en la emisora de los adolescentes cuando me subo al coche?. ¿Me convertiré en presa de la mediocridad encarnada por los íconos del estilo de Adele?. Menos mal que el mismo aparato que recibe los correos electrónicos en mi bolsillo, me recuerda que Glenn Gould y Bach existen cada vez que recibo una llamada. Creo que la bourée primera de la suite inglesa número uno me ha salvado la vida.
Así he llegado a esta situación de indolencia absoluta. Abandonándome a mi y a los que se dignaban a leer esas cuatro líneas que, hasta hace unos siglos –te echo de menos Maestro-, llenaban una parte importante de mi vida. Un hueco que ahora lleno con vino, conversaciones y hojas de cálculo.
Desde que no leo/escribo el carácter me ha cambiado. A peor, naturalmente. Porque cuando se vacía algo no se puede reemplazar con lo primero que pasa por la puerta. Aunque el vino sea excelente y las conversaciones acuciantes, al final el ciclo se vuelve repetitivo y el vacío sale a flote y se llena con lo peor de cada casa. Porque los vacíos existenciales siempre los llenan los mismos: el resentimiento y el odio.
En la soledad de los días, completados con divertimentos, vanidades y vacuidad –el vacío de lo vacuo-, me encuentro contigo y me veo en la necesidad de confesártelo: ayer tuve una revelación. Esa revelación es esta carta que te escribo, que a buen seguro tú sabrás interpretar.
Un fuerte abrazo,
Paco A.