Ella ya formaba parte de la historia política de Europa y de la militancia feminista más ardiente del siglo XX, pero ahora, desde el jueves 18 de marzo, es “inmortal” en su carácter de miembro de la Academia Francesa. Esta mujer de 83 años, abogada y politóloga, sobreviviente de los campos de concentración del nazismo y responsable de la Ley Veil, que permitió el aborto legal y seguro desde 1975 en su país, pidió que grabaran su número de deportada en la espada que tradicionalmente se entrega en el acto de bienvenida a la institución máxima de las letras francesas. En su discurso, Veil destacó la figura de su padre, “Desaparecido en el infierno de Bergen-Belsen, pocos días antes de la liberación de los campos, él todavía reverenciaba la lengua francesa. Por eso, mucho más de lo que yo estoy hoy, él estaría deslumbrado de que su hija venga a ocupar el sillón de Racine”, dijo.
Actualmente hay 35 varones y 4 mujeres en la Académie. Veil es la sexta mujer inmortal (la primera fue Marguerite Yourcenar, desde 1980 hasta su muerte, siete años después) y comparte el género con la helenista Jacqueline de Romilly, la historiadora Hélène Carrère d’Encausse y las escritoras Florence Delay y Assia Djebar. Autodeclarada “obsesionada” con recordar y contar su pasado en los campos de exterminio de Auschwitz y Bergen-Belsen, Veil hace la diferencia cuando se obstina en acentuar, no la sin duda tremenda pérdida de su familia, sino la enorme dificultad de armar una vida tras esa experiencia, la importancia de la construcción del propio destino, la identidad femenina y la creación de un marco de contención posible para volver a empezar.
En un editorial publicado en julio de 2009 en el diario El País, expresaba: “Dentro de no muchos años habremos desaparecido quienes sufrimos la deportación a los campos de exterminio nazi. En Francia, creo que quedamos unos cuantos centenares, poco más de 200 o 300. Cuando hayamos desaparecido, habrá que encontrar quién mantenga esta memoria. Para mí la deportación es una obsesión permanente y ella contribuye a mi reflexión sobre la política, la sociedad y la vida en general; también sobre la solidaridad. Quienes la sufrimos necesitamos hablar de ello, aunque nada más sea para evitar que se repitan los errores que condujeron a aquella tragedia”, escribió.
Hablar, escribir, transmitir un legado y confirmar que traspasó la barrera generacional... Veil dice sentirse sorprendida cuando chicas muy jóvenes la paran en la calle para abrazarla, agradecerle y pedirle consejos. Tal vez una de las pocas feministas vivas que conjugan una base académica sólida, una intervención cultural directa y sostenida con una praxis activa y con resultados que cambiaron la vida de miles de personas, tal es la importancia de su entrada al templo de la lengua francesa.
Simone nació en Niza en 1927. Su carrera empezó luego de licenciarse en derecho y ciencias políticas en París; a los 30 años era agregada titular del Ministerio de Justicia y poco tiempo después comenzó su carrera pública en la administración penitenciaria, en donde su mirada de género ya se transformaba en tomas de decisión que beneficiaban la vida de las mujeres.
Pero fue en 1974 que llegó el nombramiento como ministra de Salud, durante el gobierno de Valéry Giscard D’Estaing, que junto con quien fuera su primer ministro, Jacques Chirac, le dio prioridad al tema del aborto, ya instalado en la agenda política desde 1971 por el Movimiento de Liberación Femenino (MLF). Ellas formaron parte de las “343 sinvergüenzas” que firmaron un manifiesto publicado en el diario Le Monde, donde reconocían haber abortado. Catherine Deneuve, Simone de Beauvoir, Jeanne Moreau y Marguerite Duras, entre amas de casa, intelectuales, activistas y obreras, daban la cara y ponían el cuerpo a la reivindicación política de una práctica invisibilizada hasta ese momento. El mérito de Giscard fue rodearse de mujeres para poner en práctica algunas de sus reformas, como los beneficios por maternidad o las campañas de anticoncepción, y así es como nombró a Veil al frente de la cartera de Salud, convirtiéndose ella en la segunda ministra de la historia de Francia (la primera había sido Germaine Poinso-Chapuis, en 1947).
Pero no fue fácil. La propuesta le valió la agresión y el hostigamiento permanentes de políticos de derecha, la Iglesia y la ortodoxia judía. En un cruce diabólico de sentidos, la acusaron de mandar bebés a los hornos crematorios, pintaron esvásticas en su auto y en el ascensor de su casa y le enviaron cartas deseando el “infierno” para sus tres hijos. Treinta años después de instaurar aquella ley que sirvió como modelo para legalizar el aborto seguro, legal y gratuito, algunos que llegaron a legislarse y otros que todavía son proyectos, como el de nuestro país, Veil puede ser resistida pero siempre es reconocida y venerada. Es la presidenta de la Fundación por la Memoria de la Shoá y de la Fundación de Ciencia y Cultura en Europa.
Entre 1979 y 1982 fue la primera mujer que presidió el Parlamento Europeo después de realizarse las primeras elecciones por sufragio universal. De esa etapa, remarca siempre su filosofía sobre la diferencia entre hombres y mujeres y la importancia de la presencia femenina en la arena política.
Así como mencionó a su padre en la entrega de la espada académica, Veil siempre cuenta que fue su madre (que murió de tifus frente a ella y sus hermanas en Auschwitz) quien le transmitió la necesidad de autonomía y que pensar en ella la tranquilizaba cuando recibía los ataques a su gestión. “Las mujeres necesitamos de otras mujeres, porque la respuesta de los hombres en la sociedad está por todos lados, pero nosotras necesitamos identificarnos con mujeres, por eso soy feminista”, explicó.
Por Flor Monfort
Fuente: Página/12
Revista En Femenino
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