Pocas veces una película aborda la problemática del desempleo desde un punto de vista tan duro como lo hace La ley del mercado. La crisis mundial que sacudió a la mayoría de los países capitalistas dejó profundas secuelas en la clase media. Los recortes sociales y el paro se convirtieron de la noche a la mañana en obstáculos difíciles de superar y en el mayor desafío para todas las políticas nacionales como la francesa. Thierry, un magistral Vincent Lindon, es un cincuentón con esposa e hijo que ha sido despedido de su trabajo, una gran empresa que le ha dejado sin nada alegando una ficticia quiebra y un déficit económico muy grande.
Ante él, el futuro se antoja complicado. Las ofertas de trabajo son mínimas y los cursos que ha realizado a petición del Estado no sirven para nada. Para colmo está a punto de vencer su prestación por desempleo lo que le supondría poner en venta su casa, algo que no está dispuesto a consentir. Cada día mata el tiempo dando clases de salón con su mujer, haciendo de amo de casa o cuidando de un hijo que necesita su atención pues tiene una deficiencia física y mental muy notable. No solo eso, se ocupa de buscar trabajo presentándose a las entrevistas, cursillos de perfeccionamiento de hablar en público o elaborando un curriculum acorde con sus méritos. La edad es una de las razones más importantes que usan para rechazarlo sin darle una oportunidad y esto hace que se sienta frustrado en su hogar y fuera de él.
Un día la suerte llama a su puerta consiguiendo un nuevo trabajo como vigilante de seguridad en unos grandes almacenes pero por desgracia no todo serán buenas noticias. Su cargo le obliga a ser chivo expiatorio no solo de los clientes sino también de sus propios compañeros convirtiéndose en persona non grata para nadie. Un trágico suceso va a agitar los ánimos sobre todo los de Thierry que se siente en ese momento culpable en cierta manera de lo sucedido. La conciencia echa un pulso a la responsabilidad que tiene de llevar dinero a casa. Se siente infeliz y desgraciado en un trabajo que no le gusta ni le llena haciendo cosas que no aprueba seguro de que él mismo actuaría de la misma manera que sus víctimas si su situación económica fuera idéntica.
Stephane Brize usa al actor protagonista de La ley del mercado como ejemplo de algo que desea que conozcamos. La precaria vida laboral con la que contamos que nos hace aceptar un puesto de trabajo alejado de nuestros intereses y que nos convierte en unos parias al servicio de unos empresarios sin escrúpulos para los que no somos más que números. ¿Dónde queda la moralidad? ¿Dónde reside la compasión? ¿Vale todo con tal de ganar más dinero? Las vidas humanas son más importantes que una cuenta corriente saneada en el banco, un lugar que valora mucho más las posesiones materiales de sus clientes que a las propias personas ayudando solo a aquellos que más tienen y apartando a los que no pueden pagar sus deudas.
Es impresionante como una imagen puede decir más que mil palabras. El rostro del protagonista no insinúa nada, lo expresa todo. Cannes ha sabido verlo antes que nadie otorgándole el premio a mejor actor en el pasado festival.
A través de unas escenas maratonianas que duran más de lo deseado en La ley del mercado conocemos el lado más humano de este hombre que podemos ser nosotros mismos en un futuro dadas las circunstancias. El precio del mercado marca lo que costamos y también lo que podemos valer.
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