Revista Arte

La ley del silencio

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Si alguna vez me veo forzado a confesar todos mis pecados, me gustaría elegir un cura como el que interpreta Karl Malden en este film: el tipo de pastor que cuida de sus ovejas con una actitud valiente y enérgica.

Ante los problemas o las crisis, no lloriquea ni se pone a rezar; busca soluciones. Si tiene que fajarse para poner en su sitio a alguien, lo hace. Sin falsas posturas putea a los delincuentes, fuma cigarros baratos y toma cerveza con los buenos vecinos.

Tener un hermano hampón como el que encarna Rod Steiger, hábil en el manejo de las finanzas y de notoria influencia sobre las decisiones del jefe, no es en absoluto una desventaja. Salvo que por un instante de debilidad, en un gesto de amor fraternal, se puede terminar colgado de un garfio como pollo de mercado en la pared de un callejón.

Tampoco niego lo peligroso que resulta ganar la confianza de un líder sindical como Lee J. Cobb, que disfraza sus manejos mafiosos bajo una apariencia de defensa por los derechos laborales de sus obreros. De poco le sirve a Marlon Brando su cariñosa afición por criar palomas en el techo de un edificio cuando se ve envuelto en un crimen para el que es arteramente utilizado.

La dulce presencia de Eva Marie Saint, víctima indirecta de la explotación portuaria, y su enconada lucha por vengar el asesinato de su hermano, es quizás la única herramienta que logra frenar -junto a la resuelta intervención del sacerdote de la comunidad- la despiadada ola de violencia generada por Cobb y sus maleantes.

"La ley del silencio" (estrenada en 1954 con el título original de "On the waterfront") es una película de gángsters modernos, establecidos en los muelles de Nueva York para controlar el tráfico de estibadores.

Elia Kazan, como es habitual, reúne y conduce con encomiable acierto un reparto en el que destacan, algo escondidas, las figuras de actores que años más tarde conseguirán una meritoria fama en el cine y la televisión: Martin Balsam (conocido, entre otros, por su papel de investigador privado en "Psicosis de Hitchcock, aquí de fugaz aparición sin mencionar palabra como asistente de detective), Leif Erickson (recordado por su rol protagónico en la serie de vaqueros "El gran chaparral") y Fred Gwynne, (un desgarbado, y también mudo, gorila del cerebro criminal, 10 años antes de convertirse en el querido Herman Monster de la TV).

En síntesis, constituye uno de esos largometrajes en los que el espectador agradece no verse en la necesidad de trabajar en un ambiente como el retratado con maestría por el director de ascendencia turca.

Brando es un pelele que quiere surgir en la vida, pero equivoca el camino. Confiando en la protección de su hermano mayor, es un pichón que se involucra con auténticos tiburones. Respondiendo a una ingenua invitación de su parte, uno de sus compañeros es empujado desde la azotea por los matones de su nuevo patrón. Se ve enfrentado a una encrucijada moral. De él dependerá que el homicidio se aclare o permanezca impune para siempre.

Fernando Morote

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