Revista Arte

La leyenda del amante mozárabe

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

(Incluye un relato de ficción histórica)

La conquista de Córdoba por el rey de Castilla y León Fernando III el Santo no estaba en sus mientes en los comienzos del año 1236.

Y en verdad que no sería este rey cristiano quien la iniciara, sino unas fuerzas almogávares que hallábanse en la guarnición defensiva de Andújar.

Esta plaza se había convertido en lugar de concentración militar de quienes combatían en la franja fronteriza desde que el rey de Baeza hubiera de entregarla a Fernando III. A finales de 1235, dichos almogávares recibieron el aviso de la escasa vigilancia de las murallas protectoras de la ciudad de Córdoba y de la dejadez defensiva de que hacían gala sus entonces gobernantes. Según algunas fuentes, serían los mismos cordobeses, cansados del mal gobierno del rey Ben Hud -quien poco tiempo antes habíase hecho con el control de la ciudad-, los que aportaron tales noticias a cambio de que fueran respetadas sus vidas y haciendas tras la conquista.

Lo cierto es que aquellos almogávares determinaron emprender un ataque a la antigua ciudad califal para comprobar las posibilidades reales de conquista: llegaron a las proximidades de Córdoba un día de invierno (diciembre de 1235), siendo ya noche cerrada, y, favorecidos por la lluvia, unos cuantos (Domingo Muñoz, Benito de Baños y Alvar Colodro, entre otros) iniciaron el asalto con el mayor recato. Vestidos de muslimes y ayudados de una escala, algunos de ellos lograron ascender a lo más alto de la muralla norte por la puerta que más tarde sería llamada Puerta del Colodro, en homenaje al primero de ellos que subió el muro y lo ganó[1].

Aquel pequeño grupo que inició el asalto se deshizo de los centinelas, que dormían cuando debían vigilar, y siguiendo toda la muralla a lo largo de su adarve superior, alcanzaron la puerta de Martos (que daba acceso al arrabal de la Axerquía), donde los aguardaban sus compañeros, mandados por Pedro Tafur. Abrieron las puertas por las que se introdujeron en el citado arrabal y dominaron los barrios gremiales, abandonados precipitadamente por sus moradores para guarecerse en la medina.

Los cordobeses se organizaron e iniciaron una esforzada defensa para impedir el avance cristiano y la pérdida de la ciudad, logrando mantener a raya a los almogávares durante semanas. Estos, en vista de que no progresaban y de que si Córdoba recibía refuerzos perderían lo ganado, solicitaron el auxilio de Ordoño Álvarez y el del mismo rey don Fernando, que hallábase a la sazón en Benavente y que, admirado ante la posibilidad de realización de su más acariciado e imposible anhelo, se puso en marcha a finales de enero y en solo doce días, tras atravesar Extremadura y el valle del alto Guadiato, lograba llegar con su ejército a la antigua capital de al-Ándalus y cruzar el río por Alcolea. El rey Fernando III, llegado a la ciudad el día 7 de febrero, donde le esperaban las tropas de Alvar Perez de Castro, acampó en la orilla opuesta del río, en el solar de la antigua Shaqunda, para defender la entrada del puente.

Ben Hud, alertado por los cordobeses, partió de Murcia con su ejército y acampó en Écija. Entre las huestes del rey moro se contaba Lorenzo Suárez, con sus doscientos mesnaderos. Este cristiano había sido desterrado de Castilla por "malferías que ficiere" y ofreciose voluntario a Ben Hud para dirigirse al campamento cristiano como espía y averiguar lo que pudiera sobre las tropas de Fernando; no obstante, lo que en verdad planeaba era reconciliarse con el monarca castellano y ofrecerle toda la información que poseía sobre los musulmanes. Cuando este hombre se halló en presencia de Fernando III le aconsejó que prendiesen hogueras por la noche en distintos puntos del contorno de la ciudad de Córdoba para hacer creer al enemigo que eran incontables las tropas cristianas, mientras él volvía junto a Ben Hud para convencerlo de la enorme potencia del ejército castellanoleonés. Así se hizo y, ante la falsa información, aquel caudillo andalusí, que necesitaba poca cosa para eludir su obligación, tomó la decisión de retirarse.

En los días que siguieron, para reforzar el cerco fuéronse uniendo al ejército cristiano inicial las mesnadas de los obispos de Cuenca y Baeza, las del infante don Alfonso -hermano del rey Fernando- y las de otros nobles castellanos, así como las huestes de los caballeros de las órdenes militares, entre otros los de Calatrava, quienes resolvieron entretener la espera del que se preveía como largo asedio conquistando otras plazas del entorno más inmediato. De este modo comenzó la conquista del valle del alto Guadiato.

Una gélida noche de febrero, fueron convocados con el mayor sigilo varios ciudadanos de la villa de Ayn Qobboši[2], alertados por la proximidad de los ejércitos de Castilla y deseosos de poner fin al gobierno errático de los diferentes caudillos del periodo decadente almohade. La noche prometía ser larga. La conjura estaba en marcha.

- Sé por persona muy principal de Belmez que el rey Fernando III de Castilla, sabedor de que tropas cristianas habían ocupado la Axerquía de Qurtũba, abandonó al punto Benavente con todas sus huestes y, cruzando con premura Extremadura, ha atravesado nuestro valle sin querer reparar en todas las poblaciones del alto Guadiato, porque apremiaba su presencia en la capital -informó un cristiano de Ayn Qobboši con voz confidencial a los conjurados que se hallaban reunidos en secreto y a obscuras en la iglesia mozárabe de la puebla, situada en la plazuela central de shaqq al- sharie[3].

- ¿Entonces el rey Fernando se encuentra ya en Qurtũba? -indagó el más rico menestral de toda la villa, de nombre Zoílo.

Era don Zoílo propietario de la única tejera de la población, sita en la calle a la que daba nombre. Esta vía, en la parte más baja de la villa, salía al campo junto a una fuente que nunca se agotaba y que humedecía las tierras que la circundaban, originando los limos más excelentes. Aquellos lodos procuraban la materia prima idónea para fabricar tejas, lebrillos y otros alfares, así como los mejores adobes de toda la comarca, de los que se surtían no solo Ayn Qobboši, sino también las aldeas de su alfoz y los poblados vecinos. El renombre de la tejera de don Zoílo llegaba hasta Qurtũba, y en ella empleaba como mano de obra a más de cuarenta oficiales y peones, entre musulmanes y cristianos de la localidad.

- El rey, apenas llegado, ha puesto férreo cerco a la capital -continuó el informante-. Pero eso no es lo que nos atañe; lo que habéis de saber es que ha enviado algunas columnas volantes a razziar por este nuestro valle al mando del Maestre de Calatrava, don Gonzalo Yáñez de Novoa, que ha jurado sobre su cruz que todas estas villas y castillos serán cristianos antes de que acabe este mes de febrero del año del Señor de 1236.

- Pues mucha prisa ha de darse, porque ya está bien avanzado -terció un muladí, pariente del caid del castillo, de noble familia hispanogoda conversa al Islam y descendiente de Muhammad ben Mofreg al-Qobbošĩ[4].

Era bien notorio que numerosos musulmanes andalusíes se conjuraban contra los almohades en unión fraterna con sus paisanos mozárabes.

- Tenéis razón, mucha prisa ha de darse y mucha prisa se da. Belmez ya es cristiana -afirmó el confidente-. Muchos musulmanes cordobeses, resentidos con el emir Aben Hud, han propiciado la caída de Belmez en poder del rey Fermando, porque las luchas intestinas entre los emires rivales han acarreado el abandono y desprotección de toda nuestra comarca, Qurtũba incluida. Esa es su venganza. El Maestre de Calatrava, tras lograr la rendición de las plazas de Belmez, Espiel, Hisn Biyandar (Viandar) y Aliófar, se apoderó anoche de Masatrigo[5] y, al amanecer de mañana, se apresta a tomar esta nuestra villa... con nuestra inestimable ayuda, claro. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

- ...Y a espaldas de almohades y hudíes; se lo han ganado -concluyó con sorna el menestral.

Rieron con voces contenidas los conjurados; todos, menos el joven Esteban (primogénito del industrioso tejero don Zoílo) que andaba en secretos amores con Saida, la hija del caid musulmán de Ayn Qobboši. El muchacho, aunque mozárabe como su padre, no por ello dejaba de sentirse andalusí y de temer por la seguridad, el honor y hasta por la vida de su amada si la soldadesca cristiana entraba por fuerza de armas en la villa y el castillo.

Finalmente, los conspiradores abandonaron la iglesia que llamaban de San Miguel[6] después de acordar que, al rayar el día, los muladíes naturales del pueblo abrirían a los calatravos el postigo del muro occidental de la fortaleza. Esteban se debatía entre dudas y zozobras, pero sería infiel a los suyos si quería salvar a la bella Saida. Corrió amparado por las sombras, bajó la cuesta hasta la calle del Horno Viejo, buscó la casa de la alcahueta Asmã, vendedora de jabones y afeites, y le dió unos dírhems para que llevase una misiva suya al castillo y la entregara en manos de su amada. Allí mismo escribió el mensaje:

"Luz de mis ojos, vuestra vida es para mí más preciosa que la mía, pero he sabido que podríais perderla si no abandonáis el castillo antes del alba. No aviséis; más sangre correría si se ofrece resistencia. Os aguardo en la iglesia mozárabe. Que solo vuestra sierva más leal os acompañe y esté en el secreto. Esteban".

El primer albor no delataba aún la línea del horizonte cuando, en los corrales de una mansión cercana a la iglesia, la esclava abrió la verja que cerraba la boca de un pasadizo que comunicaba con las húmedas mazmorras de la fortaleza. Las dos jóvenes surgieron de la penumbra después de haber intercambiado sus ropas. Era noche gélida y ventosa. Solo se oía el aullido del viento y el ulular de una lechuza. Del resguardo del dintel de la iglesia de San Miguel se destacó una sombra; era Esteban. Saida se arrojó a sus brazos sollozando. - Al-salãm alayk um - saludó ella entre lágrimas. La lobreguez de la noche impidió que ambos advirtieran el relámpago de odio que restalló en los ojos de la esclava.

- ¡No hay tiempo que perder! -apremió el mozárabe enamorado-. Es serio el peligro que corremos y...

- No temáis, señor -interrumpió la sierva-. He cambiado mis vestidos con los de mi señora y velaré mi rostro para que en el castillo me tomen por ella y, mientras más tarden en notar su ausencia, más tiempo tendréis para ganar distancia.

- Gracias, mi querida amiga, Alá pagará tu bondad hacia mí y yo nunca la olvidaré -declaró Saida, agradecida, apretando con afecto las manos de la sierva entre las suyas, y añadió-: Vuelve y que Alá te acompañe.

Tras despedirse de su señora, la esclava regresó al pasadizo rumiando los celos de su amor contrariado, ese amor que fue creciendo paso a paso cada vez que, como mensajera, recorría el camino de ida y vuelta entre los hogares de los dos amantes. Entretanto, Esteban y Saida bajaban la cuesta raudos, pero sigilosos, hasta alcanzar la confluencia de las calles de la Tejera y de Ichbilia[7], donde los aguardaba una carreta tirada por una mula. El joven mozárabe ocultó a su amada entre adobes y tejas, subió a la montura y arreó al noble animal, enfilando la calle Ichbilia en dirección a la salida de la puebla y con rumbo a las tierras del sur. Apenas arrancó la carreta, se oyó enorme algarabía en la cima del cerro donde se alzaba el castillo: ruido de metales, golpes, fuertes voces y resplandores de fuegos que causaron el despertar sobresaltado de los pobladores. Clareaba el día cuando mula y carro salían de la calle empedrada y levantaban el polvo del camino entre los primeros olivos.

Desde los resquicios que se abrían entre las tejas que la cubrían, Saida divisó con las tenues luces del amanecer una enseña extraña que flameaba en la torre más alta de la fortaleza, un pendón que ostentaba en su centro una torre castellana. Gruesas lágrimas surcaron el bello rostro de la joven y humedecieron los adobes. Esteban, horrorizado por lo que oía a sus espaldas, fustigaba a la mula con el rebenque para que aligerara el paso. Un galope de caballos entre los olivos lo alarmó. No tardó en aparecer un grupo de jinetes almohades, que parecían tratar de alcanzarlos, al tiempo que también huían. El que los acaudillaba puso su cabalgadura al paso de la mula y refrenó su trote asiendo las riendas. Sus compañeros rodearon la carreta; cuando esta se detuvo, el adalid dirigiose al joven mozárabe:

- ¿Sois vos Esteban ben Zoílo, el tejero? -como este callara, ordenó a sus hombres-: ¡Registrad la carreta! - No tardaron ellos en sacar entre risotadas a la hermosa y arredrada Saida.

- Así que la esclava decía la verdad: el cristiano que nos vendió al rey de Castilla escapa como una rata y deshonra a la hija del caid.

Quedó la joven de pie, gimiendo y temblando como azogada, mientras el almohade aplastó a empellones la espalda del cristiano contra el flanco de la carreta, tras desarmarlo y sin atender siquiera sus razones. Mandó a tres lanceros que lo enfrentaran y, con un solo grito seco y cortante, dio orden de lanzar en el instante mismo en que Saida, en una súbita arrancada, se abrazó al cuerpo del amado, y tres picas aguzadas ensartaron sus cuerpos, mezclaron sus sangres y los unieron para siempre.

- ¡Muere perro! -escupió el arrayaz, al tiempo que picaba a su caballo para alejarse de la villa.

Cuando corrió la voz de la muerte de los desdichados amantes, el llanto vertido por los cristianos y muslimes de Ayn Qobboši enterneció incluso a los empedrados de sus empinadas calles. D. Zoílo, el menestral, levantó con sus adobes y sus propias manos una cruz en el camino para memoria y homenaje de los jóvenes enamorados, inocentes y únicas víctimas de la reconquista de aquella plaza por Castilla. Aunque... hubo una víctima más, y no inocente: una esclava enloquecida se arrojó desde la almena más alta a la hoguera que calcinaba la puerta del castillo.

Unos meses después, el 29 de junio de 1236, Fernando III de Castilla entraba triunfante en Qurtũba; medio año había durado el asedio a la emblemática capital de al-Ándalus. En septiembre del mismo año inició el soberano el repartimiento y los donadíos de tierras, desde la Sierra de Dos Hermanas hasta Dar al-Baqãr (El Vacar), desde Betrawj (Pedroche) y Gãfiq (Belalcázar) hasta Masatrigo y Hornachuelos. Unas plazas pasaron a manos del Temple, otras, a las de Calatrava; entre estas últimas se contaba la muy noble Ayn Qobboši, villa a la que los calatravos empezaban a llamar "Fuenteovejuna".

La leyenda del amante mozárabeCórdoba, estragada por el hambre, se rindió al rey castellanoleonés el 29 de junio de 1236, haciéndosele entrega de las llaves. El 30 de junio Fernando III hacía su entrada triunfal en la ciudad. Pese a que algunos caballeros propusieran pasar a cuchillo a los moros cordobeses, el rey Fernando rechazó la sugerencia y aceptó la capitulación ateniéndose a los términos en que había sido pactada con anterioridad: la salida con vida y con sus bienes muebles de todos los musulmanes que desearan abandonar la capital, así como de los que decidieran permanecer en ella. No hubo destrucción y los edificios continuaron intactos tras la rendición. En la torre más alta del Alcázar viose al fin tremolar el pendón de Castilla. La caída de Córdoba en manos cristianas conmocionó al mundo musulmán, ya que había sido la capital del antaño poderoso Emirato y posterior esplendoroso Califato de Córdoba, el más glorioso periodo de la Historia de aquella tierra.

La mezquita mayor fue purificada para el culto cristiano por el Obispo de Osma y el maestre Lope Fitero, futuro obispo de Córdoba, quedando bajo la advocación de la Asunción de la Virgen María. Convertida en Mezquita-Catedral, se celebró luego un solemne pontifical, entonándose el Te Deum laudamus por el Obispo de Osma.

El rey don Fernando III se acomodó después en el Alcázar y ordenó que las campanas de Santiago de Compostela, aquellas que Almanzor llevara a Córdoba a hombros de cristianos y que habían sido halladas en la mezquita sirviendo como lámparas, fueran de nuevo devueltas a su lugar de origen, porteadas a hombros de musulmanes hasta Galicia, para que tornaran a cumplir la misión para la que fueron creadas y sonaran ante la tumba del apóstol.

Cuando el monarca cristiano determinó regresar a Castilla, nombró antes como gobernador de la ciudad a Alfonso Téllez de Meneses y como gobernador militar a Alvar Pérez de Castro.

Pero la población musulmana no fue obligada a abandonar las ciudades y los campos. Esta política mantenida por el rey castellanoleonés Fernando III debiose sobre todo a la baja demografía castellana en el siglo XIII, que resultó decisiva para la permanencia de la población musulmana, aunque también existieran otros motivos de carácter económico, político-militares y sociales. Fernando III debió la enorme extensión de sus conquistas a su capacidad de negociación, a su talante conciliador y a las sólidas alianzas que logró con los gobernantes andalusíes y almohades, por lo que más que de conquistas debería hablarse de cesiones; la hábil diplomacia castellana de aquel reinado pudo obtener tales resultados gracias al respeto de sus pactos y nada se habría conseguido con la expulsión violenta de sus naturales moradores. La situación en al-Ándalus no se había deteriorado tanto como para que un solo rey cristiano, en el breve espacio de su reinado, pudiera incorporar por medio de las armas la enorme extensión de Andalucía que se logró sin embargo por medio de alianzas.

Resultaba imprescindible respetar los pactos escrupulosamente para impedir la unión de los distintos reinos andalusíes que conformaban aquellas terceras taífas. Pese a que hubiéranse enfrentado con frecuencia en el campo de batalla, no existía sin embargo entre las poblaciones civiles de ambos bandos un odio irreparable que impidiera la convivencia; tanto las experiencias andalusíes, como la aragonesa y la castellana habían constatado que era posible la convivencia pacífica entre muslimes y cristianos hispanos, siempre que se privara a los vencidos de sus caudillos y gobernantes y siempre que los vencedores dominaran las ciudades, castillos y plazas fortificadas.

Por otra parte, no interesaba al rey Fernando III ni a sus más cercanos colaboradores prescindir de una población necesaria para la producción agrícola y artesanal. Por ello, el rey cristiano se limitó a tomar posesión de las ciudades y plazas fuertes, de los bienes fiscales y de las rentas y derechos que hasta entonces habían correspondido al soberano musulmán y, en principio, solo se produjo un cambio de soberano. No obstante, en las plazas conquistadas por asalto se causaba despoblación, y quedaban a merced del monarca unas tierras que éste procedía a distribuir; el rey solía recompensar a quienes participaban en la expedición y a quienes financiaban las campañas. Estas recompensas recibían el nombre de donadíos. En las áreas rurales, al entregarse voluntariamente las villas y castillos, permanecieron en ellos sus pobladores musulmanes, con su propia administración de justicia, sus mezquitas y propiedades, limitándose los conquistadores a tomar posesión de las fortificaciones y a repartirse entre ellos solamente las casas y tierras que habían sido abandonadas por los fugitivos. Esta situación se mantuvo hasta el año 1263 d.C.

Bibliografía:

- " Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, nº 89″- Córdoba, 1969.

- "leyenda amante mozárabePrimera Crónica General ".- Nueva Biblioteca de Autores Españoles- volumen V, tomo I (1906).

- Expósito Martín, F.J.: " Reconquista y Repoblación en el sur peninsular en el siglo XIII: el nacimiento de la Andalucía cristiana ", Revista Temas para la Educación, Federación de Enseñanza de CC.OO. de Andalucía- noviembre 2011.

- González Jiménez, M.: "leyenda amante mozárabeEn torno a los Orígenes de Andalucía:la repoblación del siglo XIII " - Sevilla, 1980.

- Escobar Camacho, J.M.: "Córdoba en la Baja Edad Media ", Córdoba 1989.

[1] - Historiadores cordobeses que han investigado un hecho tan importante en su Historia, aseguran que, según sus fuentes, el tal Colodro era natural, al parecer, de un pueblo de Toledo llamado Cobeña. No obstante, otras fuentes lo consideran alavés. Tras la conquista, el rey Fernando III lo dotó con posesiones en Córdoba.

[2] - Ayn Qobboši, nombre árabe de Fuente Obejuna (Córdoba).

[3] - Shaqq al-sharie significa "la calle Llana".

[4] - Muladí, hispano converso al Islam. Muhammad ben Mofreg al-Qobbošĩ (siglos VIII-IX), natural de Fuente Obejuna, general del ejército del emir omeya al-Haqem I e instructor militar del heredero, luego Abd al-Rahmãn II.

[5] - Massatrigo (sic), habitado aún en 1236, aparece en los Anales Toledanos como donadío del rey.

[6] - En la actualidad es la ermita de Jesús Nazareno. Rivera Mateos ha defendido que es más que probable que este edificio fuera construido sobre los restos de otro anterior, aunque de cualquier modo el primitivo sería de estilo mozárabe y "no propiamente musulmán", ya que hay constancia de que precisamente durante el periodo de dominación musulmana la localidad de Fuente Obejuna siguió estando habitada, según consignó San Eulogio de Córdoba (s.VIII-IX) en su obra Memorial de los Santos y el regidor Caballero Villamediana en su obra sobre la Historia de Fuente Obejuna a finales del siglo XVIII, donde aseguró que en esos siglos el municipio continuó siendo habitado por musulmanes y mozárabes. También hay constancia de su poblamiento en el periodo árabe en las Crónicas Arábigas de José Antonio Conde.

[7] - Ichbilia, nombre árabe de Sevilla.

La leyenda del amante mozárabe

Carmen Panadero Delgado


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