Revista Arte
Cuando el gran poeta bengalí Rabindranath Tagore (1861-1941) viajase en 1924 hacia América del Sur, invitado por el gobierno peruano para celebrar su independencia, enfermaría gravemente de gripe en el barco durante su travesía por el Atlántico sur. Así que cuando el buque llegó a la Argentina decidieron arribar en este país, donde el poeta dedicaría casi dos meses en Buenos Aires a recuperarse de su enfermedad. Aquí conocería a la escritora Victoria Ocampo (1890-1979), con quién terminaría estableciendo una profunda y gran amistad. Fue ella quién le acogería durante ese tiempo de reposo en la villa de Miralrío -Vista al Río, propiedad de una prima suya-, casa de campo que alquilaría para él y que se encontraría muy cerca de Villa Ocampo, la residencia de la escritora argentina frente al fascinante y bello paisaje del Río platense.
Victoria Ocampo habría descubierto la poesía de Tagore diez años antes, y se quedó por entonces encumbrada ya con el verso sutil y despiadado del poeta frente a la soledad, al amor o a la muerte. En aquellos meses a su cuidado en la Argentina, Rabindranath acabaría incluso por dedicarse a pintar. Ella le cuidaría, y le ofrecería además sus maravillosos y naturales paisajes porteños para que el escritor indio se inspirase de nuevo, y comenzase -a los sesenta años- a expresar así sus emociones artísticas también en la pintura. A cambio él le compondría una canción, Puravi. Ocampo, fascinada por la capacidad de entender las pasiones humanas de su poesía, dejaría escrito que podría mirar a Tagore en su interior gracias a las creaciones de éste, pero que esa mirada se hizo más profunda cuando llegó a conocerle personalmente en Argentina.
Tagore entonces, ya en su alta madurez -cuando la conociera-, sentiría incluso una gran emoción plena de juventud, sin perder por ello la conciencia de los años (por qué viniste con pasos silenciosos en esta noche desolada). A partir de estos años sus creaciones en torno a los temas amorosos aumentarían en gran medida. En sus canciones líricas el amor es sueño y misterio, reflejan el esplendor bermejo del orto, del puravi (del oriente): has desaparecido en la oscuridad dejándome el espejismo del esplendor rojizo de la llama de una lámpara. El poeta bengalí manifestaría alguna vez cómo habría sido bendecido en su vida con estos acontecimientos afectivos, los cuales nunca pudo ignorar: No importan qué tipo de amor evoquen, tales sentimientos siempre hacen brotar flores en la selva de nuestros corazones. Para mantenerse vivos no siempre necesitan la presencia física, o la realización concreta de un acto de intimidad. Continúan floreciendo aun en ausencia, aun en silencio.
Victoria Ocampo nunca visitaría la India, a pesar de lo que él desearía que todas las personas de su intimidad conocieran su vida en su propio país. La negativa de Victoria a ello sin embargo le dejaría quizás un cierto vacío. Ya que, de haber conocido su tierra, su vida y su cultura, habría comprendido que el poeta no era ya esa persona que colocaba la perfección únicamente en el objeto, en la obra de arte, es decir fuera de sí mismo -tal como ella lo entendiera-, sino que su búsqueda iría mucho más allá de esa verdad y de esa belleza artística. Tagore escribió en sus últimos días:
En las palabras de sangre
yo vi.
Me conocí
encarando afrentas
y dolor.
La verdad es dura
y nunca engaña.
Y amé esa dureza.
En su libro El miedo a la Libertad, el psicólogo Erich Fromm (1900-1980) prefaciaría la obra con unas sentencias del Talmud: Si yo no soy para mí mismo, ¿quién será para mí? Si yo no soy para mí, ¿quién soy yo? Y si no ahora, ¿cuándo? También, el psicoanalista alemán utilizará una oración literaria del pensador renacentista Pico de la Mirandola: No te dí, Adán, ni un puesto determinado, ni un aspecto propio, ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por las que te decidieras, las obtuvieses y conservases según tus deseos y designios. La naturaleza limitada de los otros seres se halla determinada por las leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar delimitado por barrera alguna con tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que -casi libre y soberano de tí mismo- te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores, como hacen los seres embrutecidos; o podrás -de acuerdo con tu voluntad- regenerarte hacia las superiores, que son divinas.
Fromm afirmaría que el Hombre actual se caracteriza por su pasividad, y que acabaría así identificándose con los valores del mercado. El ser humano -continuaría- se ha convertido en un consumidor eterno, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito. El valor del Hombre se está limitando hacia lo material y no hacia lo espiritual (sus cualidades de amar, de razonar, de creación artística). La autoestima de los seres humanos está dependiendo de factores externos, y de sentirse un triunfador o no con respecto al juicio de los demás. El psicoanalista verá en el futuro el peligro de que los seres se conviertan en robots. Es verdad que los robots no se rebelan, pero dada la naturaleza humana éstos no podrían vivir como aquéllos y a la vez mantenerse cuerdos. Entonces -según Fromm- buscarán destruir el mundo y destruirse a sí mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de una vida sin sentido y sin objetivos. Para evitar todo esto el psicoanalista abogará por superar esta enajenación, por vencer las actitudes pasivas y por elegir el camino de la maduración, es decir, por volver a adquirir el sentimiento de ser él mismo y de retomar el valor de su vida interior.
En su obra lírica La Cosecha, Rabindranath Tagore nos dejaría ya escrito los siguientes versos:
No deseo que me libres de todos los peligros,
sino valentía para enfrentarme a ellos.
No pido que se apague mi dolor, sino coraje para dominarlo.
No busco aliados en el campo de batalla de la vida, sino fuerzas en mí
mismo.
No imploro con temor ansioso ser salvado,
sino esperanza para ir logrando, paciente, mi propia libertad.
Concédeme que no sea un cobarde, Señor;
sino que descubra el poder de tu mano en mi fracaso.
...........................................
Ya estoy entre los vencidos.
Bien sé que ya no ganaré, que no puedo ganar la partida. Aunque sólo sea para irme al fondo, me arrojaré a la charca. ¿Jugaré la partida de mi propia ruina!
Apartaré cuanto poseo, y cuando ya nada me quede me pondré yo mismo. Y entonces, definitivamente arruinado, irremisiblemente vencido, ¡habré ganado!
(Cuadro del pintor británico William Blake, Elohim creando a Adán, 1795, Tate Gallery, Londres; Obra El Prestidigitador, 1480, del Bosco, Francia; Óleo Escena de Amor, 1525, del pintor Giulio Romano, Hermitage, San Petersburgo, Rusia; Óleo El Harén, 1877, del pintor francés Fernand Cormon; Óleo Arco de Tito, 1730, del pintor Giovanni Paolo Pannini; Cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, Luna saliendo sobre el mar,1822, Berlín; Fotografía de Rabindranath Tagore con Victoria Ocampo en Villa Ocampo, 1924.)
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