Foto de Gérard Rancinan
El término “libertad”, así como sus inseparables “igualdad” y “fraternidad”, es una idea-fuerza, orientadora del quehacer masónico tanto en los límites de la logia como fuera de ella. Tales conceptos son ante todo principios éticos, pero también fines utópicos (en el sentido de “aquello que podría ser posible”) y coherentemente medios para alcanzar dichos fines. Son principios porque son inspiradores de la acción y de la reflexión. Son medios porque señalan lo que es lícito y deseable hacer para alcanzar nuestro deseos, y son fines porque nuestra acción ha de encaminarse permanentemente a la instauración, profundización y ampliación de lo que estos conceptos signifiquen en el mundo profano, en su concreción contextual, personal y socio-política.
Hay que distinguir entre “independencia económica” y “libertad”: si bien la primera puede coadyuvar a que la segunda se desenvuelva, en absoluto ello significa que la libertad no exista si no hay independencia económica. Por fortuna, la libertad es algo más que la simple y frecuentemente ilusoria “libertad” de consumo o de uso de bienes, que es lo que posibilita entre otras cosas la independencia económica. Pero también es cierto que en ciertos contextos y casos socialmente significativos, en la sociedad capitalista de mercado actual, la independencia económica facilita que la libertad de elección de las personas pueda desarrollarse sin cortapisas. Por ejemplo, en el caso de mujeres amas de casa, sin rentas propias, que son maltratadas por su maridos; o la del joven en paro que no puede optar por irse de casa porque no tiene dinero propio para ello...
La libertad filosóficamente hablando se describe y analiza en un doble sentido: como libertad negativa, es decir, de libertad como acción intencional no constreñida, no condicionada, que es aquella a la que se refieren expresiones del tipo “estar libre de”. La no independencia económica sería una de estas limitaciones de la libertad, pero también lo son las tradiciones, los dogmas, la obediencia ciega a las jerarquías, la creencia de que el saber del hombre es de más valor que el saber de la mujer, etc.
También está la libertad positiva, que se expresa como “libertad para” pensar, expresarse, decidir, participar, asociarse, reunirse, etc., es decir, la libertad para actuar en pro de la humanidad, de su dignidad, de su igualdad en derechos y deberes. Esta libertad, que se concreta usualmente en términos jurídico-políticos, son propiamente las libertades democráticas, o que la democracia debiera tender a instaurar, profundizar y ampliar.
Finalmente, algunos pensamos que además está la libertad “compartida” o igualitaria, que se rige por la máxima de “mi libertad es tal sólo si es la misma y en el mismo grado que para los demás”, lo que significa que las libertades concretas deben avanzar más allá de su positividad jurídica, para construirse como igualdad social, es decir, como igualdad entre distintos.