La limosna del peregrino en el catolicismo tiene una gran importancia en las Edades Media y Moderna.
La acción de donar para socorrer una necesidad tiene varios motivos: caridad, notoriedad y compensación por el perdón de culpas.
Las limosnas de los fieles han jugado desde el comienzo del cristianismo un papel fundamental en el patrimonio de la Iglesia.
Pero hay limosnas que se reciben para mantenimientos de culto.
En la Edad Media la pobreza estaba tan extendida que la Iglesia necesitaba cualquier recurso para atender a los menesterosos.
En la Casa Real había un cargo específico que se llamaba «El limosnero Mayor».
Ese cargo se vinculó con Alfonso VII en el año 1140 al arzobispo de Santiago.
El Camino de Santiago, jalonado de Iglesias, realizaba una acción recaudatoria entre los caminantes, especialmente nobles y ricos.
Las donaciones altruistas por medio del sufragio anónimo, se convirtió » La limosna del peregrino».
Pero el pobre y la pobreza han existido desde la Antigüedad y desde las autoridades hasta la Iglesia Católica dictaban medidas o recomendaciones para asistir a los necesitados.
Los pobres siempre fueron abundantes en número en aquella larga época de la Edad Media y, en algunos lugares se trataba de frenar el éxodo a las ciudades.
Las medidas adoptadas eran a veces más vejatorias para los necesitados, por lo que la tarea de los católicos era un puntal significativo en la economía de cada país.
El Museo del Bolso conserva varias de estas limosneras, con soportes pulidos y ricos bordados.