Seguimos con estas notas acerca de una historia no académica de la literatura. Ahora corresponde hablar acerca de los mitos que la propia literatura crea acerca de ella misma. El autor, el texto, la crítica y el lector pueden servirnos perfectamente como elementos para esta reflexión. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Queremos llevar a cabo un viaje real e imaginario por algunas de las intensas lecturas que los escritores modernos han hecho de los autores grecolatinos, desubicándolos y confiriéndoles una nueva vida en contextos y circunstancias completamente nuevos. Hay que fijar un criterio para este recorrido, de manera que no se convierta en una mera enumeración de datos o una simple miscelánea, por agradable e imprevista que ésta pudiera resultar. Recurriremos, no obstante, a lo que, en nuestra opinión, son los cuatro grandes mitos[1] sobre la literatura y sus circunstancias, a saber:
-El mito del autor y su obra (“mito biográfico”)
-El mito del texto (“mito filológico”)
-El mito de la crítica (“mito de lo clásico”)
-El mito del lector y la relectura (“mito de Pierre Menard”)
El primer mito parte de una realidad que todos consideramos natural (cabe pensar que quien escribe una obra literaria no es otro que un escritor), aunque no siempre se cumpla, pues el esquema del autor y su correspondiente obra a menudo se ve truncado por la ausencia de uno de los dos elementos, dando lugar a obras sin autor y, lo que es quizá más interesante, a autores sin obra. El mito del autor y su obra se podría resumir en una formulación más simple como el “mito biográfico”. El segundo mito tiene que ver, ante todo, con la realidad material de la literatura: la existencia de unos textos y las diferentes representaciones de esa textualidad, como puede ser el uso de las citas de textos ajenos en nuevos contextos. Bien podría denominarse como el “mito filológico”, por el carácter reverencial que todavía sigue mostrando el ámbito de lo escrito. Como luego veremos, Platón lo denomina el mito de Theuth. El tercer mito tiene que ver con lo que, en palabras del crítico literario Miguel García Posada, vendría a constituir el “vicio crítico”[2] de juzgar los escritos que leemos, tratando de separar lo que queremos que perdure frente a lo que nos parece meramente efímero; los cánones literarios serían consecuencia de este ejercicio crítico. De esta forma, al igual que en las religiones existen libros sagrados, en el ámbito profano contamos con libros clásicos, y cabría hablar, en este sentido, del “mito de lo clásico”[3]. El cuarto mito, finalmente, viene a ser complementario del primero y cierra el ciclo, pues tiene que ver con el destinatario natural de la propia literatura, aquel que la lee y le confiere su última razón de existir: el lector. Este mito podría denominarse perfectamente como el “mito de Pierre Menard”, en recuerdo del genial lector-autor del Quijote recreado en una impar ficción borgesiana.
Los autores griegos y latinos han sido objeto constante de estas mitologías, y no con menos intensidad en la dilatada literatura escrita a lo largo del siglo XX. Encontramos variadas recreaciones de sus personas dentro de las modernas ficciones; asimismo, sus textos aparecen citados o incluso reinventados de manera inesperada. Por lo demás, no pocos autores del siglo XX se aventuran en la crítica de los textos de la Antigüedad con mayor o menor fortuna, de manera que cabría incluso hacer una historia de tales juicios de valor, muy ligados a las propias estéticas de la modernidad. Finalmente, hay lectores modernos que hasta se han apropiado de los viejos textos con la pretensión de hacerlos también suyos, como es el caso paradigmático de Jorge Luis Borges y la Eneida de Virgilio. Vamos a ver, por tanto, cómo los viejos autores, sus libros y sus textos se recontextualizan y se desubican a medida que pasamos revista a los cuatro mitos de la literatura. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
[1] El uso del término “mito” que hacemos en este punto se acerca al que Roland Barthes emplea en su obra Mitológicas (México, Siglo XXI, 1980, p. 8), cuando por “mito” entiende, sobre todo, la confusión creada al interpretar hechos que son producto de la historia como meras circunstancias naturales. Esta noción de mito intenta, por tanto, desvelar ciertas falsas evidencias. Entiéndase, pues, que el uso que aquí hacemos de la palabra “mito” tiene un sentido muy general, pensando en aquellas supuestas certezas que, a pesar de referirse a una realidad no siempre comprobable, son aceptadas comúnmente. Jorge Luis Borges preferiría sin lugar a dudas hablar de “supersticiones”. Sobre los mitos, su definición y su concepto puede consultarse Lluís Duch, Mito, interpretación y cultura: aproximación a la logomítica. Traducción Francesca Babí i Poca, Domingo Cía Lamana, Barcelona, Herder, 1998 y Luis Cencillo, Los mitos, sus mundos y su verdad, Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 1998.
[2] Aludimos de esta manera al ameno libro titulado El vicio crítico, Madrid, Espasa Calpe, 2000.
[3] Hemos estudiado la historia del término “clásico”, desde su primera ocurrencia en el ámbito literario (Aulo Gelio) hasta su más moderna reformulación (Italo Calvino), en Francisco García Jurado, “La ciudad invisible de los clásicos. Entre Aulo Gelio e Italo Calvino”, Nova Tellus 28, 2010, pp. 271-300.