(El juguete)
Por C.R. Worth
Ya estaba entradita en edad, llamada despectivamente «solterona», y no era muy agraciada precisamente. Era un enigma de mujer, ya que muchos no entendían esa combinación de ser una persona muy religiosa, y a la vez amante más allá del límite de la ciencia ficción y fantasía.
Había tenido sesenta y dos Navidades y ninguna Nochebuena; así que cuando la «Naturaleza» llamaba, trataba de distraerse leyendo sus libros de ciencia ficción, o enfrascándose en la oración.
Camino del trabajo siempre se paraba a ver el escaparate de su tienda de libros favorita, y en cambio, trataba de pasar deprisa por delante del «Sex Shop», mirando de reojo sus ventanales y santiguándose más de una vez. Una de esas veces, sin embargo, no pudo evitar que un objeto captara su atención: era una representación de Cthulhu, esa deidad mitológica ancestral creada por Lovecraft. El dios extraterrestre de la ciudad sumergida era un consolador. Por primera vez se paró delante del escaparate para admirarlo, pensando «¡ay que ver lo que inventan!».
No podía quitárselo de la cabeza, y por semanas anduvo rondando la tienda hasta que finalmente se armó de valor para adquirirlo. Con la cabeza baja y pasando por todos los colores del arcoíris se dirigió a su casa con «su tesoro». Pasaría a su vitrina de coleccionables, junto a su Halcón Milenario de plata, el anillo para gobernarlos a todos, o su figurita de edición limitada del Terminator.
Al llegar la noche, la Naturaleza hizo de las suyas sintiendo esa comezón en el Trópico de Capricornio. Como un canto de sirena escuchó la llamada de Cthulhu, trataba de negarse y no romper el sello de la ciudad sumergida. No podía resistir la atracción, las estrellas debían de ser propicias y había que despertar a la criatura para desatar la locura.
Cthulhu se sumergió en la cavidad húmeda, tomó vida vibrando y se movía acompasadamente, mientras uno de sus tentáculos se aferraba friccionando la protuberancia del placer. Su poder se extendió por la tierra estremeciendo a su nueva y más ferviente seguidora en olas de placer.
Dejó de pasar cuentas e invocar avemarías, a partir de ese día, todas las noches sucumbía a la llamada de Cthulhu.