Como continuación de la pasada entrada, os describo lo que yo entiendo por la lógica común que se aplica ante las situaciones de pobreza o necesidad.
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Es la siguiente. Pongamos por ejemplo una típica situación de necesidad tal y como se están definiendo últimamente: una familia no tiene para pagar la luz. La explicación social que se le da a esa situación está clara: no tienen dinero porque se han quedado en desempleo como consecuencia de la crisis. Y la solución es igualmente obvia: hay que pagar la luz a esta familia. En cuanto a los responsables de pagarla también están claros: la administración pública “más cercana al ciudadano” y los servicios sociales de los que dispone para ello.Esta lógica común es la que se ha impuesto y por tanto, define claramente lo que los ciudadanos esperan de los servicios sociales. Y los profesionales de estas estructuras la hemos mimetizado, sin conseguir sustituir la misma por una lógica profesional (no diré científica porque suena hasta pedante y al fin y al cabo, no hace falta mucha ciencia para pagar un recibo de la luz, ¿verdad?).
Las razones por las que no hemos conseguido contraponer otro tipo de lógica son muy variadas, pero responden a dos grandes grupos de responsabilidad. La política y la técnica.
En el nivel de la política, habitualmente los responsables políticos de la acción social y los servicios sociales comparten esa lógica común (a veces por convencimiento y a veces por intereses espurios ligados a los votos) y con ella gestionan los servicios. Tan sólo les entra alguna duda al comprobar que manejan presupuestos escasos para abordar según sus paradigmas todas las situaciones de necesidad que se les presentan.
En el nivel técnico encontramos asimismo diversas razones. La presión institucional es sin duda una de ellas, pero también el haber desarrollado durante muchos años una lógica de necesidades y recursos de evidentes resonancias con esa lógica común.
Así, por opción o inadvertidamente, nos encontramos aplicándola a las situaciones que se nos presentan y reduciendo nuestra función a la aplicación de unos baremos que “objetivan” la necesidad, lo cual en la mayoría de las ocasiones tiene una función más policial que otra cosa: comprobar y documentar lo que nos dicen (en nuestro ejemplo que es cierto que la familia está en desempleo y no tiene dinero).
Aplicando esta lógica hemos forzado prestaciones diseñadas para la inserción para utilizarlas como garantía de subsistencia, lo cual ha generado no pocas disfunciones. Enlace. ¿Qué compromisos o contraprestaciones planteamos a quien cuyo único problema es la falta de dinero? Esos compromisos se supone que iban dirigidos a promover la inserción... ¿de quien ya está insertado? Entonces esas contraprestaciones ¿son un castigo, o el pago para poder recibir la prestación?
Creo que falta un debate profundo sobre el modelo, tanto dentro del sistema de servicios sociales como dentro de la profesión del trabajo social.
En la actualidad hay demasiada confusión entre los modelos: renta básica universal, condicionada, rentas mínimas de inserción, subsidios... mezclados por territorios (la falta de una ley general hace que cada cual desarrolle su particular invento) y cruzados por los diversos intereses, percepciones y motivaciones de, al menos, tres niveles: los técnicos, los políticos y los ciudadanos. Añadámosle al tema cuarto y mitad de ideología y una pizca generosa de dispersión entre los diferentes niveles de la administración y tenemos el panorama completo.
De esta confusión, en este panorama, sólo podemos salir fomentando un debate complejo que nos lleve a consensuar el modo de afrontar las situaciones de necesidad dentro del modelo que queremos para el sistema público de servicios sociales. La otra salida es seguir aplicando la lógica común.
No sé si seremos capaces de salir de esta lógica. No sé ni si queremos salir de ella. Pero me parece que si seguimos más tiempo en ella la desaparición del sistema público de servicios sociales está garantizada. Si la lógica común se impone a la profesional, como está sucediendo, las consecuencias están claras: sobran los profesionales.
Y un sistema sin profesionales ya lo hemos conocido. Se llamaba beneficencia y atendía a los pobres. ¿A quién se le pudo ocurrir un día que eso no era suficiente...?