Emociones desbordadas anoche en el BEC! bilbaíno, con ocasión del memorable concierto con el que el genial Ennio Morricone empieza, parece que de forma definitiva, a despedirse de los escenarios españoles. Muchísima gente, claro, con la sensación de estar asistiendo a uno de esos eventos que se quedarán para siempre en el pecho, y la certeza de que pocas ocasiones habrá ya (por lo avanzadísimo de la edad del italiano, como el mismo nombre de la gira “The Final Concerts World Tour” parece remachar de forma algo funesta) de presenciar algo así.
Quizá no fuera perfecto, pero ni siquiera hizo falta que lo fuera para erizar el vello de los allí presentes: ni el marco era más adecuado – el monstruoso recinto ferial no es una sala de conciertos, para qué vamos a engañarnos- ni la amplificación a través de los altavoces (me imagino que en esas primeras filas a doscientosypico euros sonó impecable) fue inmaculada, ni daba tiempo en las dos horas y pico de recital a recoger más que una infinitésima parte de la obra de Morricone. No sonaron, por supuesto, ni “La Lucertola“, ni “Come Maddalena“, ni “Tornare E’ Como Morire” , ni muchas otras de mis debilidades, ni tantas y tantas joyas de un legado tan inmenso -literal y figuradamente- que las melodías legendarias han acabado por sepultar a las obras menores, y -como era de esperar- los años de Hollywood o los temas del “spaguetti-western” acabaron por tomar el lógico protagonismo.
Nada que reprochar, no obstante: lo vivido ayer fue tan profundamente emocionante y hermoso que el maestro puso en pie a los que solo habían ido a escuchar la banda sonora de “La Misión“, a los amantes del cine en general, a los que fueron porque algo había que hacer, y a los que no pudieron evitar sorprenderse (me incluyo) cuando alguien tan fuera de su órbita como Dulce Pontes consiguió arrancarles unas lagrimillas. Todo el publico de pie, aplaudiendo como solo puede hacerse ante la genialidad inapelable. Gracias, gracias por tanta belleza, gracias por toda esa música eterna, Ennio Morricone.
“La Lucertola” pertenece, ya lo sabeís, a la época que más me gusta del italiano, la que acompañaba películas de género giallo o thrillers de tinte pseudoerótico (muy en la línea de nuestro célebre cine “del destape”) como “Una Lucertola Con La Pelle Di Donna“. La película era una coproducción hispano-italo-francesa de 1971, dirigida por Lucio Fulci y muy revindicada hoy en día por los amantes del cine fantástico. Para que os hagáis una idea, ahí va un avance de la sinopsis tal y como se recoge en la wikipedia: “Carol es la hija de un importante político y la esposa de un brillante abogado. Ella se mueve dentro de la clase social mas encumbrada, pero tiene una vecina, Julia, en cuya casa se celebran escandalosas reuniones en las que abundan las sesiones de sexo y las drogas. Carol tiene pesadillas por lo que frecuenta a un psicoanalista. En una ocasión sueña que pierde el abrigo en el vagón de un tren quedando completamente desnuda delante de todos, sueña que hace el amor con su vecina Julia y que después la apuñala y la mata”. Está claro por donde van los tiros ¿no?
El trabajo de Morricone con el leitmotiv musical (el que se recoge precisamente en este tema) es soberbio: la increíble melodía cantada por su inseparable Edda Dell’Orso se desenvuelve ante nosotros envuelta en aires oníricos y sensuales, muy acordes con la historia filmada, y como es habitual en el compositor, deja que los vientos construyan luego su propia réplica del motivo en una emocionante espiral, hipnotizante y profundamente romántica. Un clásico escondido (la película es de 1971, pero la banda sonora no se editó hasta 1996, como parte del homenaje que se hizo al cine de Fulci en el Fantafestival romano) de un autor que firmó más de quinientas bandas sonoras, se acercó al pop sin ningún tipo de prejucios, y escribió para siempre su nombre, con letras de oro, en la historia de la música, del cine y de nuestras vidas.
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