Editorial Vitrubio. 83 páginas.
1ª edición de 2013.
Conocí a Joan Payeras (Palma de Mallorca, 1973) hace un par de años. Me lo
presentó mi amigo el poeta Javier
Cánaves una noche que quedé con él en el paseo de Palma de Mallorca, donde
viven los dos. Yo estaba allí de viaje de fin de curso con los alumnos del
colegio donde trabajo. Pasamos una noche agradable hablando de libros.
El año pasado me presenté con mi
último poemario al premio convocado por el Café
Comercial, que editaba la madrileña Vitrubio. Era la primera convocatoria
de este premio sin dotación económica y resultó (como le escuché contar a sus
organizadores meses después) un éxito en cuanto al número de participantes. No
gané ese premio, pero me alegró ver que el ganador era aquel Joan Payeras que
me había presentado Cánaves, que tan bien me cayó, con el que había
intercambiado después algunas palabras por facebook, y cuya presencia como
ganador acreditaba que el primer premio del Café Comercial no había estado
amañado (sospecha habitual que recae sobre la mayoría de premios de poesía de
este país).
El pasado 15 de marzo, cuando el
libro se presentó en el Café Comercial, me apeteció pasarme a saludar a Joan.
Me gusta el Café Comercial; con los precios por las nubes del Café Gijón, el
Comercial es el café literario más emblemático de la capital. Sin embargo,
nunca había subido a su segunda planta, al llamado Rincón de don Antonio, con
su gran vista sobre la glorieta de Bilbao.
Hace unas semanas me acerqué a
los poemas de La luz y el frío, unos poemas normalmente cortos, tanto que
algunos caben en un tuit (que frase más posmoderna acabo de escribir).
Es éste un libro que bascula
entre dos conceptos o dos imágenes fuertemente connotadas: la luz y el frío. El
frío simboliza a la muerte, una muerte contemplada con la angustia del ateo,
del hundimiento en la inexistencia y en la desaparición de la propia
consciencia. La luz simboliza la vida, en muchos casos fragmentada en frágiles
instantes inaprensibles, bellos momentos retenidos por la memoria, una memoria
que inevitablemente se va diluyendo en la nada.
Ahora voy a mostrar algunos
poemas del libro en los que se pueden apreciar los temas señalados en el
párrafo anterior.
Sobre los instantes que se nos
escapan (la luz) y la insuficiencia
de la memoria para retenerlos, destaco este poema alegórico de la página 19:
El paseo
Recuerda: todo lo que queda entre
un
momento y otro, cogidos ambos al
azar y
sea cual sea la distancia que
haya entre los
dos, sólo es polvo y quizás,
memoria.
Mientras el viento apenas
acaricia las
hojas de los árboles, y tú me das
la mano
después de colocarte bien el
abrigo, y en
algún lugar alguien tararea la
canción que
suena en mi cabeza. Los coches se
detienen y arrancan, se detienen
y arrancan: se detienen. Prende
una luz
enferma, amarilla y breve, en las
farolas.
Hace frío.
Recuerda: al final del paseo ya
habrá
caído la noche, y todo lo que
quedará será
polvo y tu modo de colocarte el
abrigo y,
quizás, el eco de una canción
lejana
perdiéndose entre los ecos del
tiempo.
Algunos de los poemas poseen un
carácter bastante conceptual. Destaco este de la página 53:
Música de fondo
Durante el día, la canción
sonando una y otra vez
como si todo se escondiera en
ella:
dando fe de la luz y del terror,
siendo el centro donde todo
converge,
de donde todo parte y adonde todo
llega.
Y durante la noche, la canción
sonando una y otra vez
como si alrededor de ella
no hubiera nada, y su eco
fuera el eco del centro de la
nada
al desaparecer sobre sí misma.
En algunos casos el poema se
vuelve un tanto críptico, por lo que algunas composiciones de este libro me
gustan menos que otras, como este poema que aparece en la página 22:
Habitación del solitario
La línea azul del horizonte
cruza el espejo.
Nunca hay rastro de huellas
en las baldosas de la cripta.
Nadie es capaz de descifrarte.
La línea azul del horizonte
cruza el espejo.
Sobre la mesa están tus
credenciales.
Sólo una ley: tu apuesta.
Sólo un amor: tu vuelo.
Sin embargo, existe un gran
número de poemas muy claros en su exposición y de gran belleza formal; destaco
éste (tan a lo Juan Ramón Jiménez)
de la página 70, que además sirve de paradigma de los temas principales del
libro:
Tarde de enero
Pasará nuestro tiempo.
Otro invierno vendrá a cubrir de
blanco
los mismos montes,
y en un día de sol que se
parecerá a éste
unas manos tan frías como las que
sostienes
estrecharán el hueco de otras
manos.
En las paredes blancas que ahora
nos rodean
golpearán las voces de otros
hombres,
y dejarán pasar la corta tarde
entre estos almendros.
Entonces muchos pisarán
la sombra última
de aquel arco de medio punto,
y un perro ladrará
antes de que la noche clara
anuncie
otro día de sol para el día
siguiente,
pero nosotros no,
nosotros ya no estaremos
entonces,
ya no estaremos nunca.
En uno de los últimos poemas se
muestra de forma explícita el por qué del título, el contraste entre la luz y
el frío (o lo que lo es lo mismo: la vida y la nada). Página 77:
La respuesta
Pensaste primero que la clave
estaba en la
arena, y en tu modo de huir
siempre, en la
aparente imposibilidad de
apresarla.
Después pensaste en la nieve y en
el
blanco absoluto indefinible, la
ausencia de
mácula, la claridad doliente
hasta el
silencio, hasta la ceguera.
Pero era la luz: el modo
definitivo que
tiene la nada de llegar y
desaparecer, de
haber sido y dejar de ser, sin
existir
siquiera.
Me ha gustado La luz y el frío, me ha parecido un
poemario elegante y maduro, sabio y bello en su exposición del camino hacia la
inexistencia, de la fragilidad de la memoria para retener lo que fuimos. Así
que la primera convocatoria del premio de poesía Café Comercial no sólo resultó
ser un éxito en cuanto al número de participantes, también lo ha sido al
comenzar su andadura con un destacado poemario como es éste.