Algunos días de invierno, cuando era pequeña, si amanecía muy soleado, al medio día se dejaba percibir cierta calidez del sol que invitaba a salir a disfrutarlo, como ha sucedido esta semana.
Era entonces cuando, al pasear por el campo, se te quedaban pegados en la cara y en la ropa infinidad de hilos de tela de araña que brillaban si los mirabas al contraluz del sol. Yo me empeñaba en seguir esos hilos buscando la araña que lo tejía, pero nunca la encontraba.
Mi madre, que tiene su peculiar vocabulario y explicación para todas las cosas, me decía que eso no eran telas de araña, sino "la madre del sol", que en invierno salía para anunciar que el sol había vuelto a resurgir.
Yo me imaginaba que un nombre tan grandioso era más propio de una señora refulgente y todopoderosa que iba lanzando rayos de sol por todas partes. Pero me tranquilizaba pensando que la madre del sol era muy buena y se había convertido en finos hilos brillantes de seda para no asustarnos.
Hacía más de 20 años que no había vuelto a ver la madre del sol y esta semana, paseando en estos días soleados, he vuelto a verla, con sus brillos resplandecientes, con sus hilos infinitos pegándoseme en la cara.
Volví a recordar sensaciones de la infancia, la inocencia e ingenuidad de aquellos años, y me alegró comprobar que la madre del sol viene cada invierno para anunciar que el sol vuelve a resurgir. La vida continúa adelante.
Con mucho cariño para mi madre, que sigue alegrándome con sus particulares explicaciones sobre la vida.
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