Revista Espiritualidad

La Magia de la Navidad

Por Tara

La Magia de la Navidad La Navidad es la época mágica del año. Es la más encantadora de las estaciones. Hasta el mismo aire parece estremecerse y centellear de felicidad y anticipación. El que ha aprendido, mediante la profunda comunión interna, a contactar con los planos ocultos de la naturaleza, reconoce que las festividades sagradas del año se observan en los mundos internos, y que éstos transmiten su impronta al mundo físico externo. Esto es especialmente exacto en tiempo de Navidad. Las celebraciones jubilosas, el color, la música y el regocijo que tienen lugar en el mundo externo, no son sino un pálido reflejo de los fenómenos correspondientes en el mundo espiritual. Cuando Cristo llega al corazón de la Tierra, en esta hermosísima estación, la brillantez de Su inmensa emanación impregna el Planeta entero con su esplendor. Esta radiación penetra incluso en el mundo físico exterior, pero la densidad de la materia hace ciegas a muchas personas a sus refulgencias. Muchos sensitivos, sin embargo, sienten la saliente luz. Aunque no la vean, son conscientes de la elevada exaltación y la rica inspiración que sitúa el período navideño aparte del resto del año. El tremendo amor-luz, con que Cristo impregna el planeta cada año por Navidad, está cambiando gradualmente la vibración atómica de la Tierra, y este gran derramamiento de amor-luz, cada año, es el verdadero regalo de Navidad de Cristo al mundo. Mediante él, el Planeta se va eterizando y sensibilizando hasta el punto de poder responder a nuevos y cada vez más elevados ritmos vibratorios. Gradualmente, pues, el ritmo crístico, palpitando en la Tierra, se hará tan potente, que todas las vibraciones disonantes serán eliminadas: La terrible plaga de la guerra, que ahora separa a los hombres de los hombres y a las naciones de las naciones, ya no será posible; la enfermedad, la miseria y, finalmente, hasta la muerte misma, serán vencidas. Cada átomo del globo responde al divino influjo con una vasta pulsación, rítmica como la música, para el que la puede oír. Su eco es repetido por el jubiloso tintineo de las campanas de Navidad, pues no hay una época en todo el año en la que las campanas repiqueteen tan gozosamente como en este tiempo. Los ángeles deben amar también esta época con un amor especial, ya que se aproximan a la Tierra y entonan sus más deleitosos cánticos. Noche y día, multitudes de ellos, se ciernen sobre el Planeta, derramando sus bendiciones sobre todo lo que tiene vida, unas bendiciones que, luego, tienen su contraparte física en el incienso que perfuma muchos lugares de culto en esta época sagrada. Los antiguos Iniciados cristianos contactaban a voluntad las celebraciones en los planos superiores, y muchas de las ceremonias que establecieron en la iglesia, reflejan los rituales iniciáticos de los mundos internos. Los Maestros músicos han captado melodías de la música angélica y las han trasladado a la Tierra en inspirados villancicos que perdurarán mientras la Tierra exista... "Alegría al mundo, el Señor ha venido" es un canto angélico que expresa un misterio cósmico perteneciente a los ángeles y a los hombres. Entre las bandadas angélicas que cantan sobre la Tierra en tiempo de Navidad, hay un ser femenino cuya luz áurica se extiende a vastos espacios: "La reina de ángeles y hombres", que añade su melodía a la de los seres celestiales, al tiempo que derrama sus bendiciones, especialmente sobre las madres y sus bebés, ya que conserva en su sagrada memoria y lo comprende mejor que ninguna otra madre, el profundo sacrificio que supone este tiempo santo. Su nota-clave musical resuena en el Ave María, y todos los que la oyen quedan influidos, consciente o inconscientemente, por su bendición. En cada una de las cuatro sagradas festividades, los seres celestiales impregnan los mundos etéricos con una radiación divina. Cada una de esas estaciones posee su propio color característico, lo mismo que su propia nota-clave musical, ambos empleados en las ceremonias de los Templos de Iniciación desde hace eras. Todos estamos familiarizados con el rojo y el verde de la estación navideña, tal y como se celebra en Occidente. El verde es el color de la vida nueva. Generalmente se le asocia con la primavera, cuando la nueva vida vegetal se hace visible en el hemisferio norte. Sin embargo, es en tiempo de Navidad cuando esta nueva vida se agita primero, dentro del Planeta, y por eso es por lo que los antiguos videntes lo usaban como motivo decorativo en sus celebraciones del medio invierno. El rojo es el color de Marte. Es también el color de la actividad, que se agita a través del Planeta, cuando el rayo de Cristo "renace" en su interior. Marte está exaltado en Capricornio y las festividades navideñas se celebran cuando el sol entra en este signo el 21 de diciembre. El lugar de la exaltación de un planeta es donde sus fuerzas espirituales se concentran. El rojo perteneciente a la Navidad no es un tenebroso carmesí, sino el puro y claro color producido por la transmutación del denso rojo de la pasión en el más claro tono de la compasión. Esto sucede con el paso de lo personal a lo impersonal, de lo individual a lo universal. La magia de la Navidad se caracteriza por un espíritu de buena voluntad universal. La gente se ve animada de impulsos amistosos y generosos. Hay pocos tan egoístas que no den algo, de sí mismos o de sus bienes, a otros. Las comunidades, grandes o pequeñas, conciben diversos proyectos en auxilio de los necesitados, los enfermos y los desgraciados. Los hospitales y orfanatos la celebran con cariño y amor, buenos deseos y protección. La aspiración de todos, por doquier, es iluminar por lo menos un rincón, proporcionando esperanza y alegría a los menos afortunados. Este sentimiento de fraternidad universal encuentra su símbolo más alegre en Santa Claus. Él es el que visita anualmente, por Navidad, los tejados de todo el mundo, repartiendo, entre todos, regalos y deseos de felicidad. Se le conoce por distintos nombres en los diferentes países, pero su espíritu es siempre el mismo, porque no es más que la personificación de la buena voluntad universal que Cristo trae cada año a la Tierra y que cada vez se va convirtiendo en una fuerza más poderosa que conmueve la conciencia del hombre a lo largo y a lo ancho del mundo. Pero, por encima de la belleza, el color y el regocijo que animan a la mágica Navidad, por sobre toda la actividad, el bullicio y la confusión, resuena en el aire un cántico más tierno y hermoso que el canto de los ángeles y arcángeles: La voz del mismo Cristo, reiterándonos que, cualquier cosa que hagamos para aliviar la carga, para sanar las heridas, para mitigar el sufrimiento o para iluminar los días de cualquier ser humano o cualquier criatura viviente, a Él se lo hacemos. Él mismo lo expresó así: "Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era extranjero y me acogiste, desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me visitaste, en prisión y viniste a verme".

Corinne Heline


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