Llegó al dojo con su carga del día: una mujer maltratada, un hombre aburrido, tres obsesionados, todos ansiosos, todos deprimidos, dos avariciosos y siete egoístas.
Mientras vistió su bata blanca demédico los contempló a la manera científica, observando signos y síntomas, analizando y diagnosticando, buscando el mejor tratamiento y aplicándolo. Ellos no eran él. Ellos eran los equivocados.
Mientras se vestía con el kimono, el kolomo y se cubría con el kesa, el hombre recordó cada uno de sus pacientes y, desalentado, pensó: "dios mío, no soy tan diferente! "
Cuando atravesó el umbral del dojo y se sentó, el médico y el hombre, la maltratada, el aburrido, el obseso, el ansioso, el deprimido, el avaricioso y el egoísta, el padre, el amigo, el marido y el hijo y todos los demás, cobijados bajo el kesa, entregaron sus pensamientos al viento y permitieron, por la inmensa fuerza de la mera decisión de soltarlos, que se deshicieran en el vacío de origen.
Fue entonces que la maltratada recuperó la dignidad, el aburrido tuvo una idea genial que le lanzó fuera de su silla, el obseso pensó que bah, tampoco es tan importante!, el ansioso pisó el presente, el deprimido agradeció la vida, el avaricioso se puso a repartir cuanto tenía y el egoísta pronunció la palabra mágica que todo lo cura.
Pero el monje nunca lo supo y tampoco hacía falta. La vida se encarga de lo suyo.