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La mal llamada gripe española.

Publicado el 03 diciembre 2020 por Mj Sol

Hay muchas personas que jamás han oído hablar de la gripe española. Sin embargo, ha sido calificada como una de las pandemias con más mortalidad de la historia, junto a la viruela y la peste negra. ¿Por qué todo el mundo sabe contarte algo de una enfermedad de la edad media y no de la pandemia de 1918? Estudiamos las dos guerras mundiales que se vivieron en el siglo XX, pero nadie nos contó que una pandemia aceleró el fin de la primera, contribuyó a la segunda, influyó en la caída del imperio austrohúngaro, encaminó a la India hacia sufutura independencia y colocó a Suiza al borde de una guerra civil.

La gripe española enfermó a 500 millones de personas, uno de cada tres habitantes del planeta, y se cobró la vida de entre 50 y 100 millones de seres humanos. Esa escalofriante cifra supera la suma de los muertos en la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Pero aún no sabemos los números exactos, porque sigue en estudio ya que en su propia época pocos se ocuparon de averiguar lo ocurrido y hubo que esperar a la década de 1990 para recopilar todos los datos e informaciones. Fue una enfermedad que no se vivió como algo global, sino concerniente a la intimidad del enfermo y su médico (cuando podía pagárselo), muchos seguían pensando que se trataba de un castigo divino. La prensa lo ocultó, la gente decidió callar y en la literatura y el arte se trató el tema en muy pocas ocasiones.

https://documenta360.blogspot.com/2020/05/la-cultura-resfriada-impacto-cultural.html Imagen de la Biblioteca Nacional de España.

Los periódicos españoles eran, prácticamente, los únicos que
informaban sobre la "gripe española" durante la contienda.
Imagen de la Biblioteca Nacional de España.

Creemos que la gripe española (N1H1) apareció antes de lo que tenemos documentado, pero la fecha oficial del primer diagnosticado es el 4 de marzo de 1918 en un campamento de Kansas (Estados Unidos). Al mes siguiente medio país estaba afectado, lo que no impidió que se embarcaran gran número de soldados rumbo a Francia donde propagaron el contagio. En mayo ya estaba en Gran Bretaña, Italia, Alemania y España. Rápidamente recorrió África y de allí saltó a Bombay, a la India, a China y Japón. Las islas no se libraron.

En esta primera oleada muchos pensaban que se trataba de una gripe estacional, pues lo síntomas eran muy parecidos y la mayoría de los enfermos se curaban. Sin embargo, el 1 de junio el New York Times informó de que “Una rara epidemia asola el norte de China”, ignorando que su propio país también sufría esa rara epidemia.

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Enfermos en  Fort Riley, Kansas (Estados Unidos).
Imagen: NatGeo.

Y aquella “gripe” llegó al frente contagiando a cientos de miles de soldados de ambos bandos y alterando el curso de los acontecimientos. Los médicos militares veían llenarse sus hospitales con más enfermos de gripe que heridos de guerra, pero no lo hacían público para no desmoralizar a las tropas y sus familias, ni dar información sobre aquella “debilidad” al enemigo, mientras el enemigo hacía lo propio. Los doctores franceses la llamaban la “enfermedad nueve”, otroshablaban de “la fiebre de los tres días”, en Senegal la llamaron “la gripe brasileña”, en Brasil “la gripe alemana”, en Japón “la gripe del sumo”… Pero algo tenían en común: ninguno quería asumir como propio aquel mal.

España era neutral en la contienda y sus periódicos eran de los pocos que informaban sobre la enfermedad. Aquí no se la llamó “gripe española”. Cuando llegó en mayo a Madrid, la zarzuela de moda era La canción del olvido, y todos canturreaban el pegadizo tema Soldado de Nápoles. En junio, bastaron tres días para que las dos terceras partes de los madrileños enfermaran del “soldado de Nápoles”, como lo llamaron. Los franceses leyeron aquella tremenda noticia y empezaron a hablar de “la gripe española”, ignorando que en su país sufrían la misma “enfermedad once” desde hacía varias semanas. Los ingleses y estadounidenses, también enfermos, copiaron el nombre y como “gripe española” pasó a la historia.

La primera ola se vivió de marzo a junio de 1918. Después desapareció. Lo que nadie esperaba era que en agosto reapareciera recorriendo el mundo en una segunda ola tan devastadora y letal que los médicos no creían que pudiera tratarse de la misma enfermedad. Algunos países se temieron que fuera la peste, otros el tifus, otros el dengue. Lo que estaba claro es que no eran epidemias locales, aquello era una auténtica pandemia que volvía a ser propagada por el transporte de las tropas y que llegó a interrumpir la guerra. A pesar de esto, el número de víctimas en Europa era menor al del resto del mundo. Donde no llegaban los ejércitos, lo hacían los barcos de mercancías, correos o pasajeros. Donde no alcanzaba la red ferroviaria, lo hacían los hombres caminando. La segunda ola de gripe española rodeó el planeta en trece semanas y mató a decenas de millones de personas. Fue terrible.

El enfermo era contagioso antes de notar los primeros signos. Los síntomas eran espantosos y llevaban a algunos al suicidio. Hubo ciudades con tantos muertos que no había tiempo, ni lugar para enterrarlos.

Un número importante de supervivientes quedaron con enfermedades respiratorias crónicas,otros sufrieron secuelas como la pérdida del cabello, pérdida de audición, olfato y visión. Algunos decían haber despertado a un mundo borroso y descolorido. A esto había que sumarle un gran número de personas con frecuentes y graves episodios de melancolía (depresión).

Ante la gravedad de los acontecimientos se impusieron medidas en todo el mundo: guardar cuarentena en caso de enfermedad, evitar aglomeraciones, propiciar el distanciamiento social, toser y estornudar tapándose la boca, lavarse las manos frecuentemente, no escupir en la calle y ventilar los espacios cerrados. Las ciudades se vieron más afectadas que las zonas rurales. Pero dentro de las mismas urbes el contagio resultó mayor en aquellos lugares pobres donde vivían hacinados, sin ventilación y sin higiene.

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Clases de física de la Universidad
 de Montana (Estados Unidos)
impartidas al aire libre.
Imagen: National Archives

En algunas ciudades se cerraron los teatros, cines, restaurantes, y escuelas. Hubo lugares donde las clases continuaron al aire libre, incluso durante el frío invierno. Mucha gente dejó de ir a trabajar, bien por sufrir la enfermedad, bien por el miedo. Incluso Hollywood detuvo su industria.

En Estados Unidos, el país que tomó las medidas más eficaces y redujo con ello los contagios y muertes, las autoridades comenzaron imponiendo el uso de mascarilla en los oficios de cara al público, pero, poco después, su obligatoriedad era general para todos en muchas ciudades. Se la intentó vender como una prenda de moda o como un acto patriótico, pero la gente se resistía a su uso. Se creó la Anti-Mask League of San Francisco que reunió a 5000 personas en un mitin de recogidas de firmas con el apoyo de autoridades de otras ciudades.

Desobedecer alguna de las medidas adoptadas suponía ser multado o encarcelado. La multa por no llevar mascarilla era de 5 o 10 dólares que se destinaban a la Cruz Roja. Ellos se encargaban de la venta de mascarillas baratas en puntos estratégicos de las ciudades y de hacer publicidad y panfletos con las medidas sanitarias que debían adoptar los ciudadanos para evitar los contagios. Los boys scouts repartían octavillas traducidas a varios idiomas en los puntos importantes de Nueva York.

El 11 de noviembre se firmó el armisticio y millones de personas salieron a celebrar el fin de la Gran Guerra lo que originó un alto número de nuevos contagios en los días siguientes.

En diciembre la pesadilla parecía haber acabado… Pero enero de 1919 trajo la tercera ola (y aún se discute si hubo una cuarta en 1920). No causó tanto daño como la segunda, pero tampoco fue tan benévola como la primera.

Australia, que tuvo la precaución de poner todos sus puertos en cuarentena, fue uno de los pocos lugares que se salvaron de la primera y segunda ola, pero restablecieron el comercio marítimo en diciembre y la tercera oleada los alcanzó.

En enero la enfermedad ya estaba de nuevo recorriendo el mundo. En París se estaban celebrando las negociaciones de paz y los delegados se contagiaron. Muchos historiadores piensan que las condiciones impuestas en esas firmas hubieran sido diferentes si los dirigentes del mundo no hubieran enfermado. Y todos coinciden que la Segunda Guerra Mundial tuvo sus raíces en la dureza de las imposiciones que sufrieron los perdedores.

En mayo de 1919 se dio por finalizada la pandemia en la mayoría de los países del hemisferio norte, pero el hemisferio sur siguió luchando contra ella hasta 1920, incluso más tarde en algunos lugares.

El saldo de víctimas sigue discutiéndose hoy en día. Se manejaba la cifra entre 40 y 50 millones, pero en la actualidad, se estima en 100 millones de personas. El cómputo en España fue de 200.000 muertos. En Suiza se contagió la mitad del país y murieron 25.000 personas, llevando a la nación al borde de la guerra civil por la falta de respuesta oficial. El país de Occidente con más decesos fue Estados Unidos con unos 600.000. La peor parte se la llevaron África y Asia con decenas de millones de defunciones. El país con más mortalidad del mundo fue la India que perdió a más de 13 millones de personas.

La gripe española contagió a personas de cualquier edad, pero se cebó con la gente joven, la mayor tasa de fallecimientos estaba entre los 20 y 40 años. Murieron más hombres que mujeres, pero las embarazadas tenían el doble de posibilidades de no sobrevivir. Con la falta de este contingente humano, los destrozos de la guerra y el cierre de los negocios (por imposición, quiebra o falta de personal) llegó el desastre económico. Hubo muchos huérfanos y ancianos que acabaron en albergues para pobres.

Cuando la enfermedad empezó a desaparecer llegó el hambre, y aumentaron los delitos como los robos y las violaciones. Si durante la pandemia los timadores vendían “medicinas milagro” que, en el mejor de los casos, no servían para nada, ahora no faltaban los que se presentaban como enfermeros sin serlo realmente.

Entre las personalidades políticas contagiadas se encontraban David Lloyd George, primer ministro británico; Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos; el káiser alemán Guillermo II y el rey español Alfonso XIII.

A la gripe española debemos la pérdida del escritor Apollinaire que sobrevivió a una herida de guerra pero murió por la pandemia; el pintor Gustav Klimt; Edmond Rostand, autor de Cyrano de Bergerac y Max Weber padre de la sociología moderna

https://documenta360.blogspot.com/2020/05/la-cultura-resfriada-impacto-cultural.html

Autorretrato de Munch
después de la gripe española.
Imagen BBC.
Dominio público.

Los enfermos famosos que consiguieron sobrevivir fueron Kafka, que cuando se contagió acababa de salir de un sanatorio para tuberculosos; el poeta S.Eliot; Amelia Earhart, pionera de la aviación, que quedó con secuelas; un joven Franklin Delano Roosevelt que al desembarcar procedente de Europa, no podía ni tenerse en pie;la diva del cine Mary Pickford; un muchachito llamado Walt Disney; los escritores Heminway y F. Scott Fitzgerarld que se negaron a escribir sobre ello y John Dos Passos, que jamás habló del tema. Quienes sí dejaron constancia de su propio dolor fueron Edward Munch en uno de sus autorretratos tras la convalecencia; D.H. Lawrence que, con las vías respiratorias dañadas tras la enfermedad, lo reflejó en uno de sus personajes de El amante de Lady Chatterley; Virginia Woolf que puso como protagonista de su Mrs. Dalloway a una superviviente de la gripe española; y Katherine Anne Porter que expresó su padecimiento en Miranda, su alter ego, enCaballo pálido, jinete pálido.

Tras perder a su hijo por la gripe española, Arthur Conan Doyle abandonó definitivamente a su famoso detective Sherlock Holmes y se centró en el espiritismo. No fue el único, algunos famosos y mucha gente anónima buscaron la forma de despedirse de un ser querido muerto en la guerra o durante la pandemia y el espiritismo vivió un auge.

Aquel sufrimiento llevó al silencio. Creemos que la gente intentó olvidar lo sucedido no volviendo a hablar de aquello. La gripe española tuvo que esperar a 1968 para aparecer en los libros de historia.

El mundo experimentó un gran cambio. La crisis económica no duró demasiado. La falta de hombres hizo que las mujeres accedieran al mercado laboral y la escasa mano de obra obligó a subir los salarios. Se multiplicó el voto femenino. Hubo huelgas de trabajadores que lograron generalizar la jornada laboral de ocho horas diarias. Llegó la prosperidad, se tenía suficiente dinero para consumir y muchas ganas de vivir. Hubo un boom de natalidad en todo el mundo, incluso en los países que no participaron en la guerra.

Las personas fueron conscientes de que llevar una dieta sana, hacer deporte y estar al aire libre era beneficioso para su salud. Se puso de moda la comida vegetariana, la gimnasia y el nudismo. Las medicinas alternativas y naturales fueron sumando adeptos aprovechando que muchos se sentían defraudados por la medicina tradicional y las medidas adoptadas en los países. Surgieron movimientos religiosos y predicadores que otorgaban el poder de la curación a la oración.

Los dirigentes comprendieron que las ciudades debían ser más salubres, había que construir casas con buenas condiciones de habitabilidad y mejorar las canalizaciones. Fue entonces cuando Londres creo su alcantarillado moderno.

Las naciones vieron la necesidad de un sistema fuerte de salud, más allá de los comités existentes. Se construyeron un gran número de hospitales. En los años 20 nació la sanidad pública y universal en la mayoría de los países avanzados y, con el tiempo, se fundó la Organización Mundial de la Salud (1948).

La modernidad y la prosperidad se impusieron durante toda una década. Y así llegaron los denominados felices años 20.

La mal llamada gripe española.

La Tierra. NASA. Wikipedia. Dominio público.


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