Revista Opinión

La mala partida

Publicado el 18 abril 2013 por Carmentxu

En racha. Con sus más y sus menos, con los problemillas diarios que son la sal y la pimienta del día a día, ingredientes principal de las salsas y de cualquier guiso que se precie, que dan gusto y vidilla a la comida más insípida. Así éramos y así vivíamos. Jugábamos locos por seguir jugando y cuando la partida se acababa buscábamos otra mesa para seguir jugando. Estábamos en racha y parecía que no iba a acabar nunca. La suerte del novato, del recién llegado a la abundancia. Estaba el paro, sí, siempre ha estado ahí, endémico, estructural dicen, pero había oportunidades para quien las buscara con ahínco y para los que no se les caían los anillos trabajando en algo que “no era lo suyo”. La economía sumergida, la pregunta del operario, del pequeño comerciante, que te asaltaba por encima del mostrador: “¿Con IVA o sin IVA?” y te ponía de golpe ante una disyuntiva moral. Era el juego de la Los-jugadores-de-cartas-Cezsupervivencia, del ascenso en la escala social, para pasar de clase baja a media-baja y de ahí, con suerte, a clase media. El sueño español: tener un coche, irse de vacaciones, salir a cenar un día a la semana, comprar un capricho, incluso hacer un exceso, un canal de pago en la televisión, y luego vuelta a empezar: otro coche más grande, cambiar el apartamento de los suegros por uno propio, otro capricho… y, cómo no, pagar la hipoteca, el colegio de los niños, el material, la ropa de todos, la comida, las facturas de agua, luz, electricidad…, ampliar el abanico de canales de la televisión de pago,… Hacíamos juego y lo que perdíamos por un lado, lo ganábamos por otro y la vida, mientras, era eso. Y luchar con la sal y la pimienta para no destrozar el guiso.

Y seguimos jugando, ahora ya perdida la buena racha, como el ludópata enloquecido en que nos hemos convertido, sin tiempo para la reflexión, el análisis, para parar aunque sea un momento y pensar, exhaustos, sin aire ni tino, sin ni siquiera una leve intuición de lo que pueda haber al final de este negro túnel. Mientras jugábamos, conocíamos nuestras cartas. Podíamos incluso adivinar la jugada del adversario, sus intenciones: éramos los reyes del mambo porque nuestras cartas eran buenas: una sanidad pública de calidad, una educación obligatoria y gratuita para todos que brindaba el acceso a la universidad a prácticamente cualquier alumno que tuviera ganas de seguir estudiando, un sistema de pensiones que garantizaba un sueldo más o menos digno una vez cerrado el casino. Y con esas bazas seguíamos apostando.

Pero nos han cambiado las cartas a mitad de partida. Un truco de ingeniería financiera urdido por un tahúr fullero y los ases se han convertido en bastos y espadas sin valor. Hace tiempo que vamos perdiendo y aún con el sudor frío que llega con la primera letra a principios de mes, seguimos intentando acabar la partida. Ahora ya sin nuestras cartas, con un estado de bienestar que se escapa como arena entre los dedos, nos culpan y nos manipulan con trucos de magia barata mientras por megafonía una voz nos increpa: “Hagan juego, señores”. Pero ya ni siquiera la banca gana, ahora que todos éramos banqueros.


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