Revista Arte
Existe una obra de Arte tan solo atribuida a Goya en el museo Metropolitan de Nueva York. Se titula Majas en el balcón y está fechada aproximadamente sobre 1810. Existe otra versión parecida de una colección privada suiza donde no existe, sin embargo, ninguna duda sobre la autoría de Goya. Pero no es exactamente la misma configuración de perfiles, gestos, miradas y expresión, las que dispondrán ambas obras de Arte. La obra supuestamente apócrifa del Metropolitan es, sin embargo, más sugestiva para desarrollar ahora una interpretación sorprendente sobre la maldad humana y su radicación en este mundo. ¿Cómo representar la maldad desde supuestos artísticos clásicos donde la belleza y la serenidad serán elementos propios de una composición sublime? Por mucho que queramos buscar, es difícil descubrir una representación de la maldad en una obra de Arte sujeta a criterios de estilismo y belleza clásicos. Salvando la controversia de si es o no es de Goya la obra, sí estaremos de acuerdo que su estilo o sus características estéticas romántica y goyesca se aprecian ahora a grandes rasgos en esta obra. No es esta controversia el sentido que deseo plasmar en la entrada, sino que, gracias a la afortunada composición y acabado artísticos de esta obra, aspiro a describir la maldad humana, o la maldad general, que se deslizará ahora sutilmente entre las cuatro esquinas de este cuadro.
La maldad ha sido analizada por pensadores a lo largo de la historia. Algunos, la mayoría, ofrecían la tesis de que el mundo o la naturaleza no disponían de otra cosa que de una función, errónea o desproporcionada a veces, necesaria para desarrollar la vida o la consecución de ésta en el universo. Que era el ser humano quien detentaba la única causa que originaba cualquier alteración maléfica en el mundo. Otros filósofos, particularmente Schopenhauer, decían que era al revés, que el mundo era una obsesión telúrica universal compuesta de un deseo irrefrenable por manejar, aleatoriamente, todas las criaturas a su antojo, donde el ser humano no era más que una víctima de ese despropósito voluntarioso y omnipotente. La realidad es que el concepto victimista y el victimario existirían siempre en cualquier caso. O en un caso era el mundo o en otro caso era el hombre. De hecho, la maldad solo es posible como concepto si existe su opuesta, ya que lo contrario no sería maldad sino necesidad o función natural, y poco sentido tendría el victimismo en ese caso, ya que nada de víctima tiene, por ejemplo, la tierra encharcada y devastada por un río que, ahora, se llevara impasible toda su vida susceptible por delante. Por tanto, la maldad humana es la única que podremos entender. Aunque existe también un sentido general de esa maldad porque no afectará solo a unos miembros humanos contra otros, sino al propio ser humano individualmente consigo mismo, cuando, por ejemplo, se aviene a sufrir por cosas ajenas a los demás, como la muerte, el destino, o la propia conciencia de ser o existir.
La obra Majas en el balcón del Metropolitan (sea de Goya o no) representará, sin embargo, la antropología más estética de la maldad que haya visto en una obra de Arte. La más estética y la más maldad. Porque la maldad no es exactamente latrocinio en acción, que lo es, por supuesto, pero a efectos de representación no lo es tanto. Me explico. Las obras de Arte donde la violencia se describe primorosa (Rubens y sus dinámicas violentas mitológicas, por ejemplo) es un reflejo, o mejor un efecto, de maldad, pero no es la maldad misma. Cualquier gesto o acción maléfica que se exprese activa en una representación artística hace lo mismo: manifestar la maldad en un caso concreto de violencia realizada. Ahí la maldad es evidente y más explícita. Pero, para definir mejor la maldad estéticamente, la maldad como sentido inicial o como hecho existente antes de que se produzca (lo que, a mi juicio, es el sentido más espantoso de la maldad), esta obra de Arte de estilo goyesco y romántico lo expresará ahora de un modo magistral, también lúcido y clarificador. Porque la maldad nunca estará menos embozada que cuando parece no agredir o maltratar o ejecutar sus deseos. Porque la verdad, la belleza, la bondad o la ingenuidad serena de un ser desposeído de fiereza (la víctima), no podrá evitar la sombra poderosa de la amenaza o de la sorpresa sesgada más terrorífica. En la obra de Arte se percibirán ambas manifestaciones. Por un lado, la belleza natural expresada en los rostros no amenazados ni turbados por ninguna sensación ajena a su propia naturaleza inocente. Son figuras (las majas) amables, coloridas, transparentes en el reflejo de su belleza interior tan trascendente. En ellas veremos la mirada serena, confiada, muy segura incluso, de dirigirse conforme a la vida y a las cosas que la fomentan y la hacen persistir. Aunque no se dirijan ahora a nosotros, aunque parezcan inexpresivas, esas miradas están ahora vibrando interiormente desde la más absoluta sensación de grandeza.
Luego están las dos figuras oscuras, cuyos gestos ocultos o parciales, sesgados en la inclinación perfilada o en la deteriorada mueca de un semblante marchito, expresarán justo lo contrario. Son ahora aquí la amenaza, son el sentido de lo que la maldad representará como concepto flagrante, universalmente desprovisto de sentido cósmico, sino ahora justo de todo lo opuesto; de lo banal por no responder tampoco a ningún propósito grandioso, de ningún otro propósito que no sea ahora la absoluta perfidia personal más individual o más egoísta, desgarrada así incluso del sentido natural de la vida o de cualquier necesidad universal que la propague. La obra no tiene más que las cuatro figuras y la reja del balcón que subyace. Hasta ésta dispone ahora de una interpretación metafísica sublime: estaremos aprisionados entre unos barrotes que nos impiden huir y una amenaza que no conoceremos. Sin embargo, la obra es, como todas las grandes obras de Arte, una manifestación de esperanza. Sobrecogida, pero de esperanza. Porque, como la maldad general, estará ahora en gran parte en la representación de un mero símbolo estético..., como lo está así ahora aquí la maldad general, entendida ésta más como proyecto vano que como maldad realizada o por realizar. Porque lo que el autor -el que sea- más plasmaría en su obra de Arte es la sensación no la materialización. No veremos la maldad más que en el sentido que nuestra interpretación subjetiva nos está dando. No sabemos nada más. Lo que sigue, nunca lo sabremos. De hecho, pueden nuestros sentidos percibir ahora otra cosa además de amenaza. Esto también lo justifica, sin embargo, también justificará la obra como una extraordinaria obra para representar la maldad como concepto (la maldad general). Porque la maldad que no viene ahora de afuera sino de nuestra percepción subjetiva, no es más que otra forma de maldad que el ser humano también padecerá. Ahora, por ejemplo, la amenaza estará en el interior catastrófico de un sentido imaginario. También la obra representará esa maldad como trasunto en el perfil oscuro representado detrás de los seres inocentes, y lo hará como representación del inconsciente más devastador e impenitente dirigido contra los propios seres.
Pero, es el sentido de maldad humano el que brotará ahora sugestivo en el ámbito estético más inspirador de esta obra de Arte. Está descrito además en todas las miradas. En los dos planos de la justificación estética de la obra, en el de los embozados oscuros que miran decididos a sus objetos de sentido malicioso y en el de esos objetos mismos, las bellas majas asomadas ahora a su propio devenir que no mirarán a nada en concreto, una metáfora ésta sublime de la inocencia que no objetiva ahora en otra cosa más que en su natural bondad universal más desinteresada. Porque es el interés malicioso lo que se aviene a ser representado aquí en la maldad: o existe o no existe. Y en esta obra de Arte el creador artístico consigue expresar una sensación que es manifiesta: la mirada cercana y enfocada de los embozados encierra ahora un interés malicioso. Una maldad que aún no se ha realizado, que solo se representa ahora vagamente, banalmente, tangencialmente. No hay maldad ahí, solo el sentido de una amenaza que no tiene otra significación futura, sin embargo, que la maldad. Que ésta tiene además un sentido utilitario egoísta taimado y vil siempre, algo que el universo o la naturaleza no contiene en ningún caso. Sólo el ser humano. Y que su génesis es tan misteriosa como la propia representación artística que ahora vemos. Porque todo esto puede ser tan solo la percepción subjetiva de una interpretación artística. Pero, puede no serlo. Como la maldad... Ya que ésta solo es humana en lo cruel mismo de una realización decidida ajena al ser que la ejecuta. Es la libertad de ejecutarla no la sola sensación de presentirla. Pero para representar la maldad debe existir el contraste de ambas esferas participadas en esa ejecución maldita. Esta es la conclusión decidida de una sensación humana maldita que, para que exista, deberá también existir la bondad más confiada que de una existencia pueda materializarse en una vida.
(Óleo Majas en el balcón, alrededor de 1810, atribuida a Goya, Museo Metropolitan de Nueva York.)
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