La maldición de Damien (Damien: Omen II, Don Taylor, 1978. EEUU): correcta primera continuación de la famosa película de Richard Donner, un film formidable pero, a fin de cuentas, surgido a rebufo del interés en lo satánico provocado por la anterior y célebre El Exorcista. Con la suficiente sensibilidad para ponerle el broche con el famoso score de Jerry Goldsmith, su mayor interés reside en la sucesión de originales muertes que sufren los desafortunados que tienen algo de relación con un aquí ya adolescente Damien, que pasa sus días en una academia militar por orden de su tío (otro gran actor americano como William Holden), personaje inventado para la secuela y que viene a ser el hermano del sufrido padre protagonista de la primera entrega, interpretado por un espléndido Gregory Peck. Taylor (Donner ya estaba inmerso en el proyecto de Superman) asumió el encargo como tal, y de este modo no realiza ningún esfuerzo descomunal (era un especialista en sacar petróleo de cuatro duros), dedicándose a continuar lo que tan bien funcionaba en el film original, esto es, esa inquietante música con coros y las ya mencionadas muertes. Al conjunto le faltan, irremediablemente, encanto, fuerza narrativa y ese aire de misterio que tan bien impregnaba el anterior relato, pero no así dignidad.