Según informa la agencia de noticias ANSA, mañana jueves abrirá sus puertas al público el Cineccità World que Dante Ferretti diseñó en el sur de Roma y que -cuenta Variety- un grupo de empresarios de la industria del entretenimiento imaginó una década atrás. La apertura tendrá lugar tres semanas después de aquélla del Parque del Principito que Aérophile montó en la ciudad alsaciana de Ungersheim, Francia. La cercanía temporal (y geográfica en cierta medida) entre ambas inauguraciones exacerba los reparos de quienes nos preguntamos si estos emprendimientos son realmente consecuentes con el espíritu de las obras que pretenden homenajear.
El mismísimo primer ministro Matteo Renzi asistió a la presentación VIP del 10 de julio pasado. La concurrencia del alto funcionario ilustra la -en principio encomiable- voluntad del Estado italiano de rescatar al cine nacional de la crisis que atraviesa hace años. Sin embargo, resulta desalentador el apoyo público a una iniciativa cuyos inversores también habrían contribuido a fundir los estudios originales de Cineccità.
Al menos eso se desprende de esta nota del New York Times donde figura la opinión adversa de los sindicatos de la industria cinematográfica italiana. De hecho, voceros gremiales explican que quienes financiaron el parque temático -el Italian Entertainment Group- son los mismos que invirtieron en los estudios cuando su privatización en 1997.
El dinero desembolsado ahora supera con creces los 67.6 millones de dólares desembolsados entonces. “Al IEG sólo le importa explotar la marca; por eso transfieren los fondos de un lugar a otro”, dijo al diario estadounidense un vocero del sindicato de electricistas. Luego concluyó: “No puedo construir un parque temático si éste destruye otra actividad”.
El mismo NYT señala que Cinecittà producía un promedio de 350 largometrajes por año en los buenos tiempos pero de apenas cincuenta en el último lustro. La drástica reducción les importará poco a quienes apuestan a que el parque convoque 1.5 millones de visitas anuales (los 21/27 euros que vale cada entrada prometen una recaudación generosa).
Al margen de algunas referencias históricas, cuesta reconocer la idiosincrasia de la Cinecittà original en las atracciones de Cinecittà World. Tampoco ayuda la sensación de cocoliche anglotano que provoca la combinación de vocablos (e idiomas) tan incompatibles como “cinecittà” y “world“.
El hecho de haberle encargado el diseño de CW a Ferretti debería tranquilizar a quienes vimos Handmade cinema. Por lo pronto, en el bellísimo documental de Guido Torlonia sobre los legendarios talleres de artesanos al servicio del cine italiano y extranjero, el director artístico tan prolífico como premiado reivindica el trabajo manual en tanto representación de la creatividad y la sensibilidad humanas, el sello personal (único, inconfundible) en contraste con la producción industrial (impersonal, autómata, serial).
Sin embargo, cuesta imaginar un parque temático ajeno a la lógica serial que alentó la construcción de sus predecesores, desde el inspirador Disney World. En nombre de la reparación histórica, del rescate cultural y/o del tributo artístico, el afán comercial corrompe todo, también en Europa: antes fue la sangre indómita de Astérix; ahora la espiritualidad de El Principito y la entrañable Cinecittà que Federico Fellini (sí) supo homenajear.