Revista Opinión

La maldición del elefante

Publicado el 04 abril 2013 por Carmentxu

La leyenda cuenta que el elefante, noble e inteligente, nunca olvida, ni como individuo ni en una suerte de memoria colectiva, ancestral. Estos días hace justo un año, el rey Juan Carlos (74 años) se fracturó la cadena en tres pedazos en Botsuana al caer durante un viaje privado para matar elefantes. En plena crisis económica, con una situación desesperada para muchos de sus súbditos, la noticia fue una escandalera, no solo porque la Corona volvía a dar síntomas de un alejamiento de la sociedad que la toleraba como mal menor, sino también de la realidad. Lo real resultó un espejismo donde cazadores blancos arropados de privilegios daban rienda suelta a un comportamiento decimonónico. El elefante murió. Pero la Corona quedó herida también, de muerte. El mal hizo metástasis y el anacronismo se extendió por órganos vitales. Ni los riñones dieron abasto a purificar tanta toxina. Este mal, como muchos otros, es hereditario.

Rey-elefante-Cristina-imput
Para celebrar el aniversario de tan ilustrísima caída y simultánea rotura de cadera, ampliamente felicitada en su momento por el gremio de humoristas, su hija, la infanta Cristina, casada con un deportista alto, guapo y rubio según cánones de belleza más o menos aceptados, es imputada ahora por “cooperación necesaria” en los tejemanejes de un duque sobrevenido, amnésico y em-palma-do. Vivieron felices, se supone sí, un tiempo. Ahora, tras el sueño al que nos indujo el cuento, despertamos y resulta que las perdices se les atragantaron a ambos.

La marca España, con un márketing de corrupción cubriendo todos los niveles, vuelve a las páginas de diarios y televisiones internacionales. Los bienpensantes aseguran que esto es malo, pero se equivocan: es sano; la herida duele más cuando se cura. Hay que destaparla y airearla, aunque la brisa y el alcohol escuezan. El daño se ha venido haciendo durante tiempo bajo una percepción de impunidad que ha resultado otro espejismo. Y si la infanta estaba al caso, siempre presuntamente por supuesto porque la justicia es igual para todos, de las apropiaciones de fondos públicos por parte de Iñaki Urdangarín, el juez José Castro (que instruye el caso) hace bien en sospechar y actuar en consecuencia. Las perdices producen pesadillas aladas. Y si bien está lo que bien acaba, muy mal ha debido estar todo este cuento para acabar así.


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