Fue mucho después de que RR saliera de la cárcel. Después de que, en una vana tentativa por contentar a los descontentos, el himno nacional se reescribiese con ritmo de reguetón. Twitter ya se había convertido en fuente del Derecho. Fue después de que el arbitraje privado diera la razón a las multinacionales y empezásemos a pagar un precio —bastante razonable, todo hay que decirlo— por usar las palabras privatizadas. Después de que igualdad fuese incluida en el catálogo de términos bajo vigilancia especial y feminazi resultase elegida palabra del año. Sucedió después de que los hombres barbudos ocuparan los McDonald`s cuajaditos de estrellas michelín, y de que los lepismas invasores decretasen de modo unilateral una tregua permanente revisable. Lo recuerdo perfectamente, sí. Fue después de todo eso. Hacía bastante tiempo que había conseguido la pulsera inteligente, de esas que además de dar la hora con precisión miden el ritmo cardíaco, la actividad física, los ciclos del dormir y el despertar. Al cabo de duros sacrificios que me permitieron reunir los ahorros necesarios, pude incorporarle el widget de gestión onírica, el programita que convierte los sueños en listas de deseos y las sube automáticamente a tu cuenta de Amazon. Aquel día, al abrir los ojos por la mañana, sentí que por fin estaba ejerciendo mi derecho a decidir.