Editorial Alfaguara. 413 páginas. 1ª edición de
2000, ésta es de 2005.
Traducción de Jordi Fibla
Empecé a escribir reseñas en el
blog en el verano de 2009 con dos libros de Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933), El mal de Portnoy y Goodbye,
Columbus. Desde que en 2002 leí Pastoral americana, una novela
grandiosa que me impactó mucho, vengo considerando a Roth uno de mis escritores
favoritos. Además leí de él el volumen Zuckerman desencadenado –formado por
cuatro novelas del ciclo de Zuckerman-, Patrimonio y El animal moribundo (creo
que no me dejo ningún título). Desde 2009 he tenido en mente leer más libros
suyos, como La mancha humana, Me casé con un comunista, La
conjura contra América o El teatro de Sabbath; libros que
están en las bibliotecas que frecuente al alcance de mi mano. Me sobrecoge lo
rápido que pasa el tiempo; desde hace seis años no había vuelto a leer un libro
de uno de mis autores favoritos, lanzándome casi siempre al mercado de las
novedades editoriales. Ahora que ya he pasado los cuarenta años este asunto
cada vez me parece más serio: el tiempo de lectura no es infinito y debería
acercarme a esos libros que siempre deseo leer pero que por alguna cuestión -más o menos seria y que debería analizar con
seriedad- siempre voy postergando.
Por un motivo u otro, llevaba un
mes leyendo libros por compromiso (un compromiso del trabajo y otros
compromisos con amigos y editores que me envían sus novedades) y me apeteció
acercarme a un libro del que estaba seguro que iba a disfrutar, un libro de
esos que siempre debería escoger a la hora de leer, pero que acabo postergando.
Me habían hablado muy bien de La mancha
humana, exaltándolo como uno de los mejores libros de Roth. El caso es que
hace años vi la película basada en este libro y no me gustó demasiado; me
pareció una historia artificiosa, pero también intuía que leer el libro iba a
ser una experiencia distinta.
Me ha gustado reencontrarme con
el narrador Nathan Zuckerman: La mancha
humana forma parte del ciclo Trilogía americana, completado por Pastoral
americana y Me casé con un comunista. Me gusta además que Zuckerman, como
en otros de sus libros, hable del escritor E. I. Lonoff, el maestro (basado en
la figura de Bernard Malamud) al que
el joven Zuckerman se atreve a visitar.
Zuckerman es un escritor de
sesenta y cinco años que vive retirado del mundo en una cabaña junto a un lago.
Sin embargo entablará amistad con su vecino Coleman Silk, durante muchos años
rector de la cercana universidad de Athena.
La novela comienza en 1998,
cuando Coleman decide visitar a su vecino escritor para pedirle que escriba su
historia. Este momento coincide en la política norteamericana con el del
escándalo de Bill Clinton con Monica Lewinsky, una época en la que “de un
extremo al otro de Norteamérica se desataba una orgía de religiosidad y de
pureza, cuando al terrorismo, que había sustituido al comunismo como la amenaza
predominante para la seguridad del país, le sucedió la mamada.” (pág. 12), o
“Si no habéis vivido en 1998, no sabéis lo que es la gazmoñería.” (pág. 13).
Roth carga en esta novela contra la
dictadura de la buena conciencia norteamericana. El conflicto que lleva al
hundimiento y pérdida de reputación de Coleman Silk parece nimio, ridículo: en
una de sus clases sobre la literatura griega al pasar lista y darse cuenta de que
dos alumnos, a los que no ha visto nunca, no están en clase, dice: «¿Conoce
alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han hecho negro humo?»
Los alumnos ausentes resultan ser de raza negra y la frase de Coleman que al
pronunciarla ha querido imitar la prosodia de Homero ha pasado a ser racista.
La opinión pública de la universidad se volverá en su contra y quién tenía
alguna cuenta pendiente con el exigente decano Silk aprovechará ahora para
cargar contra él, aunque en el fondo sepa que la frase de Silk no puede tener
ninguna connotación racista.
Silk, cuando las presiones ya
estaban cediendo, decide renunciar a su puesto en la universidad y jubilarse.
Cuando irrumpe en la casa de Zuckerman habrá muerto su mujer y él lo achacará a
la tensión que propició el episodio del “negro humo”.
Además Silk, de setenta y un año,
mantiene una relación con una limpiadora de la universidad de treinta y cuatro:
un nuevo escándala para el exdecano que no es muy bien aceptado en la pequeña
comunidad conservadora en la que vive.
Zuckerman acabará escribiendo la
historia de Silk, pero no del modo en el que éste último le había propuesto,
porque Silk había tratado de escribir la historia de lo que le había ocurrido
en la universidad sin poder concluirla, sin poder enfrentarse al secreto que
esconde ante los demás, al núcleo de su identidad: el decano Silk, que lleva
años haciéndose pasar por judío en realidad es de raza negra (Roth mantiene
este giro de la trama durante unas cien páginas, si no lo cuento no sé cómo
enfrentarme a esta reseña). Recuerdo que al ver la película, este detalle hacía
que la verosimilitud narrativa saltara por los aires, pero en la novela esto no
es nada ingenuo, Silk no es un hombre evidentemente negro que se hace pasar por
lo que no es. Silk en realidad es un mulato claro, algo que en una sociedad no
racista resultaría solamente anecdótico, pero en la Norteamérica en la que le
toca nacer, una Norteamericana con segregación racial, el detalle genético se
vuelve importante: en una sociedad racista con leyes para blancos y para negros
¿cómo clasificar a alguien que es un octavo de negro, un dieciseisavo? Silk, un
mulato lo suficientemente claro como para pasar por judío, decide, en la Newark
de los años cuarenta, hacerse un hueco en la sociedad como blanco. Su hermano
mayor Walter se convertirá, un embargo, en un luchador activo por los derechos
de los negros, y renegará de su hermano.
Zuckerman nos va descubriendo a
Silk y en algún momento de la novela desaparece su objetividad narrativa de vecino
escritor para recrear al Silk niño que vive en Newark. En la página 249
Zuckerman nos dice: “Me enteré del secreto y empecé a escribir este libro –el
libro que al principio él me pidió que escribiera, pero escrito no
necesariamente como él quería.” La voz narrativa se acerca también a otros de
los personajes del drama: Faunia Farley (la joven amante de Silk) o Lester
Farley (el exmarido de Faunia, exmarine traumatizado por su experiencia bélica
en Vietnam), en algunos casos cediéndosela hasta la primera persona.
En realidad La mancha humana juega con la estructura y la trascendencia de la
tragedia griega, un arte narrativo que Silk ha enseñado a sus alumnos de Athena
durante décadas: un hombre que guarda un secreto, que prefiere perder su
reputación antes que hablar de él, y que se enamora en la última etapa de su
vida de una mujer mucho más joven, siendo perseguidos ambos por el exmarido de
ésta, un hombre decididamente peligroso. Y todo esto en el contexto de la
dictadura de la mojigatería o de lo políticamente correcto que atraviesa el
país; un país capaz de hacer renunciar a alguien a su familia y a su identidad
para alcanzar la libertad, y años después capaz de hundir a esa persona
acusándola de odiar lo que ha rechazado de sí mismo. Sobre esta esquizofrenia
habla La mancha humana.
Pero también esta novela es algo más: un
ejercicio sobre los límites de la ficción; en más de una ocasión Zuckerman nos
muestra que no conoce del todo la historia que nos está contando y rellena sus
huecos con inventiva, con imaginación narrativa.
Y ante todo La mancha humana es un gran artefacto narrativo, una novela honda,
compleja, de personajes conmovedores, que sabe aunar lo social a lo individual
y entretener y deslumbrar en cada página.
No sé cómo he podido estar tanto
tiempo sin Philip Roth.