Revista Cine

La mano de piedra de un millón de dólares: Robert Aldrich vs. Jaime Iglesias Gamboa

Publicado el 26 junio 2011 por Esbilla

La mano de piedra de un millón de dólares: Robert Aldrich vs. Jaime Iglesias GamboaCineasta simultáneamente olvidado y popularísimo, autor sin autoria aparente, independiente a dentelladas, triunfador, fracasado, luchador, lúcido e incomodo, malinterpretado y adorado quizás por las razones equivocadas, vitalista y desencantado Robert Aldrich entra y sale del olimpo de los mitos con más facilidad que ningún otro director habido y por haber. De su (pen) último rescate se encarga el periodista Jaime Iglesias Gamboa en un musculoso volumen para Cátedra que repasa de modo integral la carrera “aldrichiana”, su corpus autoral y su férrea profesionalidad, en definitiva su sentido de la vida y del oficio que en este caso viene a ser lo mismo. Escrito con nervio similar al del analizado, el resultado es un volumen rotundo y auténtico, penetrante y denso, que no plomizo ni farragoso, que se abre desde el perfil biográfico y atraviesa los pormenores de una carrera en Hollywood/contra Hollywood analizando película a película y siguiendo un camino hacia el despojamiento. Del barroquismo asfixiante a la solo aparente tosquedad, privilegiando la comprensión de la mirada personalísima (ideológica, estética, vital,…) de Aldrich sobre el material que tuviera entre manos en cada momento. Nada más, que ya se va a hablar bastante a partir de ya mismo:

-Recordatorio: Miércoles 29 a partir de las 19:00 en Madrid, en el Cine Doré (Santa Isabel, 3. Metro: Antón Martín), coloquio-presentación del libro y del ciclo que al Filmoteca dedica a Robert Aldrich. Allí estará el autor mano a mano con Enrique Urbizu y se proyectará ese monumento que es La venganza de Ulzana. Podéis decir que vais de mi parte.-

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Lo primero, gracias por venir de visita y por todas las facilidades dadas.

Gracias a ti por tu interés en el libro. Toda la difusión que se le dé a este tipo de publicaciones es poca.

Ahora a empezar por el principio. ¿Cómo llegas a Aldrich y cómo llegas a Cátedra?

Llego a Aldrich como he llegado a muchos otros directores a lo largo de mi vida, como simple espectador. Lo que pasa que frente a otros cineastas que cuentan con una reputación crítica importante y que, como tal, cuando te enfrentas a alguna de sus obras lo haces con la mirada condicionada, no conozco a nadie (tampoco era mi caso) que al acceder a una película suya lo haga apelando a que “me apetece ver un film de Robert Aldrich” o si te preguntan “¿qué has visto?”, normalmente tampoco contestas “una de Aldrich”. No sé si me explico, el caso es que tras leer hace años el artículo que un amigo, Vicente Díaz, publicó en la extinta web supernovapop.com sobre “Doce del patíbulo”, en seguida me vinieron a la mente muchas otras películas de Aldrich que había visto en diferentes momentos de mi vida y pensé que todas tenían un aire de familia que las hacía muy atractivas, al margen de que algunas de ellas fueran auténticos hits. Pensé que era un caso paradigmático de esos artesanos que hicieron carrera en Hollywood y cuyas películas terminan por ser más

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conocidas que ellos mismos (evoco aquí también a Richard Fleischer, cineasta que me apasiona) lo cual lleva al error de pensar que podían haber sido dirigidas por cualquiera. Ese interés por profundizar en Aldrich me llevó a adquirir un verano todas las películas suyas que habían editado en DVD en España (y que prácticamente es un tercio largo de su filmografía) y viéndolas constaté que ese aire de familia que recordaba era estilo y era discurso. A partir de ahí pensé que estaría bien una reivindicación de su obra en forma de estudio, en aquél entonces estaba sin trabajo y también necesitaba embarcarme en algo que me motivara. Lo de Cátedra me parecían palabras mayores pero tuve la suerte de que Alberto Elena, profesor mío de doctorado que había publicado con ellos las monografías de Satyajit Ray y de Abbas Kiarostami, intercediera por mí y la fortuna de que Raúl García, editor de Cátedra, se me revelase como un apasionado de Aldrich. Con lo cual todo terminaron por ser facilidades.

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Imagino una fabricación laboriosa, el libro incluye películas poco o nada vistas como The big leaguer (1953), World for Ransom (1954) o The garment jungle (1957), película de la cual le echaron y firmada luego por Vincent Sherman. ¿Era esta “integralidad” una exigencia inexcusable?

Si tengo que ser honesto no sabía muy bien como plantear el libro, soy bastante anárquico como escritor y mi único método (no me parece que sea una estrategia como para estar orgulloso pues denota bastante inseguridad) consiste en hacer camino al andar, pura intuición. Cuando decidí que lo más fácil era analizar su trayectoria película a película lo que sí tuve claro es que quería alejarme lo más posible de los típicos libros de refrito que son poco más o menos una colección de fichas. Entonces surge esa exigencia de integralidad pero de manera un poco espontánea, según investigaba en el personaje y en su obra más afinidad sentía hacia él y más necesidad tenía de descubrir facetas poco conocidas de su persona que, además, son las que terminan por infundir coherencia y singularidad al cineasta. En este sentido y ya que reivindico el método intuitivo, ninguna obra me resulta desdeñable, en las películas más aberrantes hay información suficiente para conocer al autor en su cara B, por así decirlo. Tiendo a alejarme del análisis interesado que exalta los méritos de unas películas y desdeña los de otras a fin de ajustarlo a un discurso preestablecido. Conocer es descubrir y cuantos menos apriorismos o prejuicios tengamos adquiridos, mucho mejor. El ser humano es una pura contradicción aun en su coherencia, de ahí la necesidad de abarcar cuanto más mejor para que el retrato fuera lo más completo posible.

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Dirigiendo a Joan Crawford y Cliff Robertson en el melodrama de 1956 "Autumn Leaves"

Me resulta muy interesante como planteas la idea de Aldrich como autor y como remarcas la tendencia a orillar u oscurecer lo que no conviene, lo que no hace bonito, lo que no casa con el discurso en lugar de agarrarlo directamente y ponerse a buscar más allá.

Unamuno afirmaba que “quien no se contradice es porque nunca dice nada”. Aldrich fue un cineasta muy contradictorio capaz de gestar grandes obras y marcianadas absolutamente inasumibles, de pasar de una macho movie como Attack! a una soap opera como Autumn Leaves, de recuperar el crédito con una obra como ¿Qué fue de Baby Jane? y estar a punto de perderlo con su siguiente película, 4 tíos de Texas. Y Aldrich no sólo es Aldrich en El beso mortal, también lo es en Sodoma y Gomorra, de hecho él no dudaba en afirmar que fue durante el rodaje de este péplumcuando aprendió realmente a usar la cámara como herramienta. Y en esas aparentes contradicciones (que no son tales) es donde cabe localizar su singularidad como cineasta y su honestidad intelectual. Si yo como autor hubiese orillado, como dices, aquello que me estorbara para el análisis, habría sido deshonesto con el lector, a mí no me interesa defender una tesis tanto como divulgar una obra, las circunstancias en las que se fraguó  y todo lo que alrededor suyo se generó. 

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Otra cosa que me ha llamado la atención (y que celebro) es la consistente representación de la historiografía y la crítica digital. Es uno de los primeros libros donde lo encuentro de manera tan contundente y “normalizada”

Vuelvo a lo de antes, conocer es descubrir, no se trata de fuentes que tuviera localizadas de antemano  (salvo la reseña que he comentado de Vicente Díaz sobre Doce del patíbulo), pero según buscaba información sobre determinadas películas veía que había muchos y muy buenos artículos on line. Entonces ¿por qué no aprovecharlos? Yo he trabajado como periodista y hasta hace cinco o seis años si te acreditabas para un Festival de cine por un medio on line te miraban como corresponsal de segunda fila, por suerte esos absurdos prejuicios sobre la calidad de la información ligada al soporte donde se publica  han sido desterrados. Para mí lo que define el interés de una nota es su procedencia, es decir quién es el sujeto emisor, el firmante, si es alguien solvente lo será con independencia del medio en el que publique. La única pega que le veo a internet como medio para la difusión de fuentes historiográficas y hemerográficas es la aspiración de algunos por asumir los procesos de comunicación, que a través de la red se dan, como el necesario reflejo de una democracia en estado puro donde todas las opiniones valen lo mismo y merecen ser difundidas en idénticas condiciones, una aberración que nos lleva a abaratar y relativizar los mensajes dando por sentado que da un poco igual quien los emita.

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Con Bette Davis y Joan Crawford en "¿Qué fue de Baby Jane?" (1962)

Cineasta comprometido en todos los ámbitos y desde luego, el primero, en lo profesional. Nunca paró de rodar, independiente o para los estudios, en Europa o en televisión.

Más arriba he comentado que mi método de trabajo al escribir es hacer camino al andar, creo que la validez de dicho método la fui asumiendo de Aldrich, un cineasta que hizo carrera al rodar. Necesitaba rodar como el respirar, él tan aficionado a los símiles competitivos consideraba que construir una filmografía era parecido a una partida de naipes, a veces te tocan malas cartas y con ellas tienes que intentar hacer la mejor jugada que esté en tu mano y otras veces las cartas son tan buenas que solo cabe triunfar. Pero con independencia de las cartas que te toquen tienes que seguir jugando porque si abandonas la mesa tu sitio lo ocupará otro y ya ni buenas ni malas, simplemente dejarán de repartirte las cartas. Claro que a él le gustaba ser el dueño del juego, la mayoría de sus películas las produjo él mismo y por un breve espacio de tiempo incluso detentó la propiedad de sus propios estudios (vieja aspiración

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"¿Qué fue de Baby Jane?" en exteriores

personal). Pero él que había tenido una colaboración muy estrecha con varias víctimas del mccarthismo sabía que si te sacan de la partida estas jodido. A él le sacaron una vez a cuenta del enfrentamiento que tuvo con Harry Cohn, patrón de Columbia, durante el rodaje de The garment jungle, del que fue despedido y le costó cinco largos años el volver a imponerse y cuando lo hizo fue con una obra como ¿Qué fue de Baby Jane?a la que Jack Warner, su distribuidor, auguró un fracaso importante. No lo fue, de hecho fue un éxito atronador como lo fueron sus siguientes películas que, sin embargo le pusieron bajo sospecha a ojos de la cinefilia que le acusó de acomodarse a las modas del momento, algo que creo se debe a un error de apreciación pero, aunque así fuera ¿cómo pedir a un cineasta que había estado a punto de quedar fuera de juego por imperativos industriales que renunciase a reincidir en aquellas fórmulas que más éxito le habían procurado apostando sobre seguro? Por eso para mí su período de plenitud fue a partir de los 70 con varias obras de madurez muy personales en su mirada sobre la naturaleza humana.

Estamos hablando de que esto provoca una carrera llena de altibajos, de éxitos, descalabros y resurrecciones (comerciales, artísticas…) que en consecuencia han despistado a la crítica.

Pues sí pero, como te decía, no es algo premeditado en él. Su obra es la de un sobreviviente que asumía las cosas como le llegaban, lo cual no quiere decir que fuera un conformista sino todo lo contrario: su vehemencia, su ideología, su discurso, su estilo, están fuera de toda duda, otra cosa es que los resortes sobre los que articulaba sus propuestas no siempre fueran los más propicios para su desarrollo. Si la crítica se muestra despistada es porque ellos sí suelen estar acomodados a las modas del momento y su análisis suele estar fuertemente condicionados por ellas cuando no por una pose personal. Jordi Costa dijo una vez que el crítico de cine debería ser “un espectador informado”, estoy de acuerdo pero en lugar de eso es  muy fácil ser “espectadores condicionados” que juzgan las películas por el modo en que se ajustan, o no, a una serie de parámetros muy

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concretos que a su vez generan un estándar de evaluación. Huelga decir que es ridículo pretender la validez de dicho estándar  aplicado sobre cualquier obra.

En su momento si fue un director de gran influencia: de la ola de euroimitaciones de Doce del patíbulo (1967),  al grotesque de ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) que fue aprovechado hasta la saciedad y el más allá de la explotación comercial, o incluso un film como Veracruz (1954) que anuncia el spaghetti-western casi al completo.

Ese es otro de los méritos no reconocidos de Aldrich y que con este libro he tratado modestamente de reivindicar. Porque siempre fue puesto en la picota pero también es verdad que siempre fue por delante. Antes de que emergiera Peckinpah con un discurso desmitificador y en clave posmoderna sobre los héroes del western Aldrich ya había rodado Veracruz donde partiendo de una visión canónica (está el héroe del sombrero blanco frente a la villanía del antihéroe con ropas oscuras) introduce el humor hasta subvertir la heroica del género despojando a sus protagonistas de toda épica. En este sentido y atendiendo a sus motivaciones es un antecedente claro de Leone, cineasta por cierto al que Aldrich despidió del rodaje de Sodoma y Gomorra. Por otra parte la escena de la ametralladora de Veracruz es una fuente de inspiración clara para el final de Grupo salvaje, sin embargo en Aldrich siempre hay espacio para reivindicar a sus antihéroes al contrario que en Peckinpah, en este sentido el apelar al duelo, al one

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to one para dilucidar el conflicto, implica  reivindicar un código de caballería que entronca con el western clásico frente a la mirada posmoderna de Peckinpah. Todo eso estallará en La venganza de Ulzana, desprovista ya de cualquier concesión al clasicismo. Por otra parte Doce del patíbulo inaugura todo un subgénero, como es el de las películas de misiones bélicas, que causó verdadero furor a finales de los 60 y durante los primeros 70. Y los mismos que cuestionaron el original bendijeron los sucedáneos. Un poco lo mismo puede decirse de Baby Jane en relación con el grotesque. De hecho el final de carrera de Joan Crawford y, en menor medida, también de Bette Davis, estuvo consagrado al horror gerontológico como pseudo-género. Y en este sentido también hay que mencionar una película que es determinante en su trayectoria como Rompehuesos a rebufo de la cual comenzaron a surgir ficciones deportivas por doquier, entre ellas la inefable Rocky. El problema con Aldrich es el que te expresaba al principio, que sus películas son más famosas que él, nadie reconoce detrás de todos estos títulos emblemáticos a la misma persona.

También está el cambio formal operado especialmente desde el 70. Un quitarse adornos y manierismos que igualmente provocó valoraciones divergentes.

Los 70 tal y como apuntaba más arriba son, bajo mi punto de vista, su período de plenitud, precisamente por eso que apuntas, porque se desprende de aquellos elementos de puesta en escena más barroquizantes, por así decirlo, presentando un estilo más depurado, una mirada mucho más serena, imbuida de escepticismo, plena de sabiduría también en la representación de la violencia, menos espectacular, más cruda. Un período que se inaugura con La banda de los Grissom en 1971 y que prácticamente se perpetúa hasta el final de su carrera. Algunos analistas no están preparados para este cambio de tono de Aldrich no sólo en el aspecto formal sino tampoco en el plano discursivo. “Pero ¿no habíamos quedado que era el típico progre bienintencionado made in Hollywood? ¿cómo el mismo director que reivindicó la causa indígena con Apache criminaliza ahora su lucha en una película tan fascista como La venganza de Ulzana?”, esa es

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una de las preguntas que muchos se hicieron en estos años lo cual solo revela la cortedad de miras de cierta crítica y su poca voluntad por entender nada ya que tampoco Apache resultaba un ejemplo de hagiografía.

Además, y contra lo que pueda parecer por ese giro estilístico, es un cineasta mucho más sutil, mucho menos obvio. Una pieza como La venganza de Ulzana lo prueba a la perfección. No solo es la contrafigura de Apache sino que, con el tiempo, ha emergido casi como su obra maestra.

Efectivamente no sólo es la contrafigura de Apache pero resulta apasionante vincular ambas películas así como llevar a cabo el mismo ejercicio otras obras de la filmografía aldrichiana (Attack! v.s. Doce del patículo, The big knife v.s. La leyenda de Lylah Clare, Doce del patíbulo v.s. Rompehuesos…etc.). Da la impresión de que todas sus películas son esbozos, ideas para una gran obra que nunca llegó a filmar y que a lo que se dedicó, volviendo a terrenos previamente transitados, fue a perfeccionar el modelo. Pero permíteme que te corrija, para mí Apache tampoco es una película obvia ni carente de sutileza, en este sentido no creo que esté muy alejada de La venganza de Ulzana, como tampoco lo está en el plano discursivo, el personaje de Lancaster en ambas películas está lejos de ser un héroe, un tipo con un código de valores sin tacha. Al revés se trata de personajes

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obstinados, orgullosos, uno joven (y circunstancialmente indio) por lo que se levanta en armas, el otro viejo y cansado (y circunstancialmente blanco) que a falta de otras certezas se aferra a los pequeños placeres que puede brindarle la vida. Lo que pasa que este segundo personaje que es el que protagoniza La venganza de Ulzana no ofrece ningún asidero al espectador para que empatice con él, por lo menos no de manera clara. Es un antagonista elevado a la categoría de protagonista. Dicho todo esto coincido contigo en que puede muy bien ser considerada la obra maestra de Aldrich por cuanto es un compendio de buena parte de su filmografía anterior a la luz de una nueva mirada que será la que defina su último tramo de carrera. Es recapitulativa pero a la vez inaugura un período muy fértil en su obra.

Por cierto, evitas cuidadosamente la relación y referencia con/a la “Generación de la violencia” en la cual suele enmarcársele. ¿Independiente en todo y entre todos?

Lo que pasa que personalmente no asumo categorizaciones, es más, hablar de “Generación de la violencia”, de “Generación perdida” o de “Generación del 98” creo que solo lleva a ocultar en un compartimento estanco los méritos singulares de cada uno de los integrantes de estos movimientos. De todas maneras, dicha omisión no ha sido deliberada por mi parte.

Volviendo a esos superlativos 70: desde La banda de los Grissom su ferocidad nunca deja de aumentar.

Al Aldrich de los 70 no le veo feroz, le veo vehemente, escéptico, combativo pero también reflexivo, la típica actitud de quien está de vuelta de todo y no tiene que rendir cuentas ante nadie más que ante sí mismo. En este sentido su cine de los 70 resulta de una lucidez y de una integridad apabullantes. Pero ya que dices lo de ferocidad,

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Chabrol alababa del cine de Aldrich su sinceridad, su franqueza, que le hacía llamar “viejo” a un “viejo” y “cojo a un cojo”. Ahí ya entraríamos en otro debate sobre la fina línea que a menudo separa la sinceridad de la ferocidad.

¿Es el corolario de esto la desmembrada Alerta: Misiles?

Alerta: misiles es, en su versión íntegra, una película de tesis realmente pasmosa en los riesgos que asume, no sólo en cuestiones de puesta en escena (con recursos típicos de las retransmisiones televisivas de aquellos años, algo que Aldrich ya había ensayado en Rompehuesos) sino en sus implicaciones ideológicas. Está a la altura de las mejores películas de política-ficción como El mensajero del miedo, por apelar a un título que es paradigmático en este sentido. Lo que pasa que las versiones que se fueron estrenando de Alerta: misiles en distintos países, con más de 45 minutos de cortes y un montaje alternativo, desnaturalizan bastante la propuesta y son un buen síntoma de la poca sintonía que había entre la sociedad norteamericana del momento (en pleno viraje hacia el neoconservadurismo que apenas un par de años después llevaría a Reagan a la Casa Blanca) y un espíritu crítico y combativo como el de Aldrich.

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Su radicalidad, en todos lo órdenes (profesional, ideológica,…) le ha convertido (otra vez) en un cineasta abierto a la confusión “interpretativa”.

Una vez Álex De la Iglesia se me quejó de que los espectadores (e incluía entre ellos a la crítica cinematográfica) son bastante conservadores ya que lo único que esperaban de él es que volviera a hacer algo parecido a El día de la bestia. En este sentido decía Álex “si en vez de volver a transitar por caminos conocidos intentas hacer un recorrido diferente, encima la audiencia te lo recrimina”. Salvando las distancias a Aldrich le pasaba un poco eso, cuando vacía su cine de “discurso” a raíz de ¿Qué fue de Baby Jane? se le echa en cara que explota sin pudor las modas del momento, cuando ofrece una obra que es pura contención como La venganza de Ulzana abogando por un discurso político audaz, se le recrimina apegarse a una retórica racista y neo-colonial, tres cuartos de lo mismo con Rompehuesos. Pero cuando opta por ofrecer a la audiencia más de lo mismo con Canción de cuna como un cadáver o Comando en el mar de China, asumidas como prolongaciones de los universos de Baby Jane y Doce del patíbulo respectivamente, se le tacha de impersonal. Supongo que toda esa confusión interpretativa es el peaje que tiene que pagar aquél que en realidad aspira a ser un espíritu libre. De todas maneras la radicalidad es un valor que a mí me parece muy reivindicable, hoy en día asociamos radicalismo a extremismo, pero su acepción primigenia no es esa sino que radical significa relativo a la raíz, a la

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esencia de las cosas. En medio de tanta superficialidad, de tanto retrato epidérmico y como tal insustancial, el cine de Aldrich, su coherencia, su honestidad, se antoja hoy más necesario que nunca.

Ahora que los géneros han sufrido un vaciado, Aldrich ejemplifica al cineasta de género, de raigambre pulp capaz de combinar lo muscular y lo político, la diversión frenética y la lucidez ideológica. El beso mortal es paradigma de todo esto.

Todas sus películas son paradigmas de eso que comentas, en el caso de El beso mortal es algo totalmente intencionado, aunque Aldrich siempre se quejó de que la película había despertado lecturas exageradas, sobre todo entre la crítica francesa, él fue el primero que quiso darle un alcance político a una narración que en origen no era sino una historieta pulp sobre un robo de joyas. Un alcance que hay que valorar, teniendo en cuenta además lo alejado que estaba ideológicamente de Mickey Spillane, creador del personaje de Mike Hammer y autor de la novela en la que se basa el film. Aunque suene cruel decirlo yo creo que Aldrich murió en el momento justo, probablemente no hubiera podido hacer el cine que a él le gustaba en nuestros días. Piensa que cuando fallece en 1983 la era Reagan y el pensamiento neocon se encuentran en su máximo apogeo. Aquellos polvos trajeron estos lodos, de la máxima “las ideologías han muerto” se pasó a “el mercado se autorregula”. Se dejó de hacer política, cualquier manifestación artística quedó vaciada de contenido ideológico, se instituyó una especie de red scare de nuevo cuño en el que cualquier espíritu crítico se puso bajo sospecha. En el ámbito hollywoodiense se produjo una infantilización de los contenidos que alcanzó su paradigma con la máxima de Lucas “denme planos y no secuencias”. Por cierto que a Aldrich La guerra de las galaxias era una película que le producía sarpullidos. Así las cosas y teniendo en cuenta que a un director tan naif como Ken Loach se le considera poco menos que un radical armado con una cámara, no sé que espacio tendría en nuestros días un cineasta como

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Aldrich firme defensor de la tradición expresiva pero reconocido agitador, un espíritu libre que nunca negó al espectador su condición protagonista pero que jamás pretendió adoctrinarle. Yo creo que ese es el secreto de que muchas de sus películas hayan trascendido.

¿Crees que queda algo de eso en el presente? ¿Pueden ser gente como Audiard, Marchal o el mismo Urbizu herederos de algún modo?

Me remito a lo dicho anteriormente, soy bastante escéptico en ese sentido. Los cineastas que citas mantienen un compromiso con su trabajo que, en cierto modo, es similar al de Aldrich, pero las circunstancias son muy distintas y, de todas maneras el tiempo nos hará ver a verdadera significación de su obra. Si me preguntas por otro tipo de afinidades como por ejemplo la representación de la violencia que hay en su cine y su manera de vehicular dicha representación a través de formas populares y géneros reconocidos hasta concretar propuestas exigentes capaces de confrontar al espectador con la realidad de su tiempo, pues los ejemplos que me citas, que duda cabe, que están en esa onda. También algún otro como Claude Chabrol (que nos dejó el pasado 12 de septiembre) o Bertrand Tavernier han seguido su estela en ese sentido. De hecho Tavernier dijo en una ocasión que cuanto más mayor se hacía más radical se sentía, algo que también pudo haber dicho Robert Aldrich sin temor a mentir. Lo que está claro es que si queda hoy algo de ese espíritu está en Europa, en EE.UU da pena ver el devenir de directores como Scorsese, Coppola, De Palma, llamados a ser el relevo de los Aldrich, Fleischer, Fuller… Hoy se encuentran perfectamente integrados en una dinámica que les es ajena.

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Hollywood fantasmagoria: "La leyenda de Lylah Clare" (1968)

Nunca tuvo miramientos, además, en focalizar su mirada más áspera en Hollywood en particular y el show business en general. En ocasiones con proyectos suicidas y olvidados como La leyenda de Lylah Clare o El asesinato de la hermana George, emprendidos, además, tras el atronador éxito de Doce del patíbulo.

Eso juega a su favor ¿no? Para mí es un ejemplo claro de honestidad el hecho de cuestionar de manera preferente la naturaleza de aquellos ambientes que te son más inmediatos. Si hay algo que se repite de manera habitual en sus películas es localizar al enemigo entre el propio grupo de afines, una tendencia que, actualmente, apelando a una falsa idea de consenso, parece desterrada de nuestro ideario. De todas formas muchas veces Aldrich no dirigía bien su vehemencia. Sus críticos siempre le reprocharon que a fuerza de menear el árbol para recoger los frutos deseados en ocasiones veces terminara por arrancarlo de golpe. Esa sensación es clara en esa relación de películas que citas referidas a los ambientes del show business y de una manera precisa a Hollywood. Quizá por dirigir su furia hacia unos escenarios que a él le eran muy próximos

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tanto La leyenda de Lylah Clare como, anteriormente, The big knife carecen de la sutileza que, pese al punch marca de la casa, atesoran otras películas suyas. En el caso concreto de The big knife el propio Aldrich reconocía la poca fortuna con la que decidieron enfatizar cada irrupción en escena del personaje del productor interpretado por Rod Steiger (una suerte de suma de Harry Cohn, Louis B. Mayer y Jack Warner) con un fondo musical inspirado en la estética del cine nazi. Por lo demás la mirada de Aldrich está condicionada por el didactismo mal entendido de Clifford Odets, autor de la obra de teatro que inspira la película. Para mí en ese sentido tiene mucho más valor La leyenda de Lylah Clare pese a una representación plagada de referencias metacinematográficas que al espectador medio le pueden situar en fuera de juego y a algunos riesgos mal asumidos como el protagonismo de Kim Novak. El asesinato de la hermana George trasciende esos ambientes como pasa con Baby Jane, son películas en las que el retrato del show Business resulta una mera excusa para reflexionar sobre la falsedad que ocultan ciertas máscaras y la podredumbre moral que genera estar permanentemente representando un papel que no has elegido hasta quedar fagocitado por él.

Empleando los símiles deportivos, muy presentes en el volumen, hay uno que me gusta especialmente y que, creo, explica muy bien a Aldrich: “con los años había perdido contundencia pero había ganado precisión” Era un perro viejo que pegaba donde dolía de verdad, aunque solo fuera capaz de hacerlo una vez.

Esos símiles deportivos surgen de una reflexión muy acertada del historiador francés Michel Maheo cuando afirma que el concepto de match está en la génesis y el desarrollo de los mejores trabajos de Aldrich que no dejan de ser enfrentamientos one to oneentre caracteres antagónicos, que no opuestos, ya que tanto sus protagonistas como sus contrarios están lejos de ser personajes ejemplares. Según el propio Aldrich simplificar el conflicto apelando

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Durante los ensayos para "El vuelo del Fénix" (1965)

a esta retórica le servía para conectar con el espectador medio americano, muy aficionado, como lo era él por otra parte, a los deportes de competición. A partir de ahí esa observación que comentas trata, efectivamente, de ilustrar la fuerza que tiene su cine de los 70, el menos conocido, pues si en la década anterior su punchresultaba demoledor, la veteranía es un grado y en sus últimas películas muestra una precisión encomiable en cada uno de los golpes que lanza al espectador, no necesita como antes tirar tantos porque no tiene las mismas energías pero de sobra sabe donde duele. Siguiendo con el símil pugilístico, Aldrich nunca fue un fino estilista, él más bien responde al arquetipo del rudo fajador.

El enfrentamiento es tema clave: entre dos hombre, un hombre contra si mismo… pero también la colaboración que nace del choque de individualidades comoEl vuelo del Fénix (1965) o incluso Doce del patíbulo

Bueno siguiendo con lo que acabamos de hablar, en la retórica de la alta competición deportiva tan importante es el liderazgo individual como el funcionamiento del grupo. Las películas que comentas reflejan esos valores de cooperación y esfuerzo más allá de las singularidades de cada quien, aunque inevitablemente siempre hay un coach que da cohesión al equipo y que cuestionado, o no, acaba por afianzar el compromiso de todos. Creo que tanto El vuelo del Fénix como Doce del patíbulo anuncian ya buena parte de la lucidez reflexiva que atesora el Aldrich de los 70, por más que el grado de paroxismo que hay en ambas películas confundiera a más de un espectador llevándole a pensar que había gratuidad allí donde lo que prevalecía era una mirada escéptica y hasta si se quiere cínica, sí, pero también comprometida. Lo que pasa que el discurso de Aldrich es siempre incómodo porque parte de una máxima con mala prensa: la violencia aparece como elemento dinamizador de las relaciones individuales y como herramienta para la cohesión social. Si no hay conflicto es imposible avanzar.

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Este duelo lo lleva en El emperador del Norte (1973), casi mi favorita suya, a un nivel prácticamente de abstracción. Marvin y Borgnine son como dioses antiguos.

En esa película el conflicto al que acabo de aludir aparece mucho más depurado, efectivamente. Frente al Aldrich de primera época (me refiero sobre todo a sus películas de los años 50) que precisaba de una coartada que legitimase la disposición de sus personajes al conflicto y su representación de la violencia, (procurando de este modo tranquilizar la conciencia del espectador y de buena parte de la crítica que posteriormente le recriminaría su falta de discurso al respecto), una película como El emperador del norte queda exenta de este tipo de justificaciones, como también lo están La banda de los Grissom o La venganza de Ulzana. Los escenarios retratados son tan opresivos y vejatorios que el espectador asume la naturaleza desesperada de quienes los habitan y como tal sus conductas violentas. La tensión propia de un contexto de lucha de clases siempre planeó sobre el cine

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de Aldrich pero nunca de manera tan explícita como en El emperador del Norte o en La banda de los Grissom. El emperador… en concreto se sostiene sobre una abstracción de ese conflicto, que se antoja eterno, entre poseedores y desposeídos, pero al mismo tiempo se reflexiona sobre la naturaleza perversa de unos y otros ejemplificando sus miserias morales en dos figuras que no dejan de ser unos parias, unos apestados. Esto no quita para que las simpatías del público estén, no podía ser de otro modo, con aquél que defiende su libertad frente a quien únicamente protege intereses bastardos que asume como propios en aras del prestigio social que confiere tener un puesto de trabajo en una época de crisis y miseria como la que refleja la película. Y en medio de ese combate agotador emerge la figura del rookie en un nuevo guiño a la retórica de la alta competición deportiva. A través del personaje de Keith Carradine Aldrich ofrece una visión nada halagüeña sobre las motivaciones de las generaciones venideras, carentes de ideales y de un verdadero espíritu combativo.

Siguiendo con esta idea del “match”, un partido, pero también un combate, el libro mismo lo es en muchos aspectos, no es complaciente ni para con Aldrich ni para con el lector.

Releyendo lo que escribí percibo que si hay alguna intención por mi parte en el texto es la de que el lector redescubra el cine de Aldrich con la misma intensidad con la que yo lo he ido redescubriendo. Nunca me he sentido con la autoridad moral e intelectual suficiente como para dar consejos a nadie o hacer revelaciones. Como mucho me siento cómodo sugiriendo o recomendando, a partir de ahí que

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cada cual dé rienda suelta a sus inquietudes. En ese aspecto ignoro si el libro es complaciente con el lector o no, sospecho que lo que pretendes decir es que el texto no está estructurado como un monólogo sino como una invitación al diálogo y que como tal exige al lector una participación activa y quizá en ese sentido algo de esfuerzo, acostumbrados como estamos a que otros piensen, decidan y opinen por nosotros. Lo único que tengo claro es que el libro ahora pertenece al lector y en ese sentido es muy gratificante conocer vuestras opiniones e interpretaciones sobre el mismo y contemplar los espacios de afinidad o diferencia que quedan abiertos como resultado del diálogo propuesto.  En lo de que no es complaciente con Aldrich pasa un poco lo mismo, he querido entrar en diálogo con su obra, no llevar a cabo una hagiografía ni una condena que es lo que como lector siempre me ha molestado de ciertos libros de cine en los que el autor se arroga un rol de ser superior que le hace determinar qué películas son las buenas y cuáles las malas con el ánimo, además, de instruir al lector. Mi voluntad no es esa, no pretendo instruir, me doy por satisfecho con que el lector conozca y de ahí en adelante que sea él quien juzgue.

Pese a la clara admiración no es un trabajo nada servicial y si muy personal e incluso bastante audaz. No pretendes tanto “el Aldrich” como “tú Aldrich”.

Es curioso porque no eres la primera persona que sugiere eso de que es “mi Aldrich” jajaja. Supongo que debo tomármelo como un elogio. Bueno que duda cabe que tal y como está planteado el libro hay un esfuerzo por construir un personaje. Dado que apenas sabía nada de él, ni de sus opiniones ni de sus circunstancias, más allá de sus películas, fui a las fuentes y contrastando unas y otras, lo que él dijo de sí mismo y lo que otros dijeron de él, surge una figura en mi imaginario que es la que he trasladado al lector y digo trasladado, no impuesto. Vuelvo a lo de antes: lo que he intentado hacer es poner en diálogo esas fuentes, abriendo espacios de consenso y de disenso y a partir de ahí propiciar un retrato lo más aproximado posible, fiel en cierta medida, pero también crítico. De todas maneras tengo que confesar que cuanto más documentación encontraba sobre Aldrich mejor le entendía hasta el punto de hallar en sus declaraciones y en sus películas a un espíritu afín, entonces esa proyección personal a la que aludes es más fácil que se produzca.

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No tienes mayores miramientos en desmenuzar severamente parte de su cine con mayor prestigio crítico ya institucionalizado, como las antes comentadas The big knife (1955) o Attack!  (1956) sancionando ese estilo enfático, subrayado o incluso su psicologismo de salón tan típico de producciones de prestigio de los 50 en su tratamiento de temáticas, digamos, fuertes.

En cierto sentido me gusta ser un poco mosca cojonera. El Aldrich de los 50 mantiene su prestigio intacto lo cuál está bien pero eso no quita para que en esas películas haya elementos cuestionables al menos desde una perspectiva actual. Entonces aquél que quiera seguir defendiendo esas películas que lo haga con plena conciencia de sus limitaciones, no vale ocultarlas para ponerlas como ejemplo del mejor Aldrich, sobre todo frente a sus películas posteriores que aparecen alejadas ya de ese estilo enfático y de ese psicologismo de salón y que pueden resultar discutibles en otros aspectos pero no en ese. Curiosamente los que siguen prefiriendo Attack! a Doce del patíbulo son aquellos que defienden la naturaleza puramente visual de la narrativa cinematográfica, pero se ve que si no les ofrecen coartadas legitimadoras hay ciertos conflictos que no están dispuestos a asumir por razones, no ya artísticas, sino estrictamente ideológicas.

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Además a esta opones la reivindicación de trabajos olvidados, cuando no directamente despreciados tipo Destino fatal o Chicas con gancho.

Tiene que ver con lo mismo, no me gustan los dogmatismos pero tampoco soy partidario de la boutade algo que es moneda común en estos tiempos donde en aras de ser original y, hasta cierto punto, polémico, se reivindica casi cualquier cosa. No es el caso de las dos películas que citas que me parecen obras mayores. La primera porque rebosa una sinceridad ilimitada que nos acerca de manera concluyente al espíritu de escepticismo y desencanto que hay sus obras postreras. Además esa mirada, plena de sabiduría, se articula en un género como el thriller en el que siempre se encontró a gusto. Chicas con gancho me gusta más si cabe porque contiene todo eso pero a la vez un optimismo desbordante, una energía contagiosa que cierra la filmografía de Aldrich de manera gloriosa, reivindicando las pequeñas alegrías que nos da la vida como espacios de bienestar en medio de tantas incertidumbres, de tanto desasosiego. Al mismo tiempo hay una

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carga irónica muy acentuada que relativiza el drama y ensalza la solidaridad, el compromiso, el trabajo en equipo, los deseos de superación. Es casi una visión paródica del american dream pero plagada de ternura y comprensión hacia aquellos que lo tienen más difícil para acceder a él. En este sentido y respecto a lo que hablábamos antes acerca de la retórica del match que tanto abunda en su filmografía resulta sintomático que ésta se abra y se cierre con sendas ficciones deportivas.

Bueno, desde luego yo seguiría pero en algún momento toca retirarse. En todo caso ya sirve para darse una idea de lo inagotable de Aldrich y de lo inagotable del libro. Mil y pico gracias y tuya es la despedida para lo que quieras añadir.

Pues nada sólo quería invitar a los lectores a entrar en diálogo con el cine de Robert Aldrich, siento que mi libro puede ser un buen punto de partida pero también pueden aprovechar la ocasión que les brinda este mes Filmoteca Española, con un ciclo impresionante en el que se incluye casi toda su filmografía, para acercarse a su obra que es realmente apasionante. A quien esté en Madrid el próximo 29 de junio le invito a pasarse por allí pues presentaremos el libro en una charla coloquio junto con Enrique Urbizu, gran director y mejor persona y un aldrichiano de pro. Es una buena ocasión para que me contéis vuestras impresiones sobre el libro los que lo hayáis leído, me interesan mucho y a tal fin también podéis hacerme cualquier comentario en mi perfil de Facebook. Un saludo y muchas gracias por esta entrevista Adrián.

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