Revista Cultura y Ocio
El rey había muerto. Lo supo al escuchar tres golpes secos en la habitación de al lado. Los dos primeros producidos cuando la manzana cayó de la real mano y rebotó en el suelo y se alejó rodando unos metros más allá, fingiendo inocencia. El otro, fue el de su orondo cuerpo, al chocar contra la piedra. Ella permaneció silenciosa, inmóvil, con la convicción de que su plan había triunfado. Su esposo había tomado la manzana envenenada, como tomaba todo lo ajeno, en un deseo irrefrenable de posesión infinita: mujeres, dinero, tierras, piedras preciosas, poder... Encontrar de forma casual una manzana con un mordisco era una invitación. Un cebo perfecto. Hacer suyo lo que era de otro, privar a alguien de alimento o de un tentempié, era una tentación. Si, además, creía que la fruta era de su esposa, el placer era mayor. Blancanieves se felicitó por haberla guardado tantos años. Lo único que lamentaba era haber tardado en decidirse.
De las nueve personas que estaban al tanto de los efectos perniciosos de la manzana, la única que podía perjudicarla había fallecido al tratar de emplearla contra ella. Los enanos estarían muy agradecidos. A fin de cuentas, acababan de ser liberados del expolio al que habían sido sometidos los últimos quince años. En cuanto a ella, con treinta y cuatro años recién cumplidos, la vida acababa de ponerse a sus pies. Antes de abrir la puerta, para encontrarse con el difunto, se echó un último vistazo en el espejo, que le lanzó un beso, al grito de "Sigues siendo la más hermosa".
A sus lamentos acudieron guardianes, criados, algunos nobles. Nadie sospechó. El único problema surgió cuando la amante de su esposo pretendió acercarse a despedirse del difunto. Aunque no estaba segura de que existiera amor verdadero entre ambos, Blancanieves aseguró su jugada. Sacó el disfraz de despechada y pidió que detuvieran a la pérfida que había enloquecido a su pobre esposo. Sus órdenes se cumplieron de inmediato y durante dos meses la mujer no vio la luz del día. Cuando terminó el cautiverio, el cadáver estaba podrido. La manzana con dos mordiscos permanecía oculta en una mina del bosque (por si volvía a ser necesaria). En el salón del trono, más refinada que nunca, y rodeada de siete consejeros enanos, la Reina Blancanieves le dio un ultimátum: O te vas del reino o pasas el resto de tus días en las mazmorras. Aquella misma tarde, mientras el sol se ponía, la mujer cabalgaba lejos del reino adentrándose en el bosque, donde un cazador con un cuchillo y un cofre esperaban. Blancanieves era libre, poderosa y... bella.
Gracias a Ivy por la fotografía, que venía como anillo al dedo para el relato.