Revista Arte
La maravillosa mentira del Arte, la más duradera, la más inspiradora, la más engañosa.
Por ArtepoesiaCuando el Arte alcanzara su más fervorosa inspiración fue a partir del Renacimiento. Entonces los humanos comprendieron la fabulosa invención de un procedimiento tan extraordinario para embellecer la vida y sus cosas. Ésta ya habría sido encumbrada por el Arte griego hacía dos mil años, pero ahora, en el Renacimiento, podía pintarse la vida otra vez con nuevas y atrevidas formas iconológicas. ¿Podrían Leonardo de Vinci o Rafael haber alcanzado su fama artística de Belleza sin la revolución estética del siglo XV? Pero, entonces, si se deseaba alcanzar la más alta estimación de Belleza, ¿cómo se podría conseguir esta misma belleza si no existía así, como tal encumbración tan sublimada, en este mundo? Habría que idealizarla, habría que mentir ahora con la Belleza. Pero el Arte desde Grecia, sin embargo, era sobre todo imitación de la Naturaleza. Así que, ¿habrían los griegos conseguido la más eximia representación de Belleza gracias a esa afirmación del Arte? No exactamente. Porque para cuando se empeñaron en crear Belleza ésta no era como los sentidos de su propia naturaleza les presentaba las formas del mundo. Así que, entonces, inventaron ellos la Belleza. Los renacentistas luego, siglos después, idearon una mejor técnica para engrandecerla. Y cuando los siglos pasaron y la vida demostrara que la idea elaborada no era lo mismo que las cosas, los seres humanos, perdidos, entraron así en una sensación ofuscada del sentido de Belleza. Encontraron entonces a partir del Romanticismo una emoción deformada de Belleza. Así que desde finales del siglo XVIII rompieron la Belleza, y ésta se escindiría en dos maneras de entenderla. Una la más armónica y proporcionada de todas, otra la más misteriosa, desgarrada y emotiva de Belleza.
Pero existió antes de eso un periodo -el Barroco- que sí conseguiría aunar, aunque sin alcanzar los grandes extremos de Belleza, las dos cosas juntas ahora, las dos vertientes de Belleza. Fue un momento de sorpresa, de desdén, de búsqueda, de pasión, de mentira, de crudeza, de tanta sublimidad engañosa. Duró más de un siglo porque la vida entonces estuvo muy matizada de fiereza. Las guerras en el siglo XVII duraron más que la Belleza. Y el ser humano, cuando no alcanza a ver el final de la miseria, tratará de mantener viva su Belleza. Así el Barroco duraría más que ninguna otra tendencia en la historia. Sus creadores querían alcanzar aquella alta estimación de la Belleza de Rafael o de Leonardo, querían encontrar también las formas diversas de plasmarla ahora en una obra. Algunos con fruición manifiesta de Belleza y otros con determinación de imitarla de otra forma. Pero, todos con la pasión decidida por engrandecerla sin desmerecerla. La Belleza debería entonces ser retratada con la primorosa búsqueda de una idea y de una forma. Ésta, la forma, no podría diferir grandemente de la Naturaleza, aquélla, la idea, no podría distinguirse para nada de una representación sublime de Belleza. Entonces inventaron la sombra, la luz, la fábula, el sueño y la memoria. Quisieron entonces representar la vida de otra forma. No como era exactamente la vida, pero tampoco sin diferenciarse mucho de la Naturaleza. Aquí las maneras de las escuelas divergieron según aquella regla: o la idea, o la forma. Para cuando se enfrentaron las dos, algunos reflejaron su Belleza según la combinación de ambas sutiles tendencias.
Ferdinand Bol (1616-1680) fue un pintor holandés extraordinario. Tuvo un referente primoroso en Rembrandt, pero también derivaría su estilo hacia el academicismo francés más elogioso. Brillaría entre los suyos como un elegante pintor, tan correcto como idealizante. Así compuso obras de Arte donde la imitación de la Naturaleza consiguiera llegar a alcanzar la afinación más encumbrada de Belleza. Para eso, para combinar Naturaleza con Belleza, hará falta rozar a veces la falsedad más elogiosa de Belleza. No se puede imitar la Naturaleza y crear así, a la vez, obras primorosas de Belleza. Eso sólo lo hacen los genios como Rembrandt, donde la Belleza se transforma más en idea y no en forma. La forma es lo que vemos como lo aprecian nuestros sentidos primeros de belleza. La idea es otra cosa, es una intelectualización de la forma. Es Belleza sobre todo, una sublime representación combinada de belleza, lo que hizo Rembrandt. Pero, sin embargo, Ferdinand Bol crearía otra cosa. No pudo él sustraerse a su necesidad de alcanzar la Belleza de las formas, de imitar éstas, las formas, como los ojos buscarán siempre la belleza. Pero para eso, para retratar así a veces la Naturaleza, habrá que mentir ligeramente en las formas. Ésta no siempre es pródiga de formas sutiles de belleza, la Naturaleza no estará predeterminada siempre para conseguir la eximia forma más primorosa. Así que, cuando la rica familia holandesa Trip le solicitara un retrato mitológico de sus hijas, el pintor Bol compondría un retrato de Belleza sin menoscabar ésta en nada que las formas le impidieran mostrar así, sin sutilezas.
Pintaría la Belleza sin reparos, sin pudor, sin control, sin detalle, sin verosimilitud ni fortaleza. El cuadro Margarita Trip como Minerva enseñando a su hermana Anna María retrataría las dos hijas de la familia Trip, Margarita como la diosa Minerva con su casco emplumado y su armadura, representando así la sabiduria de la diosa. A su hermana Anna la compone, sin embargo, como la joven hermosa que aprenderá desdeñosa, sin otra determinación ahora que ejercer su belleza primorosa. Años después otro pintor holandés, Jan Weenix, retrataría a Anna Trip en una obra donde, ahora, el Barroco encumbraría mejor la idea de perseguir, sin trabas, la imitación correcta de la Naturaleza. Weenix fue admirado incluso, años después, hasta por Goethe gracias a su Arte de imitar tan correctamente a la Naturaleza; el poeta alemán le homenajearía con un verso romántico glosando la precisa forma de sus texturas para componer la vida. Ahora, con Weenix, no valdría más que la realidad de la forma para alcanzar así la mediación de la belleza. La mediación, no la Belleza, no su idea sino su flagrante forma de belleza. Ferdinand Bol, a cambio, mentiría sin atisbo para traspasar, así, el medio menos indolente de Belleza. Ese que no percibirá otra cosa que la Belleza más rabiosamente debida a los ojos de un espíritu tan deseoso de ella. Retrataría la belleza de Anna María, aunque no exactamente a Anna María. Para eso, para hacerlo así, de una forma tan intransigente, la volvería ahora hacia nosotros, haría que ella misma mirase ahora directamente hacia los ojos de los que la vieran admirados. Con ello obtendría así la confirmación de que la Belleza no se esconde ni se abruma, ni se pierde ni se arredra. Tan solo se mantiene ahora entre las finas armas de su grandeza, entre las figuras y entre las formas más clásicas y armoniosas, entre las mitologías legendarias más misteriosas, o entre las sublimes manifestaciones más engrandecidas de Belleza. Esa misma que la Naturaleza pudiera llegar a veces a componer en el mundo... sin llegar a preguntar apenas si eso es o no es Belleza.
(Óleo Margarita Trip como Minerva enseñando a su hermana Anna María, 1663, del pintor barroco holandés Ferdinand Bol, Rijksmuseum, Amsterdam; Retrato de Anna María Trip, c.a 1679, del pintor holandés Jan Weenix, Museo de Amsterdam.)
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