Editorial Ediciones del viento.
172 páginas. 1ª edición de 2008.
Hace unos meses comenté en el
blog la primera novela de Óscar
Esquivias (Burgos, 1972), y ya dije que era una novela sencilla y bien
construida. También mencioné que conozco a Óscar en persona y que él ha leído
alguno de mis libros.
Me he acercado ahora a La
marca de Creta, el conjunto de relatos con el que Esquivias ganó el premio Setenil, que otorga el
ayuntamiento de Molina de Segura al mejor libro de relatos publicado en el año
anterior a la convocatoria, en este caso el 2008. La mayoría de estos relatos,
como nos cuenta el autor en una nota final, habían aparecido antes de que se
publicara este libro en diversas revistas. Lo curioso es que La marca de Creta tiene un tono bastante
unitario en cuanto al estilo de los relatos, a la temática y al enfoque.
De este libro había leído dos
relatos previamente: Miedo, un bello relato sobre las
incertidumbres vitales de un padre que empieza a no sentirse ya tan joven. Lo
había leído en la antología de relatos Siglo XXI, publicada por la
editorial Menoscuarto. La acción de Miedo
transcurre en Italia, y esto marca una diferencia con respecto al resto de
composiciones del libro, que transcurren (todos menos ese, si no me equivoco)
en la provincia de Burgos.
El otro relato que había leído
previamente era Maternidad, que por coherencia entiendo que transcurre en
Burgos Capital (aunque podría no ser así). Este lo leí de pie en la Casa del Libro de Gran Vía, meses antes
de que comprara el libro. Y lo cierto es que me desconcertó, porque el final de
este cuento podría hacernos pensar en una solución fantástica y me hizo sospechar
que esta sería la tendencia de los cuentos de La marca de Creta, cuando en realidad no es así, ya que la vocación
de este libro es profundamente realista.
Hace unas semanas comenté aquí el
libro de cuentos Caminos anfibios de Ernesto
Calabuig y dije que su construcción me parecía más de inspiración europea
que norteamericana. Los de Esquivias me parecen, según las definiciones
personales que di en esa entrada, más norteamericanos: los personajes se
definen más por sus acciones que por sus pensamientos, el hecho que va a marcar
sus vidas se produce durante el tiempo del relato, y los finales de estos cuentos
o bien son abiertos o bien se produce en ellos algún momento epifánico para el
personaje.
Uno de los territorios míticos
para el relato norteamericano sería el del Medio Oeste, esa ancha franja del
país donde lo principal que parece ocurrir es la literatura. El Medio Oeste
representa, para los autores norteamericanos, la parte más tradicional del
país, y es en este escenario donde suelen situar los dramas de unos personajes
normalmente de clase media o de clase baja. En más de un libro de relatos de un
escritor norteamericano existe una unidad de lugar; estoy pensando en Rock
Springs de Richard Ford o en
las novelas y relatos de Charles Baxter.
Podría equiparar el Medio Oeste
americano al Burgos de Óscar Esquivias en este libro. La mayoría de los
personajes que aparecen en La marca de
Creta debaten su ubicación entre Burgos capital y un grupo de pueblos, cuyos
nombres se repiten de forma continuada de un relato a otro: Villandiego,
Sasamón, Citores… La continuidad de un relato a otro queda marcada por algún
pequeño detalle más: en dos cuentos se cita a Canarias como un lejano destino
visto desde Burgos, y de Canarias se habla precisamente del mismo pueblo:
Corralejo. Además existe el personaje de Pauli, que bien podría ser la misma
chica en dos relatos diferentes: El
origen de las especies y en Happy
birthday, Mar.
Ya he comentado más arriba que me
desconcertó el primer relato del conjunto, Maternidad, porque podía insinuar
(no de forma clara, en todo caso) una solución fantástica –que no me acabó de
convencer–, y porque me hizo pensar que el libro iba a transitar por unas
sendas que no eran las que luego fueron.
Me convenció de forma inmediata
el segundo cuento, Septiembre, sobre un joven de un pequeño pueblo que siente caer
sobre él todo el peso del fin del verano y posiblemente de la infancia y de la
adolescencia. Su vida ha estado muy unida hasta ahora a la de los chicos de su
edad, pero empieza a comprender que la vida de los adultos (de los que en breve
va a pasar a formar parte) es una vida muy solitaria. Un bello relato. El
estilo de Esquivias en este cuento, como en los demás, apuesta por la precisión
y la economía de medios. Gracias a la dosificación de estos recursos y a la
viveza de los detalles sobre la naturaleza o las costumbres de las personas, los
cuentos acaban teniendo un halo muy triste y muy poético.
La mayoría de los dieciséis
cuentos que forman La marca de Creta
están escritos en primera persona, aunque es precisamente uno de los pocos que
están escritos en tercera uno de mis favoritos: La fiesta más divertida,
sobre un adolescente al que sus padres envían a vivir a una pensión en Burgos capital
a los catorce años para que pueda cursar el bachillerato. La descripción de la
vida en la pensión es muy rica en detalles. Esto, además de cómo se muestra la
soledad de este chico que ha de empezar a enfrentarse al mundo de los adultos,
hacen de este cuento una composición muy emocionante, pero, paradójicamente,
carente de ningún énfasis; en la captación poética de los pequeños detalles de
una vida está su fuerza.
Creo que además este cuento, La fiesta más divertida, puede ser
paradigmático del tema que más se repite en estas piezas: el de la fragilidad
del adolescente, de la persona que está dejando de ser un niño y de su forma de
asimilar la vida adulta, de alcanzar un lugar en el mundo. Mi otro cuento
favorito de La marca de Creta tiene
que ver también con este tema, Hijos de Dios, que
significativamente empieza con estas frases: “Ayer cumplí diecinueve años. Hace
tres que abandoné el pueblo. Siempre supe que mis padres eran un mundo cerrado
donde no cabía nadie más, ni siquiera yo” (pág. 73). El protagonista de Hijos de Dios, además de hacer frente a
ese desapego hacia él que siente por parte de sus padres, para convertirse en
adulto tendrá que hacer frente a la asunción de una característica que va a
marcar su forma de entender el mundo, su homosexualidad, tema presente en más
de uno de los cuentos de este libro.
Como me suele pasar casi siempre
que leo libros de relatos, los cuentos que menos me han gustado de La marca de Creta han sido los más
cortos. Cuentos como La reina del puré o Expedición
a las cavernas del bacilo de Koch, cada uno de dos páginas, una
extensión en la que apenas hay cabida para una pequeña anécdota. En general los
cuentos que más me gustan de mis autores favoritos suelen tener una extensión
de unas 15-25 páginas; por supuesto esta es una característica puramente
personal, más fruto de la experiencia que de un criterio literario más
consistente.
La marca de Creta, con sus casi treinta páginas, es el último
cuento del conjunto. Transcurre también en un pueblo de Burgos, pero el tipo de
personaje ha cambiado respecto a la humildad de los anteriores: estamos aquí
ante un gran pope de las letras nacionales (poeta, narrador y ensayista) que ha
decidido retirarse a la casa de sus antepasados, donde conversa (literalmente)
con los clásicos griegos y latinos. La mirada de Esquivias sobre sus personajes
ha cambiado aquí: de la piedad ha pasado a la fina ironía, incluso al sarcasmo.
La mirada del autor sobre el personaje, sobre lo que nos quiere contar de él,
me ha parecido demasiado explícita, y esto hace que prefiera la sutileza
poética de los cuentos anteriormente comentados.
De todos modos, no todos los
cuentos transcurren en este espacio entre la ciudad y el campo. Los escenarios
de más de uno se sitúan directamente en la ciudad y hablan de problemas de
pareja o de relaciones humanas, como el titulado El origen de las especies, sobre la relación tormentosa entre dos
mujeres, y Happy birthday, Mar, sobre
la reunión de un grupo de amigos que empiezan a no ser tan jóvenes como antes.
No quiero acabar esta entrada sin
decir lo siguiente: La marca de Creta
es uno de los mejores libros de relatos que he leído de un escritor español.