La presentación de ‘El viaje de Pau’ en Bielsa fue uno de los mejores momentos de mi aventura literaria. Foto: Lucía Pastor
El fin de semana que viene ese trocito de paraíso ubicado en la comarca del Sobrarbe, en el corazón del Pirineo Aragonés, será escenario de la novena edición de las Jornadas de La Bolsa de Bielsa, el homenaje que un grupo de republicanos sin remedio dedica cada año por estas fechas a quienes dieron su vida por defender la libertad en aquel lejano pero, sin embargo, tan vivo, tan necesariamente vivo, junio de 1938.
Ahora que he publicado mi segunda novela me hace sentir orgulloso recordar los buenísimos momentos que me ha hecho vivir la primera, El viaje de Pau, uno de los más intensos y emocionantes, sin duda, la presentación que tuve el honor de protagonizar precisamente como parte del programa de las Jornadas de La Bolsa, en el Ayuntamiento de Bielsa, hace ya un año. Un recuerdo imborrable.
En el marco de las jornadas, la Asociación Sobrarbense La Bolsa convoca un certamen literario con el objetivo de mantener muy viva la memoria histórica, en homenaje a la 43 División Republicana y a la población del Alto Aragón, que sufrió las consecuencias de una guerra terrible, y para homenajear también la belleza incontestable del marco natural, el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, que fue escenario de hechos tan antinaturales.
El año pasado me quedé a las puertas de ser seleccionado entre los cuatro ganadores, con un relato titulado La carta, que me inspiró la historia real de un miliciano de la 43 División, Antonio Fernández Garrido, desaparecido durante la Batalla del Ebro, cuyo sobrino Antonio se ha empeñado en devolverle la identidad y en hacerme partícipe de ello.
En esta sexta edición del concurso he vuelto a participar, con un relato más ligero, titulado La marmota, y me he vuelto a quedar a las puertas de los reconocimientos: sexto, de 32 participantes, de los que el jurado seleccionaba a cinco finalistas. Aquí tenéis el enlace al fallo, y aquí el relato en pdf, que empieza así:
“La pradera estaba preciosa, forrada de pasto de un verde brillante salpicado por montones de flores de colores intensos. La primavera se exhibía en todo su esplendor e invitaba a lanzarse a disfrutar de lo que ofrecía.
El invierno había sido especialmente duro. En aquellas montañas siempre lo era, pero desde que cayeran las primeras nieves, con el otoño recién empezado, el cielo, tan luminoso durante el verano, había mudado, durante meses que se habían hecho eternos, a gris amenazante.
Afortunadamente, la nieve se había retirado ya a las cumbres, dejando al descubierto el sueño de toda marmota. El animal observaba desde lo alto de la roca bajo la cual se ocultaba uno de los innumerables pasadizos que conducían a su refugio. Allí se había resguardado del invierno, soñando con verdes praderas.
Se desperezó una vez más, volvió a mirar a un lado y a otro, y, sobre todo, al cielo, temerosa de la presencia de alguna de aquellas odiosas águilas que hacían la vida imposible a las de su especie. Todo estaba tranquilo, y la hierba parecía tan jugosa…”