¿Para qué viajamos? Hay quien viaja como quien colecciona cromos, y cuyo afán consiste, básicamente, en completar el álbum imaginario de sus viajes por la faz de la tierra. Sigo pensando que no todos los lugares son iguales. Algunos nos conmueven, otros nos dejan indiferentes. Intento, no obstante, implicarme emocionalmente con todos los lugares ajenos mediante alguna clave particular ligada a mis lecturas o estudios De las ciudades y lugares que visitamos busco a menudo un detalle mínimo, apenas perceptible para el resto de turistas o viajeros. Esto ha sido lo que he intentado hacer antes de nuestra visita a la antigua ciudad de Marsella, en la Provenza. Traté de encontrar el lugar donde estaba enterrado Friedrich August Wolf, pero ha sido en vano. Sin embargo, tras el regreso de un viaje de fin de semana a Marsella y Avignon vuelvo con la sensación de, al menos, no haber pasado por allí sin mayor afán que el de coleccionar un nuevo cromo. Esta es la pequeña nota a pie de página inspirada por tales reflexiones y la búsqueda infructuosa de la tumba de Wolf. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Casi todas las referencias biográficas que he encontrado sobre el filólogo Friedrich August Wolf dan la noticia de su muerte en Marsella, en agosto de 1824, a los 65 años. Tras su forzosa salida de Halle, invadida por las tropas napoleónicas, luego fue invitado por Guillermo de Humbolt a formar parte del claustro de profesores que iban a configurar la mítica Universidad de Berlín a comienzos del siglo XIX. Humboldt escribió de esta forma una nueva página de la Historia de las universidades, y cuando Wolf llegó hasta aquella nueva Atenas germana ya había puesto los cimientos de la moderna filología clásica, en su entrañable Universidad de Halle. Sin embargo, esta nueva etapa berlinesa no iba a ser precisamente lo mejor de su vida, y poco a poco fue sintiendo cómo el nuevo mundo posnapoleónico que emergía ya no era el suyo. Enfermo, unos años más tarde partió para Marsella, donde es probable que esperara encontrar curación a sus males gracias al sol y el clima benigno de la Provenza y la Costa Azul francesa. Aprovechando un viaje de fin de semana a Marsella y Avignon, quise buscar la tumba de Wolf en esta ciudad, pero me ha resultado imposible ya incluso semanas antes de emprender el viaje. Para empezar, partí de algunas biografías que especifican algo más que el mero dato de la muerte y nos dicen que Wolf fue enterrado en el cementerio protestante. En este caso, mis búsquedas fueron infructuosas, por lo que aproveché un estudio acerca de los protestantes suizos en Marsella para suponer que, en realidad, el cementerio protestante no era otro que el llamado Cementerio suizo. Esta circunstancia me llevó a una búsqueda de su antiguo emplazamiento, no lejos del recinto que conocemos como “Vieille Charité”, aunque luego supe que este cementerio había sido trasladado, y no sé si se desvaneció definitivamente tras las reformas posrevolucionarias. En una ciudad arrasada durante la II Guerra Mundial parece, asimismo, poco probable que un establecimiento funerario de este tipo hubiera pervivido salvo por obra de la casualidad. En todo caso, se trataba de un cementerio bien distinto al de Saint-Pierre, que se construyó en el sigo XIX, uno de los más grandes de Francia, donde ya había lugar para todas las confesiones religiosas. Por todo ello, mi deseo de visitar la tumba de Wolf, de igual manera que podemos hacer con la de otros eruditos, como Egger en el cementerio parisino de Montparnasse, ha resultado imposible. Los restos mortales de Wolf parecen haberse perdido en una ciudad que, casualidades de la Historia, fue fundada por aquellos griegos que tanto amó el filólogo. Sí encontramos, a este respecto, algunas esculturas conmemorativas a este pasado milenario, como la de Homero en la Rue D’Aubagne, sita hoy en un lugar que parece más una calle tunecina o argelina que una calle propiamente francesa. Como reza en la placa que está en la base del monumento, los descendientes de los foceos erigieron este monumento al inmortal poeta griego, precisamente el que Wolf convirtió en la voz de la Grecia arcaica en sus Prolegomena ad Homerum. Los foceos partieron ya en tiempos legendarios desde el golfo de Esmirna, en Asia Menor, para fundar la ciudad griega que con el tiempo se convirtió en Marsella. Wolf emprendió un viaje menos largo que probablemente tenía mucho de viaje interior, de huida del mundo circundante. Encontrar la tumba de Wolf no era para mí, como alguien podría pensar, una cuestión baladí. Con Wolf muere un mundo y nace la nueva filología, y quería encontrar una suerte de testigo físico, una suerte de lugar, enre real y simbólico, donde tuvo lugar este tránsito sin retorno. No hubo suerte. Si bien no ha sido posible dar con la tumba de Wolf, al menos me ha sido dado recordarlo gracias a este monumento erigido al poeta de Grecia. FRANCISCO GARCÍA JURADO