Revista Sociedad
Leer es sano. A falta de confirmación oficial-sanitaria se me ocurre decir que es la más eficaz práctica de prevención del Alzheimer, la mejor forma de fortalecer la aptitud para el aprendizaje, y cómo no, una placentera forma de sentirse bien, aprender y, por ende, hacer subir la autoestima. Comenzar un sábado leyendo tranquilamente bajo el edredón de un moribundo (y algo cálido) noviembre, es un placer exquisito.
No es una práctica que siempre me pueda permitir, o que siempre se me ocurra practicar (no así por las noches, cuando acontece “conditio sine qua non” para el sueño), pero este sábado he podido gozar de este pequeño placer, gratuito, leyendo “El lector” de Bernhard Schlink. Es muy gratificante gozar de un libro inesperado. Esta pequeña joya de la literatura alemana contemporánea ha hecho como los grandes aprendices: pasarse las colas (de lectura en este caso) y subir muchos grados y jerarquías de una sola vez.
Leer a Schlink me hace reflexionar en torno a lo excelsas que son ciertas literaturas por encima de otras. Obviando eventuales superioridades de unas culturas sobre otras, no podemos dejar de ver que existen ciertas lenguas más proclives a darnos grandes ejemplos de "alta literatura". Quién sabe si por los fonemas y lexemas, o por el rancio abolengo histórico que arrastran algunas lenguas, existen idiomas que son capaces de emitir un sinfín de grandes novelas, sin apenas acabar con sus recursos. En tiempos de Crisis, de dudas económicas, y también intelectuales, no podemos dejar de preguntarnos sobre lo justo, o erróneo, de los pensamientos que en ocasiones damos por indubitados.
El inglés no es, ni mucho menos, la mejor lengua para la literatura. Estamos cansados de escuchar que es la lengua talismán para la música moderna, y que es una lengua idónea para su aprendizaje rápido y efectivo, sin embargo, ¿acaso es una lengua literaria?. Lo dudo. No por capricho, sino por necesidad, me atrevo a cuestionar lo que el mundo anglosajón nos impone como incuestionable. Tras Shakespeare y Dickens “no todo el monte es orégano”. No deja de ser inquietante ver cómo existen literaturas que, con un menor grado de alfabetización, han brindado a la Humanidad mayor número de grandes obras que la lengua inglesa.
No caeré en el chovinismo excesivo, al menos en esta ocasión, aunque no me prive de decir que Quevedo no tiene nada que envidiar al autor, ¿anónimo?, de “Romeo y Julieta”, pero debo recordar que la literatura española del Siglo de Oro (con Cervantes, Alemán, Quevedo, Góngora...) es uno de los momentos álgidos del genio humano, y eso que la España Imperial no era excesivamente culta y sí, en cambio, profundamente analfabeta (como la mayoría de su época). Algo similar ocurre con la que, a mi juicio, es la mejor de cuantas literaturas haya creado el hombre, la rusa.
Ni el inglés, ni el chino, el ruso es una de las grandes lenguas literarias, o quizá la mayor. Posiblemente ello explique lo difícil de su aprendizaje y lo rico de su fonética. No creo decir nada nuevo, ni rompedor, si afirmo que los mayores prosistas de la Historia son Dostoievsky y Tolstói. Curiosamente, el grado de analfabetismo de la Rusia zarista y de la España Imperial no distan en exceso, al igual que la excelsitud de sus obras, por lo que, no sin cierta curiosidad poco disimulada, me planteo cuál es el carácter que favorece mayormente un alto grado de excelsitud en lo que a literatura se refiere.
Obviamente, el idioma es un factor clave. Tanto el ruso como el español son idiomas que se prestan mucho más a la literatura que el inglés. El “inglés culto” debe recurrir en cuantiosas ocasiones a latinismos, no así el ruso, valga el ejemplo. El español tiene un sustrato único en el Mundo, atesorando en su seno elementos latinos, prerromanos, árabes, germánicos, precolombinos... Pero la cuestión idiomática no parece ser ni la única ni la definitiva.
No hace tanto recuerdo tener una conversación con un buen amigo en la que discutíamos sino eran las calamidades vividas por una sociedad lo que hace que, en muchas ocasiones, se generen grandes obras literarias. Bien mirado, ello podría explicar la gran producción literaria durante los ocasos español y zarista, y muy especialmente, también podría corroborar lo interesante, y elevada, que es la literatura yugoslava (si bien, aquí también intervenga el componente idiomático, al ser lengua eslava).
Se mire por donde se mire, la verdad no es lo que se dice ni lo que parece, sino un calificativo que muchas veces nos transciende, es cuestión de fe, y que pocos podemos conocer. No crean que su literatura es inferior a la del “Imperio”, pues pueden llevarse sorpresas, ¿verdad?