Bodegón de presentación de la mejor tortilla de Valencia (posiblemente)
Fotografía: TT
El oficio del cronista es básico dentro de su complejidad. Tildar con grandes adjetivos los titulares y emplear con profusión el superlativo para provocar asombro y curiosidad en el ávido lector. En cuestiones gastronómicas suele suceder lo mismo. Los críticos no se conforman con medianeces y mezquindades y suelen enfrentar en sus crónicas lo más elaborados y suntuosos platos o las abominaciones culinarias más impresentables. Nunca he entendido el olvido en los recetarios y los grandes rotativos de aquellos pequeños locales hosteleros que, dentro de su ingenuidad y de las limitaciones impuestas por cuestiones de recursos, componen verdaderas odas y melodías llenas de ritmo y armonía. Y muy de vez en cuando, algún loco periodista local se aventura por las callejuelas de los antiguos barrios de las ciudades anónimas y en un pequeño rincón descubren auténticos tesoros de los que se consideran mentores y protectores.
El local en cuestión, en la calle Calixto III
El bar español puede llamar la atención del cliente a través de dos recursos publicitarios primarios pero sumamente efectivos. El primero consiste en aprovechar la visita de cualquier famoso o famosillo patrio y reflejar su estancia mediante la instantánea que inmortalice el momento: el/la famoso/a en cuestión con el/la dueño/a del local. En un bar de carretera de Cuenca, en la A-3, se ha llegado al paroxismo total en este tipo de reclamo, las paredes repletas de fotografías con personajes y personajillos ofreciendo un espectáculo digno de cualquier gabinete de curiosidades. La segunda estrategia comercial básica de primero de Publicidad incluye, de nuevo, enmarcar el objeto – reclamo para disfrute de parroquianos y/o clientes ocasionales del bar/restaurante. En este caso, es necesario recolectar en la prensa, local o nacional, todas aquellas reseñas, críticas y noticias que hagan referencia a las bondades gastronómicas del garito y ponerlo a disposición pública para su lectura y disfrute. Si lo han dicho unos periodistas, bueno será… ha de pensar el curioso.
Apariencia poco ortodoxa que, sin embargo,
no desmerece el ejemplar
Apreciación de las magnitudes del Alhambra
La Alhambra valenciana es local popular. Uno de esos bares que abundan en los barrios de la ciudad del Turia y donde los valencianos se entregan con pasión a esa costumbre tan sana del almuerzo y a la que ya hemos hechos referencia en otras ocasiones. Un local pequeño, excesivamente, ocupado por una larga barra en la que proliferan ejemplares tortilleros espectaculares. Grandes tortillas de dimensiones inconmensurables, de un grosor majestuoso y un color espectacular, brillante y cegador. Las tortillas, de lo más variado: desde las primigenias que respetan el cisma establecido entre aquellos que defiende la presencia de la cebolla y las otras que prescinden de su uso; junto a ellas, tortillas con morcilla, con sobrasada, con pimientos y un largo etcétera variado y rico. Afrontando tal procesión culinaria, la pared está decorada con recortes y noticias de prensa donde los cronistas y los plumillas de las glorias valencianas entonan sus cánticos de loa y gloria a la tortilla de la Alhambra, la mejor de la ciudad y, por tanto, de España, si hace falta.De los mejores almuerzos de la ciudad...
Y en cierto modo, esos reportajes periodísticos no están faltos de razón. Quizás nos pueda sorprender en primera instancia el aspecto del pincho tortillero, tan poco ortodoxo. En vez de esa proporción estadística de tendencia triangular, se corta en sección y así se presenta. Sin embargo, no es necesario falso artificio que pretenda engañar nuestro gusto. Los ejemplares catados y engullidos dando rienda suelta al gordo que llevamos dentro dejan buena constancia de una de las pocas verdades que he leído en la prensa en los últimos tiempos: la tortilla de la Alhambra valenciana es, quizás, la mejor de la ciudad.