Revista Opinión

La memoria cotidiana

Publicado el 28 noviembre 2013 por Carmentxu

Rajoy no pasará a la historia con ningún adjetivo insigne como ‘el sabio’, ‘el locuaz’ o ‘el magnífico’. Ni siquiera lo hará como Mariano ‘el cínico’. Hace falta más inteligencia para aplicar el cinismo o el sarcasmo de forma efectiva. También le queda grande. Un ‘Rajoy el mudo’, o ‘Rajoy el gris’ sería más adecuado a su realidad y su tiempo.

Ayer, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso, el presidente del Gobierno retó a la estadística y, lo que es más grave, faltó a la verdad. Una vez más. Aseguró que el paro ha descendido gracias a la reforma laboral, ‘la infame’: se lo deben haber chivado Fátima Báñez o Cristóbal Montoro, a saber, éste último otro ministro cuyo ministerio está mutando hacia la nada, que eso de que ‘Hacienda somos todos’ estuvo bien como slogan cuando había trabajo e ilusión por construir algo juntos. Ahora ha quedado reducido a un anacronismo más que superar y saltarse a la torera. Hacienda, para muchos, son los demás.

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Las cifras son demoledoras: desde que empezó a aplicarse la reforma laboral, en el primer trimestre de 2012, se han destruido un millón de empleos. A la desgracia y la desesperación de perder el puesto de trabajo (ese levantarse cada mañana, ducharse, vestirse, desayunar y… no tener adónde ir) de asistir a la huida de ingresos para afrontar el mes y ver cómo las expectativas se van por el retrete a la que tiramos de la cadena, se une ahora el olvido. Los parados no existen en ese mundo infantil de la niña de Rajoy, como tampoco existen los enterrados en las cunetas, en anónimas fosas comunes. Todos saben que están ahí, pero sin visualización se les arrebata su entidad. Tampoco los represaliados, convertidos 60 años más tarde en trabajadores en precario, castigados por crímenes que no han cometido, sin juicio ni garantías de salir en libertad o alcanzar el tercer grado de un trabajo temporal que les libere de su Guantánamo particular aunque sea por unos pocos meses o unas horas al día.

Rajoy no quiere muertos, como tampoco quiere parados. Por eso niega a ambos. Es ‘Rajoy el negativo’. Negarlos es volverles a matar de nuevo, devolverles a la cuneta y echar tierra, recrear la tropelía, abandonarlos al olvido hasta que mueran los más viejos del lugar, de la misma forma que ha olvidado sus promesas electorales, sus mentiras. Nunca existieron. Tampoco existen la sentencia a Fabra, las cuentas en B con que su partido se financia ni la corrupción que conlleva. Como su niña, que cierra los ojos en la noche para que desaparezcan sus monstruos.


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