Revista Cultura y Ocio
La memoria del gintonic, por Antonio Báez
Publicado el 03 marzo 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Talentura. 118 páginas. 1ª edición de 2011.
Antonio Báez (Antequera, Málaga, 1964), escritor y administrador del blog Cuentos de barro, se apuntó a la lectura conjunta que sobre mi novela Acantilados de Howth organizó Francisco Portela, regidor del blog Un lector indiscreto. Después de que apareciese la reseña que hizo de mi libro (ver AQUÍ), le propuse que me enviara su novela La memoria del gintonic, por si le apetecía que la comentase en mi blog. Y Antonio me la envió por correo unos días después.
El pasado 28 de enero, día de Santo Tomás de Aquino, que para mí fue festivo por dedicarme a la docencia, decidí dar una vuelta por el campo, y me llevé esta novela corta de Báez, que terminé al día siguiente.
La voz narrativa de La memoria del gintonic pertenece a Eulogia, una mujer mayor, que por su 71 cumpleaños le pide a su hijo Carlos que le regale la inscripción en un taller on-line de escritura creativa. Eulogia pretende escribir una novela; “Quiero vengarme de la vida escribiendo una novela” (pág. 25). Y el libro que el lector lee es –o podría ser, porque la propuesta metaliteraria es intensa- la novela que Eulogia va escribiendo. Existe un juego interesante sobre la composición de la novela, que el propio Báez nos comenta en el prólogo: cuando empezó a escribir su libro, él realmente llegó a inscribirse en un taller de literatura on-line, matriculándose como si fuese Eulogia. Las profesoras de este curso eran las escritoras Cristina Cerrada y Leonor Sánchez, que firman el segundo prólogo del libro. Eulogia (o Báez haciéndose pasar por Eulogia) envía lo que va escribiendo a sus profesoras, y sus respuestas al texto se van insertando en la novela; así que Cerrada y Sánchez acaban formando involuntariamente parte de la trama de La memoria del Gintonic. Los personajes principales de la novela, además de Eulogia, que con su voz narrativa va dominando la historia, son el nombrado hijo, y la cuidadora de Eulogia, Palmira, una atractiva mujer negra de Cabo Verde, “Es muy guapa, eso es indudable. Se mueve entre los muebles como si fuese una pantera” (pág. 23).
Al principio me chocaba la voz narrativa que Báez otorga a Eulogia, pues además de mostrarse bastante más moderna y anticonvencional que su hijo Carlos, elegía un vocabulario para expresarse que me parecía demasiado moderno y adolescente para ella; y luego existía el contraste con unas referencias que me parecían en exceso refinadas para un personaje que yo había identificado (sin justificación por mi parte) como de cultura media-baja. Así, en este contraste de registros el lector puede leer -puestas en boca de una mujer de 71 años- frases como estas: “Pero qué rubio, qué guapo, qué brillante al sol, como un Apolo, y qué polla, y que Dios me perdone.” (pág. 34); “He de buscar las gafas de venerable abuela. Las putas gafas de anciana paciente y desgastada como un paño de los que se usan para limpiar el polvo.” (págs. 35-36); “Camina por aquel lugar como Dido entre los muros de su Cartago.” (pág. 33). Este contraste de registros queda, sin embargo, perfectamente justificado en una frase que leemos en la página 37: “La verdad es que no lo sé, diría como mis alumnos antes de que me jubilase, n.p.i”. Así que en este apunte, casi de pasada, descubrimos que Eulogia ha sido profesora -¿de Historia, tal vez?- y el trato con unos alumnos mucho más jóvenes que ella le han llevado a copiar expresiones adolescentes, que en principio parecían impropias de su voz narrativa. De todos modos, me parece que en algunos casos Baéz de deja llevar por el entusiasmo del chascarrillo alegre y enturbia algunos de sus párrafos con bromas quizás poco afortunadas. Además de relacionarse con Carlos y Palmira –y sus profesoras del taller de escritura on-line- Eulogia recibe la visita imaginaria, o el recuerdo evocativo, intenso y personificado de una hermana muerta muy joven, o de su marido también muerto. Y además se comunica por teléfono con una hermana que descubrimos que es presidenta de una comunidad autónoma y que se llama Esperanza. La novela mantiene un juego intenso entre lo verídico y lo imaginado por Eulogia, quien -vamos intuyendo- está perdiendo la cordura, y así conversará con gente que ya está muerta, o con personas que puede que ni siquiera existan; y cuya memoria y referencias espacio-temporales se hacen cada vez más endebles. Y aún así, en uno de los momentos en los que la voz narrativa, siguiendo su juego de novela en construcción, interpela directamente al lector, Eulogia escribe: “¿Te sentirías engañado, lector, amigo nadie, si llegases a sospechar siquiera levemente que soy una vieja loca y extravagante que se aprovecha de las licencias de la edad para fingir su demencia” (pág. 89)
Ya he comentado que estamos ante una novela corta; si descontamos los dos prólogos y dos cuentos que cierran el volumen, hablamos de 85 páginas. Y en este contexto, Báez se muestra ambicioso en la construcción de juegos ficcionales entre la realidad y la ficción, la vida y la novelización de la vida, los diálogos reales y los imaginados… Quizás me ha parecido que yo como lector hubiera deseado que la historia tuviera más cuerpo narrativo en algunos momentos de divagación. Es decir, sí que existe un desarrollo narrativo, y la historia tiene un cierre acorde al discurso expuesto; pero tal vez este cierre me ha parecido un tanto abrupto y me hubiera gustado conocer más la vida de Eulogia y haberla acompañado en más acontecimientos de su vida, que hubiesen marcado de una manera más efectiva la evolución del tiempo narrativo.
Peso a estos pequeños baches señalados, la reflexión a la que nos invita Baéz sobre la vejez, la soledad, la pérdida del atractivo físico o la memoria, desde un punto de vista desacralizado y divertido, acaba por hacer de La memoria del gintonic una lectura agradable. El volumen se cierra con dos cuentos cortos, que ahondan en las obsesiones del autor sobre la vejez y el paso del tiempo.