La presidenta Avelina era la musa de este humilde espacio mío, y si el tiempo y la salud le hubieran dado permiso, podría haber llegado a dominar el mundo desde su silla en el corral. Para qué hablar de grandes personajes cuando la Historia con mayúsculas se hace a base de las historias minúsculas de gente humilde. Por eso le convencí para que me contara la suya, más en blanco y negro que en technicolor.
Me hablaba de hambre y trabajos duros con una sonrisa, como hacen todas las personas que no olvidan el pasado pero le quitan importancia. Le hacia gracia que yo le preguntara por esos tiempos remotos en los que comían castañas y altramuces y todos metían la cuchara en el mismo plato. "¿Pero esto para qué van a querer saber ésos que te leen? ¡Se van a aburrir!" y yo le decía que no, que era interesantísimo y que esas cosas tenían que saberse porque pronto ya nadie las recordaría. Ella se reía suavecito, se arrebujaba en la chaquetilla y seguía contando.
Este año, por causas tristes que no vienen a cuento, no pude ir a visitarla. Me he quedado con la pena de no haberme sentado otra vez con ella en su patio lleno de flores, de no haberle hecho sentir de nuevo como a una estrella de cine con una sesión de fotos.
Como me decía su nieto Luisma, Avelina no tenía estudios pero sí una sabiduría digna de aparecer en los libros. Quizá las Avelinas, Eulogias u Hortensias del mundo se vayan todas discretamente, como ha hecho ella, y les baste con dejar el recuerdo de un mandil cruzado y sabores retenidos en la memoria a base de amor. Pero también merecen que alguien derrame lágrimas como castañas de gordas mientras escribe sobre ellas, lamentándose por no haber tenido una tarde más.
Su imagen se queda conmigo, al igual que con todos los que la quisieron. Pero su conocimiento lo he perdido, del mismo modo que todos los días se pierde parte de nuestra cultura en pasillos de hospital, residencias y páginas de esquelas.
Apresurémonos a salvar las antiguas recetas. ¡Cuántas vejezuelas habrán sido las postreras depositarias de fórmulas hoy perdidas! En las familias, en las confiterías provincianas, en los conventos, se transmiten reflejos del pasado, pero diariamente se extinguen algunos.
Emilia Pardo Bazán, en su prólogo a "La cocina española antigua", 1913
Seguramente no haya mejor homenaje para Avelina que tomarnos unos garbanzos con tocino y un vaso de Colacao. Si acaso, coger de la mano a alguien y escucharle con la memoria preparada y el bloc de notas al lado. Nunca se sabe.
Así os saludaba Avelina hace un año. ¿Era la más bonica o no?