Revista Ciencia

La mentira de las bombillas de bajo consumo

Publicado el 29 diciembre 2014 por Antonio Fernández Reyes @tonyfdezryes
La mentira de las bombillas de bajo consumo Con la llegada al mercado de las bombillas de bajo consumo se logró reducir el gasto de energía pero no la contaminación. Su contenido en mercurio supone un peligro para la salud cuando se rompen y sus gases son inhalados. La universidad de Calgary fue la primera en demostrar cómo el mercurio ataca directamente las neuronas y las destruye. Cada átomo de mercurio causa daños. Una cantidad ínfima basta para causar graves enfermedades. El vapor de mercurio es especialmente tóxico porque se absorbe casi completamente por la respiración pero no vuelve a expulsarse rápidamente. Invade otros órganos como los riñones, diversas glándulas y especialmente el cerebro, donde puede permanecer durante décadas.
¿Cuánto mercurio hay en una bombilla de bajo consumo? El método de medición estipulado por las autoridades comerciales de la Unión Europea implica destruir la bombilla. Hay que cortarla en pedazos, descomponerla en ácido y analizarla. Pero el método tiene una grave falta: solo se miden los componentes líquidos del mercurio. Los gases escapan.
El uso de lámparas de bajo consumo se impuso por ley sin considerar los riesgos sanitarios y ambientales cuando se rompen o se desechan. Tampoco se estableció nada sobre la responsabilidad de las empresas, ni se crearon espacios para la recepción de bombillas en desuso. Cuando una bombilla de bajo consumo se rompe, parte del recubrimiento fluorescente se separa del interior de la bombilla en forma de polvo. Si la bombilla se ha utilizado, el polvo desprendido estará contaminado con mercurio. Como consecuencia, cualquier recipiente utilizado para tirar la bombilla rota también estará contaminado con mercurio. En la mayoría de los países se tiran a la basura doméstica y el mercurio es derramado en basureros al aire libre.
Residuos tóxicos, una herencia mortal
Tanto los residuos eléctricos como electrónicos se generan cada vez más rápido. La razón, un ciclo de vida de los dispositivos más corto y una afición mayor de los consumidores por estas tecnologías. A menudo obsoletos con tan sólo uno o dos años de vida, se envían a África para ser reciclados. Pero realmente acaban en los vertederos donde se queman y destruyen liberando residuos altamente tóxicos.  Agbogbloshie era una humedal hace tan solo unos años. El río Odo discurría velozmente hacia el mar. Un lugar que era verde se ha convertido en un vertedero de residuos electrónicos de países industrializados. Adultos y niños rompen ordenadores y televisores para extraerles el metal y venderlo. La cruda realidad es que los niños, a una edad temprana, están expuestos a las sustancias químicas tóxicas de los residuos electrónicos y de los televisores. Cadmio, mercurio, plomo y retardantes de llama que atacan su pequeño organismo. Su cerebro y sus riñones están todavía en desarrollo y se ven infectados por todos estos productos tóxicos: los metales pesados. Los cables eléctricos son uno de los recursos más buscados por los niños del vertedero. 

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