Revista Arte

La metáfora desde el punto de vista gramatical

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

¿Puede una metáfora analizarse desde una perspectiva morfológica o sintáctica? La respuesta es sí, y en este breve artículo procuraremos demostrarlo.

El sustantivo, el adjetivo, el verbo y el adverbio -entendidos como categorías gramaticales- tienen varias posibilidades de uso metafórico. Estas posibilidades pueden ser estudiadas desde una perspectiva sintáctica y de acuerdo con las normas de selección que hacen compatibles los términos metaforizados con el resto de los elementos de la frase.[1]

El sustantivo y el adjetivo, por ejemplo, están condicionados por su propia estructura semántica, estructura en la que se basa también su capacidad de relación sintáctica con otras categorías morfológicas. El sustantivo está constituido por un núcleo de sentido más o menos estable y una serie de notas que forman su índice de "dispersión semántica"[2]; cuando el sustantivo se usa en sentido propio, permanece como núcleo, y solo algunas de las notas se actualizan, nunca todas: la referencia del sintagma esta mesa no tiene todos los rasgos que puede admitir el sustantivo mesa, porque al concretarse en una realidad actualizada en un contexto (indicada por el determinante esta), no sabemos si la mesa en cuestión es cuadrada o redonda, alta o baja, de madera o de cristal.

Ahora bien, no podemos considerar metafórico un uso que actualiza una de las posibilidades codificadas del sustantivo. ¿Qué quiero decir con esto? Pues bien, intentaré explicarlo brevemente.

Pensemos que, por lo general, los diccionarios, además de señalar los sentidos propios de los términos, indican los sentidos figurados como posibles acepciones. Esto significa que algunos usos metafóricos fueron ya incorporados al sistema en tanto usos figurados, es decir, fueron ya aceptados por el código. Por lo tanto, no puede considerarse como uso figurado mesa redonda, porque el adjetivo redonda pertenece al conjunto de semas que denotan la forma de la mesa, pero sí mesa redonda cuando se refiere a una reunión en la que no hay quien la presida. Tanto las normas de selección que enuncia la semántica transformacional como los sinsentidos de los que habla la lógica matemática pueden tenerse en cuenta en esta argumentación: cada sustantivo posee la facultad de relacionarse virtualmente con un número determinado de adjetivos, unos fijos (epítetos), otros que se especifican en el texto porque suponen, o bien alternativas excluyentes (alto/bajo, grande/pequeño), o bien series abiertas (redondo, cuadrado, oval, etc.); cualquier otro adjetivo que exceda la capacidad virtual del sustantivo se relacionará con él solo de manera metafórica.

Como vimos, la naturaleza del sustantivo como unidad morfológica admite una serie de relaciones con los adjetivos; sin embargo, conviene distinguir también la naturaleza del adjetivo. La expresión mesa cordial, por ejemplo, parece metafórica, y lo es si entendemos cordial como un adjetivo humano, por el contrario, si aceptamos que cordial significa 'agradable al tacto o a la vista', mesa cordial podría entenderse literalmente como 'mesa suave al tacto, de color y aspecto agradable o de buen diseño'.

El sustantivo, en definitiva, es una unidad semánticamente compleja. Los adjetivos, en cambio, tienen una estructura semántica mucho más sencilla: enuncian una sola nota, que puede a su vez ser aplicada a varios campos semánticos. Así, dulce puede ser una impresión placentera: dulce vida; un sabor determinado: vino dulce, o un rasgo de conducta: carácter dulce. Por este motivo, para calificar como metafórica la expresión dulce vida tendríamos que aceptar que el adjetivo dulce pertenece únicamente al campo semántico de los sabores, pero si admitimos que este adjetivo expresa a la vez que lo dulce es agradable, no podríamos tomar por metafórica dicha expresión.

Con el verbo sucede algo similar. El valor semántico del núcleo verbal indica si las relaciones sujeto-predicado pueden considerarse normales, metafóricas o simbólicas. Tomemos como ejemplo la frase la anciana cacarea. Tal como advertimos, estamos ante una relación de tipo metafórica, porque el verbo cacarear solo puede llevar como sujeto propio el sustantivo gallina, de lo que podemos deducir que la anciana es una gallina.

En suma, las relaciones sintácticas de la metáfora están en estrecha relación con la categoría morfológica y con la estructura semántica de los términos metaforizados. Delimitar dichas relaciones nos permitirá tener una mejor comprensión de la oración en tanto enunciado y del fenómeno metafórico en tanto hecho lingüístico.

[1] De hecho, cualquier metáfora puede entenderse como una equivalencia entre un término real y otro irreal o imaginario. Por ejemplo, en la metáfora La luna es una piedra arrojada contra los parabrisas nocturnos, el elemento real es La luna y el elemento irreal o imaginario con el que se pretende establecer la equivalencia es una piedra arrojada contra los parabrisas nocturnos. Sintácticamente hablando, este tipo de equivalencias necesitan siempre de un verbo copulativo.

[2] Véase Tatiana Slama Cazuca. Lenguaje y contexto, Barcelona, Grijalbo, 1970.

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