Cuando Gregorio Rajoy se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso presidente. Estaba tumbado sobre su espalda dura, al levantar un poco la cabeza veía a un país recortado, empobrecido, con seis millones de parados, con una reforma laboral a mayor gloria y beneficio de los empresarios corruptos de la CEOE, con un ministro de Educación sin Educación y con una ministra de Trabajo que no había trabajado nunca
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraban, abiertas –Rajoy era el sastre mayor del reino-, unas enormes tijeras y una foto de un señor con bigote, que en su sueños , hablaba con Dios y este le reafirmaba que lo había salvado de un atentado para que “liderara” a la Humanidad. Gregorio (Rajoy) era un antiguo facha gallego, que tendía a justificar la superioridad de ciertos elementos de la sociedad y que estos, hicieran negocios y se enriqueciesen. Representaba a una clase de la sociedad burguesa que estaba dispuesta a justificar cualquier cosa y corrupciones a condición de: “No podrá demostrarse”.
La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy nervioso. “Llueve mucho” se dijo y su imagen se dirigió hacía un televisor de plasma que tenía como refugio.
«¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todos los “casos” que me rodean?»
Pero esto era algo absolutamente imposible, porque la Güertel, El Bigotes, Crespo, Bárcenas, Matas, Camps y Rita la Cantaora le tenían ocupada la mente y el espacio político. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez volvían a aparecer sus fantasmas. Veía una imagen de la televisión valenciana en ruinas y a Dolores y su gerente manchego firmando un recibí que no cobraban. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver sus caras de chorizos al vino y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado el leve dolor que le producía una cartera llena de billetes
«¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué profesión tan dura he elegido! Un día sí y otro también debatiendo en el Parlamento, lidiando con Montoro, con De Guindos y la Sorayita y sus falsos datos sobre los parados. Gregorio pensó que se había convertido en algo raro. En insecto chupóptero de la derecha, que vampirizaba a los ciudadanos a base de recortes y trancazos a sus derechos legales.
Se deslizó de nuevo a su posición inicial.
Entonces se dio cuenta. Gregorio (Rajoy) se había convertido en un insecto. Con más de cien patas. Todas corruptas y mentirosas.
La familia lo ve entrar en su casa, lleno de sangre de funcionarios y obreros y, no obstante, le sirven la sopa. Sólo el veneno de una serpiente muy venenosa llamada “pérdida de la mayoría” lo podrá salvar.
Mientras tanto es lo que siempre fue: un insecto.
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