Existe la idea decimonónica de que las bacterias y los virus son perjudiciales y están relacionados con la producción de enfermedades en el ser humano, pero nada más lejos de la realidad, ya que hoy día, la mayor parte de las enfermedades y del estado de salud se vincula con tener una microbiota adecuada, o sea un conjunto de microorganismos, bacterias, hongos y virus, que están presentes en el cuerpo humano y guardan entre si un equilibrio.
La salud es el equilibrio de la microbiota y la enfermedad su desequilibrio o disbiosis.
El genoma humano contiene más de 23.000 genes, mientras que el conjunto de la microbiota aporta más de tres millones de genes que producen miles de metabolitos. En un ser humano el 99% de sus genes son microbianos.
¿Somos solo un portador de bacterias, virus y hongos? No despreciemos a nuestras bacterias intestinales, ya que nos representan genéticamente mejor que cualquiera de nuestros órganos.
La mayor parte de la microbiota son bacterias, siendo un 30% común a todos los seres humanos, aunque la composición es única y varía en función de si nacimos por parto vaginal o cesárea, de si tomamos leche materna o artificial, de cuándo y cómo se introducen los alimentos sólidos, de cuáles se introdujeron primero y sobre todo de los fármacos recibidos a lo largo de la vida, de los hábitos alimentarios cuando somos adultos, de la manera de cocinar, de nuestro entorno y de hacer o no ejercicio físico. La suma de esos factores define la microbiota de cada individuo.
Sus funciones son más importantes que la de otros órganos vitales, de manera que de ella depende el sistema de defensa frente a patógenos, la degradación de toxinas, la facilidad de digestión de los alimentos ricos en fibra y de absorción de minerales (magnesio, calcio y hierro), la capacidad de sintetizar vitaminas esenciales como la vitamina K y el ácido fólico, así como ciertos aminoácidos.
Por tanto, dependiendo de cada microbiota digeriremos peor o mejor los alimentos, produciremos más o menos vitaminas, nuestro sistema inmune será mejor o peor e incluso podrá variar nuestro estado de ánimo.
Algunas afecciones digestivas, la obesidad, la diabetes, las alergias, el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas, han sido asociadas a una ruptura del equilibrio en la composición o la función de la microbiota intestinal, que se conoce como disbiosis.
En el momento actual se relacionan esas alteraciones de la microbiota con enfermedades, algunas tan importantes como la enfermedad de Parkinson, la enfermedad de Alzheimer, la neuro mielitis óptica, y la Esclerosis Múltiple, así como la ELA.
Los prebióticos son aquellas partes de los alimentos que no son digeribles y que nos benefician al estimular el crecimiento de determinadas bacterias que mejoran la salud.
Los prebióticos son sobre todo los galacto-oligosacáridos (GOS), la lactulosa, la inulina, los fructo-oligosacáridos (FOS), los isomalto-oligosacáridos (IMO), los xilo-oligosacáridos (XOS), los transgalacto-oligosacáridos (TOS) y los oligosacáridos de la soja (SBOS). Están presentes en leche, hortalizas, frutas, verduras, cereales, legumbres y frutos secos. De aquí la importancia de consumir estos alimentos. Por tanto, para adecuar nuestra microbiota podemos en primer lugar consumir alimentos ricos en prebióticos y como segunda estrategia tomar directamente bacterias vivas conocidas como probióticos.
Una tercera opción, aunque mucho más agresiva y drástica que las anteriores es la conocida como TMF o transmisión de microbiota fecal. Este método consiste en implantar una suspensión de heces procedentes de un individuo sano en el tubo digestivo del paciente receptor. Se trata de una técnica ya utilizada en China en el siglo IV por el médico Ge Hong para el tratamiento de la diarrea. Posteriormente, en 1958 Eiseman y colaboradores describieron el uso de enemas fecales para el tratamiento de la colitis pseudomembranosa por Clostridium difficile, lo que supuso la introducción del FMT en la medicina convencional que a lo largo de la historia ha tenido escaso predicamento hasta que en 2013 demostró su extraordinaria eficacia para el tratamiento de la diarrea refractaria y recurrente por sobrecrecimiento de Clostridioides difficile, con tasas de resolución superiores al 90%.
Recientemente, se realizó una revisión actualizada de lo publicado de la relación entre obesidad y microbiota, concluyendo que está relacionada con la obesidad ya que en los obesos se produce una disminución de la riqueza bacteriana que trae consigo una mayor adiposidad, aparecen dislipidemias, resistencia a la insulina e inflamación.
La microbiota intestinal favorece la obesidad a través del de la "microbiota intestinal Adipocito Factor" (FIAF) o inhibiendo la fosforilación de la proteína quinasa activada por AMP (AMPK), y un último factor es que los ácidos grasos de cadena corta generados por la microbiota intestinal estimulan receptores que aumentan la generación de péptidos anoxigénicos.
En determinados hospitales se ha comenzado a usar la transmisión de microbiota fecal (TMF) como tratamiento de la obesidad.
Si nos parece muy agresiva esta técnica para combatir la obesidad, se puede intentar modificar la microbiota intestinal a través de la toma de un probiótico, concentrado de akermansia muciniphila, ya que se ha relacionado el predominio de esta bacteria con la pérdida de peso. ¿Pero cómo podemos aumentar, aparte de ingerirla en cápsulas, la concentración de A. muciniphila en la microbiota intestinal?
Se ha demostrado que la dieta restrictiva en calorías; la suplementación con extracto de granada, resveratrol, polidextrosa, butirato de sodio, y la dieta alta en FODMAP (oligo, di, monosacáridos y polioles fermentables) aumentan la concentración de A. muciniphila. De igual manera, la ingesta de alimentos como las semillas de chía y la proteína de soja han demostrado su capacidad para modificar la composición de la microbiota intestinal, aumentando el porcentaje de esta bacteria.
En el momento actual, la alteración de la composición del microbioma intestinal está fuertemente asociada a la persistencia de los síntomas en pacientes con COVID-19 hasta 6 meses después de la eliminación del virus del SARS-CoV-2.
Una investigación publicada en la revista Gut, de la Sociedad Británica de Gastroenterología, fue más allá de lo que se observa en los pacientes e intentó ahondar en las causas o predisposición que podría llevar a que una persona desarrolle esta sintomatología luego de superar la infección. Y sugirió que la composición del microbioma intestinal puede estar relacionada con el riesgo de desarrollar COVID persistente en algunos pacientes.
El uso de probióticos y sus posibles beneficios en una recuperación más rápida y con menos secuelas en pacientes con covid-19 es el objetivo de un ensayo clínico que desarrollan investigadores del Hospital Clínico San Carlos y del Hospital Enfermera Isabel Zendal, de Madrid.
El equipo cree que la administración de probióticos podría ayudar a reforzar el déficit inmunitario que se presenta durante y después del proceso infeccioso, ya que casi un 30 % de los enfermos tienen diarrea debido a la afectación del intestino por el virus o por los fármacos empleados.
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