Milenka es el nombre de una perrita siberiana que le obsequiaron a mi hijo Carlos Tonatiuh hace siete años, y que adoptamos con gusto, a pesar de que ya teníamos en casa otra cachorrita de la misma edad, de la raza pastor alemán, con temperamentos obviamente distintos. Esto ocasionó dificultades, por la natural hostilidad entre ellas, lo que nos obligó a separarlas dentro de la misma casa.
El caso es que al poco tiempo, la pastora murió por alguna enfermedad desconocida, quizás un piquete de araña venenosa, según el veterinario, y consecuentemente la Milenka se quedó como dueña absoluta del territorio.
En busca de novio
Pasaron los años y Milenka mostró, aparte de su hermosura, muy buenos modales, lo que me motivó a buscarle novio, porque yo no quería que su estirpe se perdiera, y fue así como conseguí a un perro de su misma raza, con el cual la casé, y a los tres meses ya teníamos perritos.
El problema es que Milenka sufría de ataques epilépticos, que se los atendimos desde tiempo antes, pero a la hora del parto pudieron causarle alguna complicación, de suerte que el día de Navidad de 2017 tuvo cuatro cachorros, de los cuales sólo uno sobrevivió; los demás pudieron haber nacido muertos.
Se comió a sus hijos muertos
Al ver muertos a sus cachorritos, lo único que se me ocurrió fue envolverlos en papel periódico y ponerlos en el bote de la basura, de donde, para mi gran sorpresa, Milenka fue a sacarlos para comérselos.
Recordé entonces que el Padre de la Historia, Herodoto, recorrió cinco siglos antes de Cristo el mundo de su tiempo, llegando a la conclusión de que unos seres humanos entierran a sus muertos, otros los incineran y los demás se los comen. Creí que Milenka guardaba alguna información de aquellos tiempos, y no le guardé rencor, por lo contrario, pensé en ayudarla.
La suerte del sobreviviente
El caso es que Milenka le tomó enorme cariño a su hijo sobreviviente, al que pusimos por nombre Floqui, en memoria de aquel gran aventurero vikingo.
Tal fue el amor y compasión demostrado por Milenka a su único hijo que dejó de comer sus propios huesos, que tanto le gustaban, para llevárselos a su cachorro, aparte de ofrecerle sus tetitas a la hora que él quería. Esto me impresionó mucho, pero más cuando vi que al poco tiempo el mismo cachorrito le “agandallaba” los huesos a su madre, a pesar de que se los compartíamos a ambos.
¡Qué hijo tan ingrato!, pensé entonces.
Sin embargo, pasaron los meses y vi que el hijo llegó a respetar a su madre, no sólo su comida, sino su forma de ser, al grado de que jamás vi tan grata convivencia familiar como la que me tocó observar entre Milenka y Floqui.
Murió Milenka
Hace unas semanas perdimos a Milenka como consecuencia de su vieja enfermedad, que tratábamos con proato de magnesio, pero nos dejó su valiosa herencia: Floqui, tan noble y cariñoso como ella.
Amo a los animales.
Artículo publicado por el semanario Conciencia Pública en su edición del lunes 27 de agosto de 2018.