Las mochilas son ese eufemismo que usan los altos cargos de la administración para referirse a los niveles consolidados: si tienes un nivel 30 (el más alto en el funcionariado) y pasas dos años en el puesto, ese nivel lo vas a tener toda tu vida, con los correspondientes emolumentos. Y así vemos pasar a estos funcionarios de un alto puesto a otro en la administración. Pero la única mochila que tiene el director de un instituto de investigación del CSIC, es lo que haya conseguido tras una larga y dura carrera por puros méritos académicos.
No son, por tanto, a estas mochilas de los altos funcionarios a las que me voy a referir hoy aquí, sino a una auténtica mochila, a la mía. Una mochila que he arrastrado entre la cuarta a la quinta planta de mi instituto, desde mi despacho de mi investigador al que ocupé durante más de siete años como director, llevando a mi instituto a unos logros que nadie hubiera podido imaginar posibles unos años antes.
A mediados de 2015, fui cesado en mi puesto, tras una inicua conspiración auspiciada por los representantes de tres universidades madrileñas y del CSIC. Y cuando te ataca la infamia, no debes confiar en los buenos hábitos de los que representan en ese momento a estas instituciones, defenderán lo suyo y mirarán para otro lado. Debes acudir a la justicia, y si te has ganado el respeto de los medios, a los periodistas. Porque estos representantes institucionales solo temen a estos dos agentes de lo público, y algunos ya ni a ellos.
Aunque el Tribunal Superior de Justicia de Madrid señaló la injusticia del cese y el fraude que rectores, vicerrectores, y autoridades del CSIC habían cometido y ordenó mi reintegro al puesto, estos señores volvieron a interpretar la norma a su manera. Así que me dieron diez días, que se han convertido en 167.
Y ahora viene la mochila. Ahí van mi portátil, y en su memoria, los archivos con los que he tratado de poner en estos casi seis meses algo de orden en la pésima gestión que se ha producido en esos dos años de mi ausencia; lo acompañan otros papeles que reflejan la investigación que sigo haciendo con mis colaboradores y también mis escritos de divulgación.
Esa mochila negra simboliza mejor que ningún otro objeto la ignominia a la que todavía sigo sometido. Ignominia que tiene nombres y apellidos, de gente de la que nuestros campus y organismos públicos de investigación deberían librarse cuanto antes si se quiere que todavía haya esperanza en el mundo académico.
Mientras tanto, los tibios, refugiados en sus despachos, siguen rompiendo lanzas por no se sabe que ideales, permitiendo a los inicuos campar a sus anchas. Yo seguiré con mi mochila, que contiene mis esperanzas. A los que cultivan la infamia se lo digo muy claro: sabed que tenéis la firma pero que la razón viaja en mi mochila.
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Manuel de León (CSIC, Fundador del ICMAT, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias, ICSU).