La revista científica británica The Lancet dedica este mes un editorial al cigarrillo electrónico y al debate generado en torno al mismo, el cual involucra a empresas, políticos y consumidores. Aunque la historia del cigarro electrónico se remonta a 1993, apenas hace un par de años que los cigarrillos de vapor se pusieron de moda, y ello obliga a ponerse las pilas para concretar el marco en que tenga lugar su empleo.
Las investigaciones sobre los efectos de esta nueva manera de inhalar nicotina son muy limitadas, de momento. Aparentemente, resulta menos peligroso, y menor la exposición ambiental de sus componentes. Pero, según el editorial de The Lancet, aún queda mucho camino por recorrer para llegar a conclusiones definitivas, entre otras cosas porque no existen los datos vinculados a un seguimiento a largo plazo.
Por un lado, los cigarrillos electrónicos despiertan el recelo de quienes los ven como una sutil y atractiva manera de iniciarse en el consumo de tabaco, con menor coste y una estética mejor recibida por la sociedad; por otro, se consideran un suministro de nicotina menos dañino que el tabaco tradicional.
En este sentido, la posibilidad de regular las dosis es un reclamo que atrae a quienes buscan opciones para dejar de fumar de manera progresiva, aunque, de nuevo, los estudios sobre su eficacia están por hacer.
Con todo, la mejor baza de estos artilugios seguirá siendo la ausencia de leyes que limiten su uso en lugares cerrados y públicos.
Es en este marco de la falta de estudios y el vacío legal que se acentúa el debate entre la industria emergente y los grupos de prevención y salud en busca de posiciones firmes y avaladas. Por el momento, en palabras de The Lancet, a falta de pruebas, queda la esperanza.