En un par de blogs(FiloblogyLa revolución naturalista) han tratado el tema de los símbolos religiosos en las instituciones. En este caso defiendo que tanto los símbolos como las clases de religión deberían de desaparecer de los centros públicos. La presencia continua, pues, de unos símbolos o del relato de unas creencias no me parece pertinente. Pero la vida diaria de los centros educativos y de todos aquellos que asisten a los mismos está salpicada de los ritos religiosos y en especial de los católicos. Los dos períodos vacacionales más importantes que se celebran son dos fiestas religiosas, el nacimiento y la muerte del "hijo de Dios". Además que el nacimiento coincidan con el solsticio de invierno y la muerte con el inicio de la primavera me parece especialmente conmovedor (abomino por otro lado de los "alternativos" que abogan por sustituir la navidad por algún tipo de fiesta de invierno, y la semana santa por alguna fiesta de primavera).
Si defiendo la desaparición de la presencia continua de los símbolos y de las clases de religión, defiendo también la presencia (simbólica) en los centros, como así ocurre en muchos colegios públicos dónde se cantan villancicos, se plantan algunos belenes..., aunque cada vez menos. El relato al que nos hemos acostumbrado sobre el nacimiento y la muerte de Jésus, la imagenería que comporta creo que sigue teniendo valor formativo o educativo. Educa moralmente. Está claro que visto de esta manera me quedo solamente con el rito, con la práctica, y lo vacío del relato que "rellena" tales ritos y prácticas. Pero esto no es del todo cierto, y creo que la imagenería que es una característica propiamente católica, conlleva la representación de lo más difícil de conformar en un individuo y que la comunidad pide con urgencia que sea configurado, y son las emociones (a este respecto estoy preparando una entrada sobre la piedad, en concreto sobre escultura de Miguel Ángel).
La moral de este modo no es más que unacomponenda, y que deja insatisfechos a casi todos, a los laicistas, a los católicos y a los "alternativos" que nombrábamos anteriormente. Y es que desde estas variaciones no entendemos la moral más que como componendas. No hay consistencia última que pueda dar cuenta de la misma, y no significa que la moral sea irracional, pero no se advierten las razones que hagan posible una moral unísona.
Y si algo deben probar los moralistas es la consistencia de su moral, y que no se andan con componendas.
Las preguntas que inquietaron a Platón inmediatamente después de la muerte de Sócrates trazaban el dibujo, o el proyecto de una moral buena, consistente, que integrara a todas las voluntades, pero la posterior formulación de este problema procedía de un fracaso, acaso inherente a la misma formulación de la pregunta y que es la injusticia que se comete con Sócrates. La inmediatez afectiva, emotiva del fracaso, y las imágenes que nos evocan piedad, misericordia, caridad, esperanza..., son el motor de todas las mediaciones interrogativas. No hay éxito que no envuelva fracaso alguno, y no hay comunicación inmediata que no sea producto de muchas mediaciones. El fracaso de las mediaciones tiene como reverso la impaciencia del éxito de la inmediatez. No basta con quitarles el rostro humano que tan bien ha representado la religión católica, para creernos más racionales, más capaces de resolver los problemas. Estos no se resuelven, al menos los verdaderos problemas, solamente se plantean.
En este sentido defiendo que la religión católica es la más filosófica de todas.