Revista Opinión
La moral en suspenso: de la ideología glacial al perfeccionamiento
Publicado el 08 abril 2014 por Alfonso Bárcena @razonable_a_72Con la crisis actual hemos experimentado que el capitalismo es un arma de doble filo: por un lado, ha permitido inmensas mejoras en las condiciones materiales. Por otro lado, ha exaltado algunas de las más perversas características humanas, como la codicia y la envidia. Así por ejemplo el maestro de economistas Keynes era profundamente ambivalente en lo que se refiere a la civilización capitalista. Se trataba de una civilización que daba rienda suelta a las malas intenciones a fin de lograr buenos resultados. Era necesario poner la moral en suspenso para lograr la abundancia, porque la abundancia haría posible una buena vida para todos.
Como explica el economista Robert Skidelsky sobre el maestro Keynes, éste escribía que : "la avaricia, la usura, y la precaución deben ser nuestros dioses durante un poco más de tiempo, porque son las únicas que nos pueden sacar del túnel de la necesidad económica y guiarnos a la luz". Keynes comprendía que, en un cierto nivel de conciencia, la civilización capitalista había asumido la autorización de motivos antes condenados como "malos" a cambio de una recompensa futura. Lo que no llego a predecir Keynes es que la insaciabilidad económica expresada en el consumo desaforado como forma de existencia, se ha manifestado como la marca principal del capitalismo actual, convirtiéndose en los cimientos psicológicos de todo una civilización en una aberrante acumulación de riqueza y consumo que cada vez menos pueden disfrutar, tras lo que parece una imparable desaparición de las clases medias en los países avanzados.
¿Cuál es la utilidad de la riqueza, cuánto dinero necesitamos para llevar una buena vida? ¿Debemos además dejar nuestra moral en suspenso para ir acumulando dinero o consumiendo? Estas preguntas pueden parecer difíciles de responder pero no son triviales. Como indica Skidelsky, ganar dinero no puede ser una finalidad en sí misma (a menos que se sufra de algún trastorno mental grave). Decir que mi propósito en la vida es ganar más dinero es como decir que mi objetivo al comer es ponerme cada vez más gordo. Ganar dinero no puede ser la ocupación permanente de la humanidad, por el simple motivo de que el dinero no sirve para nada más que para gastarlo, y no podemos gastar sin límite. Llegamos así a la preguntas esenciales: ¿Cuánto es suficiente para una buena vida?.¿Qué cambios en nuestro sistema moral y económico serían necesarios para alcanzarla?.
Para contestar estas preguntas es necesario una perspectiva macro multidisciplinar combinando la filosofía y la economía: así los filósofos construyen sistemas de justicia perfecta, haciendo caso omiso de la confusión que domina la realidad empírica y por otro lado los economistas se preguntan cuál es la mejor forma de satisfacer los deseos individuales, sea lo que sea eso. Quizás para iluminarnos debamos volver a lo que pensaban los primeros economistas que surgieron en el siglo XVIII de la Filosofía moral y, por tanto combinaban ambas disciplinas, como el padre de la economía Adam Smith: que no concebía el progreso económico como un crecimiento y acumulación sin límite, sino que el progreso estaba en el crecimiento que permitiesen las instituciones, los hábitos y las políticas de un pueblo. De hecho, ni él ni sus contemporáneos hablaron nunca de crecimiento, sino de "perfeccionamiento", un término que no solo abarcaba las condiciones materiales, sino tambiénmorales.
Un perfeccionamiento del que nuestro sistema económico actual reniega, ya que sumergidos en una ética del encubrimiento, y escondiéndonos tras cuestiones estructurales de desigualdad generada por nuestro sistema económico, hemos adoptado una ideología glacial en la que esta permitido hacer reestructuraciones, despedir gente o generar exclusión, en aras de una eficiencia que por el mero hecho de nombrarla ya consideramos inconscientemente como algo deseable (si algo es eficiente: ¿es necesariamente siempre deseable?), y sin pensar bien si ese supuesto tótem de la eficiencia, por el que casi mataríamos cada día, nos ayuda siempre a llevar una mejor vida a nivel personal y social.
Poner nuestra moral en suspenso mientras vamos acumulando dinero, puestos, status, objetos o experiencias no nos ayudará seguramente a llegar a ese ideal clásico de perfeccionamiento personal o social, cuando por el camino se genera sufrimiento, exclusión o desigualdad. Debemos volver a reflexionar sobre temas como los usos de la riqueza o la naturaleza de la felicidad para llegar a pensar cuanto es suficiente para nosotros. En el fondo el leivmotiv de nuestra época no es tan novedoso, como ya nos decía Epicuro: "nada es suficiente para quien lo suficiente es poco".
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